La indecencia de Felipe González

Habría muchas maneras de reaccionar en el artículo tan indecente de ayer de Felipe González. Una muy sencilla sería recordarle que mintió a los ciudadanos con referencia al referéndum de la OTAN y que hubo una sola persona que, llena de valentía, se atrevió a llevarlo a los tribunales. Se decía Lluís Llach y aquel valiente hoy es el número uno para Girona de Juntos el Sí.

También podríamos decirle que el presidente de un gobierno que fundó un grupo terrorista para asesinar personas no debería hablar de que es legal o no. Como mínimo si le queda un gramo de decencia. La lista de ilegalidades que él y sus cometieron, tanto en política interna como internacional es tan larga que sería mejor que se callara.

Pero me permitirán que explique una anécdota personal para documentar gráficamente la indecencia del personaje. Indecencia porque Felipe González sabe perfectamente que todo esto que dice es falso, porque se lo ha enseñado la experiencia.

En Lituania, a principios de los años noventa, fui testigo directo de una llamada que no olvidaré nunca. Yo estaba en el parlamento lituano haciendo una entrevista al vicepresidente, cuando el presidente del país explicó, conmocionado, que acababa de recibir una llamada de Jacques Delors, entonces presidente de la Comisión Europea, advirtiéndole que no siguieron intentando el proceso de independencia. Aquello era monstruoso: en aquel momento había tropas soviéticas en el exterior del edificio y aquella gente luchaba por la democracia, pero el mensaje de Delors fue implacable: no aceptaremos su independencia, no rompáis la URSS, no le pongáis obstáculos a Gorbachov y sabed que no os aceptaremos nunca como miembros de la Unión Europea. Lo dijo así: ‘Lituania no será nunca miembro de la Unión Europea’.

Días después un periodista bien importante de La Vanguardia, y ya explicará los detalles él si quiere, me explicó que a la misma hora Felipe González cenaba en La Moncloa con algunos periodistas y les explicó, bien satisfecho, la llamada que acababa hacer Delors. Lo remató diciendo que el ‘problema lituano’ había terminado y que ya no era necesario hablar. Evidentemente Lituania hoy es independiente y forma parte de la Unión Europea, como todo el mundo sabe, por lo que es cierto que el ‘problema lituano’ se acabó, pero no como pretendía Felipe González.

Que este mismo González treinta años después diga que la independencia es imposible es por eso pura indecencia. El, como dirigente político, sabe que las independencias son posibles y él, como persona, sabe porque lo ha vivido que las amenazas contra un pueblo que ya se ha decidido a dar el paso, no valen para nada. No valieron en Lituania en los años noventa y no valen en el Principado de Cataluña ahora. Mucho menos aún si las perpetra un personaje con tan poca ascendencia moral como él.

VILAWEB

 

 

NACIÓ DIGITAL

Carta a Felipe González

Vicent Sanchis

Nunca un documento había juntado tanta displicencia, tanta arrogancia, tanta incomprensión, tantos tópicos, tanta superioridad moral, tanto colonialismo, tanta mentira y tanta maldad como la carta abierta titulada “A los catalanes” que ayer publicó el expresidente español Felipe González en las páginas del diario que siempre ha usado como palangana.

Uno a uno, González enumera todos los “grandes” argumentos que la derecha y la izquierda española han enramado últimamente para esconder un concepto tan elemental como la incomprensión. Y la intolerancia. “Usted, señor general, no nos entiende”, decían con voz rota las voces de Quilapayún en la cantata Santa María de Iquique. Usted, presidente, no nos entiende, hay que repetir ahora aprovechando su fórmula. Señor González, usted ni entiende ni quiere entender ni entenderá nunca a los catalanes que no piensan como usted. Desde esta falta total de comprensión, no puede haber, de ninguna manera, la comprensión que usted pide el final de la carta. ¿Cómo puede haber comprensión si usted no comprende nada? ¿Cómo puede haber entendimiento desde la autoridad moral más descarnada?

