La lacra de la carretera

El transporte por carretera es una de las actividades que más afecta al cambio climático y, sin embargo, es la infraestructura en la que los vascos más invertimos. Representa un modo de transporte injustamente privilegiado puesto que los usuarios de la carretera no satisfacen ni de lejos los costes totales a los que deberían hacer frente.

En este país, tengas o no tengas coche o camión, estés a favor o en contra de este abusivo y letal modo de transporte, es con tu dinero (el que se extrae de los presupuestos generales) con el que se financian la mayoría de los crecientes gastos de construcción y de mantenimiento de carreteras. Tan sólo las autopistas de peaje son financiadas por los usuarios. Y encima pretendemos ahora que se liberalicen peajes para que a los coches y camiones que tanto daño causan al clima de nuestro planeta los sigamos financiando entre todos. Incluso los que apuestan por otros modos de transporte alternativos al coche y al camión como el metro y el ferrocarril. ¡Esto es el colmo del cinismo y la hipocresía!

Si aplicáramos la justa norma basada en “el que contamina paga”, los peajes deberían extenderse a todas las carreteras y multiplicarse por dos o tres lo que ahora se paga. Si tuviéramos dirigentes responsables que fueran solidarios con las próximas generaciones deberíamos hacer exactamente lo contrario. Aquí es como se demuestra que para muchos políticos su “abertzalismo” no es más que palabras huecas con las que se intenta tapar infinitud de intereses, privilegios y mentiras.

De este modo, destinando tanto gasto a la carretera, a lo largo de nuestros recientes años de autonomía, al ferrocarril apenas le ha quedado nada. Deberíamos hacer autocrítica de nuestras torpes actuaciones apostando tan sólo por la carretera. En todo ello, el Gobierno Vasco ha sido el mayor culpable. Pero, junto a él, debería avergonzarnos el hecho de que, hoy en día, para ir a Bilbao por tren desde Donostia tardemos lo mismo que lo hacía el pullman hace 50 años. Gipuzkoa, a la que ufanamente denominamos “hiria”, debería contar hace tiempo con un servicio de ferrocarril, equiparable a la red de un metro, que conectara sus distintas comarcas y comunicara sus principales poblaciones. Además, es lamentable comprobar que, en nuestro caso, el transporte de mercancías descansa casi en un 100% en la carretera frente a otros países más sensatos donde el ferrocarril soporta más del 30%. ¿Para cuándo esta infraestructura de ferrocarril que serviría tanto para diversificar el transporte de mercancías como el de pasajeros? ¿Para cuándo ya sea muy tarde y el precio del barril de petróleo supere los 100 euros? Por si acaso, subrayaré ahora que no pretendemos criticar a nadie; tan sólo estamos defendiendo nuestro futuro sostenible en contra de los que no lo hacen.

Así pues, con tanto coche y tanto camión, la congestión y los accidentes son los resultados merecidos. Estos crecientes percances, además de los efectos negativos que ocasiona su elevado consumo de hidrocarburos fósiles, junto con los otros costes ambientales, sociales y económicos que se atribuyen al transporte por carretera, deberían haber obligado a los diferentes gobiernos a luchar contra esta modalidad de transporte, al igual que se ha hecho en la lucha contra el tabaco. De nuevo, tropezamos con gobiernos que defienden los intereses creados de unos pocos rentistas frente al interés general de todos los ciudadanos vascos.