Es imposible que un ser humano o todo un pueblo se liberen por sí mismos de las cadenas que los aprisionan sin haberse liberado primero mentalmente. Por eso Cataluña aún no es libre; porque incluso una buena parte de las mentes independentistas permanecen atrapadas en una visión hispanocéntrica del mundo. Basta poner el oído en la comunicación verbal, ya sea en el terreno personal, laboral, en familia o con amigos, o en el terreno mediático, es decir, en la concepción de los servicios informativos -telenoticias, boletines, crónicas…- y la manera de expresarse de sus presentadores, redactores, corresponsales…, para ver dónde estamos y cómo somos.
Pondré un ejemplo sencillo y reciente protagonizado por un presentador radiofónico catalán que decía esto: “Todas las televisiones públicas de este país, estatales, autonómicas…, buscan la audiencia”. Y tenía razón, la audiencia es un objetivo común de las emisoras. ¿Pero de qué país hablaba? El uso del término “este país” referido al Estado español, incluso en personas que en ámbitos coloquiales se definen como nacionalmente catalanas, aparece a menudo como si se tratara de un término multiuso que sirve tanto para aludir a nuestro país como al país de al lado. Y si esto lo hacen profesionales que son escuchados cada día por cientos de miles de personas, y que, por tanto, tienen la obligación de aplicar un libro de estilo, qué no harán los ciudadanos anónimos. De hecho, es un pez que se muerde la cola, porque es muy difícil que los ciudadanos cuestionen estas formas verbales tras el bombardeo persistente al que están sometidos. El hispanocentrismo, como el machismo o el nacionalismo de Estado, es tan habitual que no se ve. Y quien lo pone en evidencia resulta tan molesto como el niño que decía que el rey estaba desnudo.
Por eso nos da tanto miedo rebelarnos contra las leyes injustas o abiertamente fascistas del Estado español. Nos da mucho miedo, porque en nuestra mente todavía no nos sentimos netamente catalanes. España además de ocupar nuestra identidad, nuestra economía, nuestras infraestructuras, nuestras instituciones, ocupa también nuestra mente. Pensamos a través de su cerebro, no del nuestro, y eso nos convierte en españoles. Españoles díscolos, sí, pero españoles al fin. He aquí porque después de un acto asertivo verdaderamente catalanocéntrico como fue el referéndum del Uno de Octubre, en la que el SI ganó por un 90%, no tuvimos el valor de retirar la bandera española de la sede de nuestro govern (como hicieron Girona y Sabadell). Retirar la bandera del Estado opresor es el primero que hace todo país que se libera en la misma medida en que lo primero que hace todo prisionero, al final del túnel, es desprenderse del uniforme que le habían puesto. Son actos de afirmación simbólica que, a fin de que ocurran, hace falta que primero que se haya producido una afirmación mental.
La independencia empieza por la mente, y nuestra mente no puede alcanzar un pensamiento independiente mientras nos dediquemos a observar la realidad a través de los ojos de otro. Mal asunto, cuando el secuestrado “comprende” el secuestrador, ya que esto le crea una dependencia psicológica que no sólo lo hará más sumiso, también le bloqueará la mente y el cuerpo a la hora de elaborar un plan asertivo para huir. Quizá dirá que sí quiere huir, que no renuncia a hacerlo algún día, pero los hechos demostrarán que son palabras vacías para encubrir sus miedos y renuncias y ganar tiempo. ¿Pero qué tiempo? ¿Puede decir un prisionero con cinco dedos de frente que cuanto más tiempo viva dentro de las rejas más tiempo gana? Prestemos atención y escucharemos a unos cuantos políticos catalanes diciendo (con palabras más aterciopeladas, eso sí) que ahora no toca, que ahora hay que volver a la política del ‘pájaro en mano’, que ahora toca gestionar la autonomía, que ahora hay que ampliar base, que quizá dentro de una generación bajará un ángel del cielo que nos liberará, que, que, que… Y cada “que” que pronunciamos es un día más de cautiverio. Otra cantinela es la del diálogo. Hay que sentarse y dialogar con el carcelero. Muy bien. ¿Y por qué debería querer dialogar un carcelero, si lo que le pide el prisionero es la llave de la celda? ¿Qué peligro corre, si se niega? Ninguno. Y no porque el prisionero sea débil, que no lo es, sino porque desconoce su fuerza y desconfía de sí mismo. Dicho esto, el que se empeña en dialogar con una piedra, ¿es un individuo cuerdo y razonable o no lo es en absoluto?
Mientras nuestras emisoras nacionales redacten titulares que digan “Un establecimiento privado catalán es el primero de España que permite pagar con el rostro”, “En Palau-Solità i Plegamans está la biblioteca privada especializada en ciencias de la salud más importante de España”, “Treinta y siete violaciones en grupo en 2019 en España”, “los nacimientos van a la baja en España”, “Barcelona, la ciudad con más motos de España”, “Bagergue, uno de los pueblos más bonitos de España”… difícilmente seremos libres. No lo seremos, porque nuestra mente todavía es hispanocéntrica, todavía ve el mundo con ojos españoles, aún es dependiente, aún no ha logrado una visión catalanocèntrica que le permita tener a Europa o al mundo entero como referentes. Nuestro marco mental es España, un marco mental que nos impide titular: “Los nacimientos van a la baja en Cataluña”, “Barcelona, la ciudad con más motos de Europa”, “Bagergue, uno de los pueblos más bonitos del mundo”…
Cuando culpamos a la lengua de no tener formas verbales que permitan evitar el lenguaje sexista, nos equivocamos. La lengua no tiene ninguna culpa. El lenguaje sólo es un reflejo de nuestra manera de pensar. Cambiémosla y cambiará nuestro lenguaje. Empecemos por independizarnos mentalmente de España y nos independizaremos políticamente. El resto es empezar la casa por el tejado.
EL MÓN