¿Cuáles son esos “argumentos”? En primer lugar, LA LEY. Escrito, así, con mayúscula, por el señor González. LA LEY obliga y la ley manda. La ley, sin embargo, señor González, se hace en el Parlamento español donde existe exactamente la misma incomprensión que usted perpetra. Y cuando alguien como usted, o menos jacobino que usted, como Zapatero, proclamó “apoyaré” lo que emane del Parlamento de Cataluña, los mismos socialistas, ustedes mismos, con Alfonso Guerra y Javier Solana delante, perpetraron el ofensiva más bestia que había sufrido este país desde el franquismo.

En segundo lugar, el “aldeanismo”. Afirma el expresidente González que Cataluña quiere “desconectar” del mundo en el momento “en que vivimos en la sociedad más conectada de la historia”. El argumento hace reír. Por capcioso. Por simple. Por poco inteligente. Nadie quiere desconectar del mundo, amigo González, sólo de un Estado que desprecia el sentimiento de la mayoría de los catalanes y que castiga económicamente hasta la burla a este país. En su ridícula caricatura, Felipe González llega a preguntarse: “¿Cómo es posible que se quiera llevar el pueblo catalán al aislamiento, a una especie de Albania del siglo XXI?”. Pero ¿de dónde saca, toda esta gente, que Cataluña quiere aislarse de nadie? ¿Quién se puede atribuir con tanta cara el monopolio de la conexión? Ahora sí que estamos aislados de Europa, señor González, gracias a la red radial de alta y estúpida velocidad ferroviaria que usted inauguró. Y son ustedes mismos los que nos quieren aislar más de Europa, con un veto que no les ha pedido nadie. ¿Quién levanta muros?

En tercer lugar, el personalismo. A lo largo de toda la carta, Felipe González hace referencia directa a Artur Mas como el origen de todos los males. Esto sólo lo puede hacer un personalista, un caudillo, alguien que creyó encarnar la divina providencia. Alguien que reduce los anhelos de la mayoría de un pueblo a una persona que no sabe ver la realidad de otra manera. España ha estado llena de estos personajes y estas visiones reduccionistas a lo largo de toda la historia. Aún no se han librado.

En cuarto lugar, el aventurismo. Exige, el señor González, que los catalanes no se dejen arrastrar por “una aventura ilegal e irresponsable que pone en peligro la convivencia entre los catalanes, y entre ellos y los demás españoles”. El aventurerismo, señor González, puede llegar a ser más interesante que la desventura. Es el caso. Usted también fue un “aventurero” durante unos años, pocos. Ya ni se acuerda.

En quinto lugar, la locura fanática. Los partidarios de la independencia en Cataluña son unos enfermos, unos fanáticos que quieren dividir “a los catalanes entre ellos y a los demás españoles”, con criterios de “pedigrí”. Que quieren destruir “la convivencia secular en este espacio público que compartimos”. ¿Cómo lo “compartimos”, señor González?. ¿Quién comparte qué? ¿Quién manda y quién se resigna a obedecer? El expresidente español habla como si los catalanes tuvieran las mismas armas que el Estado -el Estado del señor González, que no se cansa de destruir convivencias.

En sexto lugar, la ignorancia. Porque, este delirio, “en el límite de la locura”, como se atreve a proclamar Felipe González, “empieza a ofrecer la ciudadanía catalana a los aragoneses, valencianos, baleares y franceses del sur”. La ciudadanía, presidente González, depende de dos: de quien la ofrece y de quien la acepta. España lo ofrece pero también la impone. Será por eso que a usted no le gustan las ofertas. En cuanto a los conceptos “aragoneses” y “franceses del sur”, debería saber usted de qué habla. Pero, ¿qué puede saber usted, de “aragoneses” y “franceses del sur”?

En séptimo lugar, y más peligroso, la amenaza. “No conseguirán, rompiendo la legalidad, sentar en una mesa de negociación a nadie que tenga el deber de respetarla y hacerla cumplir. Ningún responsable puede permitir una política de hechos consumados, y menos rompiendo la legalidad, porque invitaría otras aventuras en sentido contrario”. Es decir, el señor González, el socialista González, advierte de que “los responsables de hacer cumplir la legalidad”, que tienen la fuerza, no se dejarán intimidar. Ya lo proclaman, una y otra vez, pero es lamentable que lo hagan con el apoyo de alguien que se considera “progresista”. Y todavía es más lamentable que lo haga alertando de la irrupción de los “aventureros en sentido contrario”. ¿Le gustan más estos aventureros a usted, señor González?

