El químico Fritz Haber es alguien que salvó y al mismo tiempo condenó a la humanidad. Ángel y demonio. La ciencia y la tecnología no son neutras. El ensayo ‘Un verdor terrible’ (Anagrama), de Benjamín Labatut, está cargado de progresos técnicos ambiguos, con incontrolables efectos colaterales que pueden cambiar el curso de la historia. Hace tiempo que jugamos con fuego con el planeta Tierra: la crisis climática que ahora afrontamos, cargada de urgencias quien sabe si insalvables, es fruto de un largo proceso de experimentación humana con la naturaleza. El mexicano-holandés Labatut nos cuenta unas cuantas historias sobre esta peligrosa aventura y la de Fritz Haber, que da nombre al título del libro, es la más extrema y paradigmática.
A Fritz Haber le debemos dos inventos que cambiaron, para bien y para mal, nuestras vidas. Nacido en Wroclaw en 1868, hoy Polonia pero entonces Alemania, estudió química (su padre ya tenía un negocio químico) y en 1907 fue el primero en extraer nitrógeno directamente del aire. Lo que Haber había descubierto en un laboratorio universitario el ingeniero principal de la BASF, Carl Bosch, lo convirtió en un proceso industrial, el proceso Haber-Bosch. Con esto se solucionó la falta de fertilizantes que amenazaba con provocar una gran hambruna global como preveía Malthus. El hallazgo permitió duplicar la cantidad de nitrógeno disponible en el mundo –el principal nutriente que las plantas necesitan para crecer– e impulsó la explosión demográfica que aumentó la población humana de 1,6 a 7 mil millones de personas en menos de un siglo. Hoy, más de la mitad de la población mundial depende de alimentos fertilizados gracias al invento de Haber.
Ésta es la parte buena. La oscura fue así: su participación fue decisiva en la creación y puesta en práctica del gas mostaza, probado por primera vez el 22 de abril de 1915 en Ieper (Flandes, Bélgica). Le valió un ascenso como capitán e incluso un almuerzo con el mismo káiser Guillermo II. Pero al regresar a casa, su esposa, Clara Immerwahr, sufragista y la primera mujer en conseguir un doctorado de química en una universidad alemana, le acusó de haber pervertido a la ciencia. Ante la insensibilidad de su marido, Clara se suicidó pegándose un tiro con la pistola militar de su marido. Al terminar el conflicto bélico en 1918, fue declarado criminal de guerra por los aliados (aunque éstos también habían utilizado el gas) y ese mismo año, refugiado en Suiza, se enteró de que le habían concedido el Nobel de Química por el invento anterior, y fue bautizado por la prensa como “el hombre que extrajo pan del aire”.
La vida de Haber tiene un epílogo. Después de la guerra siguió creando y produciendo nuevas sustancias, como un pesticida en forma de gas, compuesto entre otros elementos por cianuro, que se bautizó como Zyklon. Aunque a los 20 años se había convertido al cristianismo y era un alemán convencido, llegó un momento en que su origen judío le obligó a escapar del país. Primero se marchó a Cambridge, pero Inglaterra rehusó darle asilo y finalmente fue a parar a Suiza, donde en 1934 murió de un infarto de miocardio a los 65 años. Pocos años después, el pesticida Zyklon B sería utilizado por los nazis para asesinar a millones de judíos en las cámaras de gas de los campos de exterminio, entre ellos varios familiares de Haber.
Y, todavía, una paradoja final. Al morir, se encontró una carta dirigida a su esposa en la que Haber decía no sentir culpa por el rol que había tenido en la muerte de miles de seres humanos durante la Primera Guerra Mundial, sino porque el método de extracción de nitrógeno de el aire había alterado de tal modo el equilibrio natural del planeta que temía que en el futuro este mundo ya no pertenecería a los seres humanos, sino a las plantas.
ARA