Periódicamente –o más que periódicamente, de manera constante y reiterada–, intelectuales y políticos, en nuestro país, se emperran en devaluar esta palabra y este concepto, la identidad, como si fuera una cosa inútil y ya superada, un estorbo, una traba para la comprensión del presente y la previsión del futuro. No me refiero a revisiones inteligentes, como por ejemplo la de Salvador Cardús en su discurso de ingreso como miembro del Instituto de Estudios Catalanes, sino a otro tipo de discursos, generalmente basados en conceptos tan modernos y tan científicos como “la costra” o “la cebolla”, y otras semejantes, sin contar la terminología guerrera y hostil de la prensa de Madrid. Bien, pues, en Italia, por ejemplo, esta materia plantea debates y discursos muy sabrosos, desde la virulencia extrema de la Liga (Liga Lombarda, o del norte, o véneta, o “padana” del río Po, o cualquier otra denominación aprovechable), que pone en solfa incluso la existencia de la nación italiana y el sentido de la unidad de mediados de siglo XIX. El presidente de la República, Giorgio Napolitano, venerable y cultísimo señor, procedente del Partido Comunista, se ve obligado, de vez en cuando, a hacer afirmaciones patrióticas en recuerdo y refuerzo de la identidad nacional. Berlusconi, ya se sabe, está ocupado habitualmente en otro tipo de asuntos, íntimos o públicos. En la Gran Bretaña, el ascenso del Partido Nacionalista Escocés y su posición en favor de la independencia, son un factor más (junto con un renovado patriotismo estrictamente inglés) del desconcierto de la identidad británica: ¿qué diantres son nacionalmente los ciudadanos del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del norte, además de súbditos de la reina Isabel? La cosa ya hace años que rueda, y un ministro laborista, hace poco tiempo, planteó encuestas y debates muy serios sobre el tema. En Francia, ya lo saben ustedes, estas materias son regularmente objeto de reflexiones profundas, de libros de autores sabiondos, de filosofías diversas, e incluso de proyectos del gobierno de la República. ¿Qué es ser francés?, se preguntan incluso los miembros del Tribunal Constitucional, cuando tienen que vetar un timidísimo estatuto de autonomía de Córcega porque incluye la expresión “pueblo corso”. ¿Qué es esta identidad, cuando multitud de jóvenes hijos y nietos de inmigrados magrebíes queman banderas de Francia en un partido de fútbol y silban la Marsellesa?
Ahora mismo, y por iniciativa ministerial, parece que Francia entera vuelve a plantearse esto de la identidad. “El pueblo francés”, afirma el ministro Besson, impulsor de la cosa, “ya se ha apropiado del debate, y tiene ganas de que tenga lugar”. Y añade: “Las élites pueden decir lo que les parezca, el pueblo ya ha tomado el debate en los blogs, en las radios”. Y los sondeos dan la razón al ministro: 60% de los interrogados están de acuerdo en que hay que abordar la cuestión de la identidad nacional (el 50% los simpatizantes de la izquierda, el 70% los de la derecha). ¿Y cuáles serían, según la encuesta de Le Parisien, los elementos constitutivos de esta identidad francesa? Pues, muy simple: la lengua (80%), la República (64%), la bandera (63%), la laicidad (61%), y La Marsellesa (50%), a pesar de que otra encuesta pone La Marsellesa (“Allons, enfants de la Patrie, le jour de gloire este arrivé,” etc., y formad los batallones, y que una sangre impura abreve vuestros surcos, y todo eso). En el Partido Socialista (o lo que queda), están un poco descolocados. Unos lo rechazan como maniobra del gobierno, cosa por otro lado probable. Y Segolène Royal, criticando “la operación de distracción”, afirma que la izquierda no tiene que rehuir ni temer el debate. “Los socialistas están molestos, y esto ya es demasiado”, declara. “La nación es originalmente un concepto de izquierda. Hace falta reconquistar los símbolos de la nación. Por esto, me gusta hacer cantar La Marsellesa en mis mítines, reivindicar la bandera tricolor…”, etc. Ahora bien, la identidad, monsieurs y mesdames, la identidad, eso tan antiguo y devaluado, ¿cómo es que aparece, una y otra vez, en el centro del debate ideológico y político? En Francia, justamente, tan intelectual, tan universal y tan moderna.
Publicado por El Temps-k argitaratua