En octavo lugar, la mentira. Afirma Felipe González que “se empiezan a oír voces de rechazo contra los que no tienen pedigrí catalán”. ¿Qué voces, señor González? ¿Las que deforman a la gente como usted? Y que los ciudadanos “sin pedigrí”, “se sienten hoy angustiados porque están limitando su libertad para expresar el rechazo a esta aventura, porque les niegan y les coartan su identidad -catalana y española-, que viven como una riqueza propia y no una contradicción”. ¿Quién se siente intimidado en Cataluña, señor González? ¿Quién aguanta amenazas, inspecciones fiscales y querellas? ¿En qué tipo de lodazal recoge usted la información?

En noveno lugar y último, la falsa esperanza. Afirma Felipe González que “necesitamos reformas pactadas que garanticen los hechos diferenciales sin romper la igualdad básica de la ciudadanía ni la soberanía de todos para decidir nuestro futuro común”. El “hecho diferencial”, el auténtico hecho diferencial, señor González, es el de ustedes. Es lo único que respetan. El hegemónico e impuesto. Con la excusa de que es “el de todos”, “lo que nos une”, “el compartido”. La “igualdad básica de la ciudadanía” es una falacia más. Porque debería querer decir igualdad en la redistribución, en la financiación, en las inversiones. El pacto no existe cuando una parte, la poderosa, la de la fuerza, no reconoce a la otra.

La carta de Felipe González contiene todos estos tópicos, todas estas mentiras. La gran pregunta es por qué no hace unas cuantas más, el señor González, dirigidas al presidente del Gobierno, al presidente del Tribunal Constitucional, a los capitanes generales, a sus barones territoriales, a la Presidenta de Andalucía, a José Bono o a Alfonso guerra, en un sentido igualmente crítico. Siempre son los mismos lo que se deben sentir culpables.

Afirma Felipe González: “Hace casi dos décadas que salí del gobierno de España. No tengo responsabilidades institucionales ni de partido. He recuperado la sencilla condición de ciudadano, aunque en todo momento comprometido con nuestro destino común”. La unidad de destino en lo universal. Señor González, usted no es ningún ciudadano. Es un ser profundamente privilegiado. Autoritario, matón, amenazador, displicente, mentiroso e injusto. No, le decimos no, bwana González. Yo y unos cuantos más. Muchos más de los que usted dice y quiere. Lo comprobará el mismo día 27.

 

 

 

A Felipe González

Montserrat Nebrera

El Singular Digital

Eres el mito político de mi madre, hija de un comandante republicano fusilado en el penal de Santoña hacia el final de la Guerra civil, y de una mujer insobornable que esperaba de pie las bombas mientras la gente de su alrededor se escondía en los refugios antiaéreos. Fuiste también el destino final del voto de mi padre, cuando vio que el PSP de Tierno Galván terminaba en el saco de aquel PSOE que tanto mimó la socialdemocracia alemana. Yo misma te voté una vez con la nariz tapada, cuando mi conciencia política era todavía la familiar. Eres el marco de referencia de miles de familias españolas, cautivadas por tu oratoria que imaginaba el sueño de que España no fuera reconocida ni por la madre que la parió, sobre todo cuando aún la solidez intelectual de la propuesta socialista pasaba por el tamiz del siempre jacobino Alfonso Guerra.

Pero de la misma manera que aquel tiempo de transición obligaba a optar entre la libertad y el pasado; de la misma manera que entonces Cataluña se comprometió con la historia del cambio y, como tú dices, lo protagonizó en cierto modo, ahora, ante los nuevos tiempos que tú mismo has intuido (son la razón de ser de tu carta), Cataluña vuelve a ser pionera en las preguntas, quizá con errores y con cobardías, quizá con intereses inconfesables (tanto como pueden ser los tuyos) en algunos de sus personajes punteros. Cataluña es quien ha reflexionado y significado el tiempo de cambio, el final de un recorrido, la necesidad de fórmulas nuevas, al menos en uno de los terrenos, el del modelo territorial, que pueda satisfacer lo que históricamente se había conocido como las Españas.

