Las pasadas elecciones al Parlamento han producido dos resultados básicos. En primer lugar, han supuesto la afirmación de una mayoría independentista explícita (los 74 diputados de CiU, ERC y la CUP) y de una mayoría aún más amplia a favor del referéndum sobre la independencia (87 diputados, los anteriores más los 13 de ICV), que representa el 64,44% de escaños, obtenidos con una alta participación (69%). Este primer resultado es el que ha destacado mayoritariamente la prensa internacional. Además, creo que los 20 diputados del PSC no pueden sumarse sin más al bloque unionista-españolista que conforman el PP y Ciutadans y que sólo suma 28 escaños de 135. En segundo lugar, los resultados muestran una pluralización del voto dentro del bloque independentista, que viene a indicar el deseo del electorado de que el proceso hacia el Estado propio sea claro y se efectúe con un giro en las políticas sociales. Sin embargo, se trata de dos resultados que pueden entrar en contradicción y que dificultan la formación del Gobierno en una legislatura que no es como ninguna de las anteriores.
El nuevo gobierno de la Generalitat deberá afrontar dos retos básicos. Por un lado, liderar el proceso de convocatoria de un referéndum que permita a los ciudadanos de Cataluña decidir si quieren constituirse o no como un nuevo Estado europeo. Por otra parte, la gestión de una crisis que no ha provocado el Gobierno pero a la que debe dar respuesta siendo una mera comunidad autónoma, es decir, sin tener capacidad de decidir en materia económica ni de cambiar por sí sola el crónico expolio fiscal que sufre Catalunya desde hace décadas. Y todo apunta a que el Estado español, débil a nivel internacional y mal dirigido desde un gobierno institucionalmente desleal y con vocación recentralizadora, no cambiará de objetivos ni de estrategia.
Ninguno de estos dos retos es fácil. Para resolverlos con éxito se necesita un liderazgo político claro, rotundo y eficiente. Tanto de cara al interior del país como en el ámbito internacional. En esta legislatura, sobre todo en esta, es necesario que el país cuente con un Gobierno estable y con ambición política. Un Gobierno que pueda avanzar con confianza y seguridad para encarar esos dos retos. Los resultados electorales inducen a un acuerdo CiU-ERC como el más probable. Se entiende que ERC, tanto por motivos de carácter histórico -consecuencias negativas de pactos de gobierno anteriores- como para mantener un perfil propio, no quiera entrar en un gobierno de coalición. Esto se entiende, pero el tiempo dirá si esta fue la mejor opción para el país.
El momento es tan decisivo que la responsabilidad política de CiU y de ERC, en primer lugar, pero también de ICV, del PSC y de la CUP se convierte en una responsabilidad histórica. Es el momento de mostrar al mundo que se sabe priorizar los objetivos y las estrategias de país por encima de los objetivos y las estrategias de partido. De ésto se habla mucho, pero hasta ahora se ha practicado poco. Y es que creo que la mayoría de ciudadanos están esperando a los dirigentes políticos.
El próximo Gobierno no puede ser “un gobierno más”. La política exterior de la Generalitat será un factor clave. Es necesario un Gobierno que genere confianza, compromiso e ilusión de futuro. Sería conveniente que incluyera personas profesionalmente solventes y de criterio político contrastado. Personas que fueran fácilmente aceptadas por la mayoría de la sociedad catalana que está a favor de que Cataluña ejerza el derecho democrático a decidir. Hay que tejer complicidades entre los partidos del Parlamento que quieren un estado propio. Y hace falta un Gobierno que establezca sintonías entre las instituciones y la sociedad civil. Hace tiempo propuse al presidente Mas que desde el Gobierno impulsaran equipos del tipo de las ‘Royal Comisions’ británicas, que elaboran informes y recomendaciones prácticas al ejecutivo en ámbitos decisivos.
Pero la oposición tampoco puede actuar como hasta ahora. Debe ser la de un país que se plantea el reto colectivo más importante que una nación sin Estado se puede plantear, la de ser un actor propio dentro del concierto de los estados del mundo. Esto obliga a distinguir entre ámbitos y entre partidos. ERC pasará a ser una oposición que no podrá hacer más que oponerse poco. Puede introducir un cierto “giro social” -que será escaso dadas las circunstancias-, pero no puede dejar caer al Gobierno. Su responsabilidad institucional va más allá de sus votos. También sería deseable que ICV y también el PSC tuvieran la proyección del país en la cabeza junto con su acento de izquierdas, más que su vocación permanente de crítica a CiU. Pensar sólo en términos tradicionales de derecha-izquierda resulta hoy obsoleto si no se cuestiona el carácter nefasto del Estado donde se dan estas relaciones. Como país hoy ya no estamos aquí. Hay que evitar los autogoles, las divisiones y las tácticas de regate corto.
Difícilmente viviremos en el futuro un tiempo tan decisivo como éste. Si las cosas se hacen bien, una Cataluña independiente es más que posible. La unidad de acción entre los partidos catalanistas y entre las instituciones y la sociedad civil son dos condiciones imprescindibles para que Cataluña se libere, democráticamente, de un Estado anticuado que explota y expolia económicamente a los ciudadanos catalanes, que incumple sistemáticamente los acuerdos y menosprecia al país en los ámbitos interno, internacional, social, lingüístico y cultural. Es la hora del coraje y del fair play entre los partidos catalanes. Es la hora de la profesionalidad desde la complicidad. Es la hora de la responsabilidad y de la generosidad. Es la hora del país. Es la hora del futuro.