Los agentes de la vieja economía se reunieron en Sitges la semana pasada sin entender que la inmensa mayoría de catalanes ya no compra ningún proyecto político en España. Esta mayoría tampoco compra (y esto es un aspecto que deberían considerar los dirigentes catalanes) un objetivo colectivo únicamente centrado en una consulta. Los movimientos tectónicos apuntan hacia una demanda de transformación global que señala, en nuestro caso, como condición necesaria el logro de la soberanía y, como efectos colaterales, una transformación del orden social que seguramente implique el desplazamiento de las clases acomodadas reunidas en Sitges.
Si las demandas políticas autóctonas no logran perpetrar este cambio lo hará la dinámica económica a la que las actuales élites españolas siguen sin adaptarse. Es cierto que hasta ahora han resistido el embate de la crisis que se inició en 2008, pero ha sido por el blindaje que han recibido del aparato de gobierno en la relación con la que han basado su prosperidad, una simbiosis que se remonta en la mayoría de casos el franquismo y que ha tenido su continuidad durante y después de la llamada Transición.
Un factor decisivo del proceso que lleva del franquismo a la segunda restauración borbónica consistió en un pacto entre la izquierda española y los herederos del régimen consistente en mantener las oligarquías engrosadas por la dictadura a cambio de una precaria democracia siempre tutelada por estos mismos poderes. Fue sintomático que en Sitges, pues, acogieran al dimitido secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, metáfora de la desintegración de uno de los principales pilares del orden.
La nostalgia de los cenáculos económicos, sin embargo, no hará reversible el descenso electoral del PSOE después de que haya cuajado el relato de la traición de unos cuadros socialistas que han permitido al gran empresariado esquivar la tormenta con los recursos del estado del bienestar. A la crítica situación del PSOE hay que añadir la hecatombe del PSC, atenazado, además, por su intransigencia contra el proceso soberanista. Pero sin ni siquiera entrar en la cuestión nacional, lo que consterna a una sensibilidad política de izquierdas es que los únicos temas que Navarro se aviene a pactar con el gobierno de la Generalitat son los que expresan la defensa de los intereses del capital y que básicamente pasan por mantener el modelo económico que nos ha llevado a la quiebra: la cultura de la especulación, del mercado cautivo y de la magnitud del beneficio extraído a golpe de diario oficial. Cero creatividad, cero investigación, cero valor añadido. Es cínico que desde el PSC se critiquen los recortes pero se pacte con CiU la promoción de BCN World que, más allá del desastre social y al final económico y de modelo de crecimiento que puede significar, ha motivado una rebaja en los impuestos sobre el juego. ¿No se podrían ahorrar más recortes si se mantuviera (o ampliase) el gravamen sobre estas actividades? ¿Quién puede entender que la prioridad socialdemócrata en la gobernabilidad sean unos casinos? En otro sentido, ¿no contribuye el PSC a mantener la falta de transparencia sobre la gestión sanitaria, los procesos de privatización y los casos de corrupción que todavía se encuentran actualmente en fase de instrucción en los juzgados? ¿No permite el PSC que se mantengan las subvenciones directas o indirectas a determinados grupos de comunicación apólogos del statu quo y de la defensa de los intereses de dichas élites económicas? ¿Qué pasará, en definitiva, cuando los agentes políticos de la supuesta izquierda que han controlado el país durante décadas cambien y la vieja economía que no sabe innovar, que no sabe competir, que no sabe arriesgar deje de apoyarse en los recursos que proporciona el contribuyente? ¿Acabaremos en una contracción capitalista, en un desesperado blindaje de clase, que será la apoteosis de la desigualdad y de la inestabilidad o la democracia acabará poniendo a todos en su sitio?
EL PUNT – AVUI