Lo ha sido desde siempre. Los mismos enemigos de la idea (yo he estado entre ellos durante mucho tiempo, pensando posible lo que tú de forma menos ingenua que la mía reflejas en tu carta) se han hecho eco de las propuestas catalanas: cuando Cataluña emprendió la vía “rápida” para construir el autogobierno, Clavero Arévalo la quiso también para Andalucía; cuando se quiso la reforma del Estatuto catalán, Andalucía la copió hasta donde le permitió la vergüenza y la cláusula Camps del Estatuto valenciano se quiso apropiar de cualquier idea, derecho o competencia que en Cataluña pudiéramos imaginar. Ahora, cuando se habla de preguntar a la población catalana qué quieren para el futuro, todo es escándalo y crítica, pero si por un caso el gobierno central fuera capaz de aceptar cualquier tipo de consulta, no dudes que al cabo de poco, las tendríamos en cualquier otra parte del territorio.

Tienes razón, España no sería España sin Cataluña. De hecho es un error hablar de “Cataluña y España”, cuando somos una parte, reconocidamente esencial, tan importante como para motivar tu carta. Nada en el resto volvería a ser igual, de hecho creo que no tendría sentido hablar de España sin Cataluña, por lo que deberíamos preguntarnos (irónicamente al menos) cuál de las dos partes tendría más derecho a permanecer en la Unión Europea, más aún, si sería posible pensar una Unión Europea prescindiendo de cualquiera de las partes fruto de la “desconexión”.

Por eso es injusto que digas que el Presidente Mas quiere convertir Cataluña en una especie de Albania del siglo XXI. No lo sería ni quedándose se fuera. Ya no puede serlo casi ni la propia Albania, ¿cómo pensarlo para la Cataluña que España (dice que) quiere tener en su interior?

Pero el talante de tu carta demuestra hasta qué punto es difícil recuperar posiciones y reconsiderar esta crisis, la más importante que ha sufrido el Estado desde el siglo XV, ya que no es posible arreglar las cosas por las armas, como en otros momentos de la historia podía ser verosímil. Hablas de la ilegalidad de la actuación de Mas, cuando todo lo que se ha hecho hasta ahora es justamente por su voluntad de no saltarse la ley. En otro caso, ¿habríamos hecho una consulta con urnas de cartón, sin ningún efecto vinculante? Hablas de que estas cosas se tienen que resolver entre todos (¡también lo dice Rajoy!), Pero sin explicar de qué manera hacerlo, y menos aún explicando cómo se resuelve el callejón sin salida de una situación que no se quiere conocer: la posibilidad de que en Cataluña la mayoría de la gente hubiera ya desconectado de España por la vía sentimental, que es la más importante, la única que mantiene vivas las naciones.

¿Y sabes qué? La culpa es vuestra. Vuestra y de Franco. Él se apropió de una bandera (tan roja y gualda como la catalana, todo hay que decirlo) y vosotros, los socialistas, que cambiásteis tantas cosas, que conquistásteis tantas libertades, tuvisteis los mismos complejos por defender los mismos colores que el dictador.

Cuando la enorme banderaza de Aznar llegó a la plaza Colón de Madrid, cuando Zapatero comenzó a hablar del “Gobierno de España” ya era tarde para una juventud que ya no te tiene como mito, no sabe lo que es España y no recuerda la transición (te doy fe, soy profesora desde hace treinta años).

Mientras en Cataluña mucha gente sí tenía claro su sentido patriótico, otros se han añadido al mismo por indignación, por conveniencia, o por el convencimiento de que recomenzar en pequeño es la única opción, y debo reconocer con cierta pena, creo que la partida está ganada. Al menos, y en eso me tienen claramente a su lado, en el hecho de que no se puede seguir adelante sin preguntar a este rincón del Mediterráneo qué quiere ser de mayor. Como tú no das ninguna idea en cuanto al tema capital de cómo consultar la gente, excepto criticar el inmovilismo del PP (va en su genética, porque en el fondo y en este tema pensáis lo mismo), no queda más remedio que tirar adelante por “la vía di mezzo”. Al fin y al cabo, ¿qué os preocupa? Estáis convencidos de que ‘Juntos por el Sí’ no ganará. Así pues, ¿a quien has dirigido tu carta? Mis padres ya no están. De vez en cuando me pregunto qué dirían. “¿Cómo? ¿¿Que Felipe ha dicho eso??”