Durante el siglo XIX y antes de la llegada de la electricidad, las ciudades se iluminaron mediante lámparas de gas. Este era obtenido a partir de la combustión de carbón mineral y llevado hasta las calles por conducción subterránea. Así ocurrió también en Iruñea en donde el alumbrado público se hizo con gas desde 1860 hasta 1899, gas producido en la Fábrica de Gas de Arrotxapea.
Como es bien conocido, la Nafarroa de mediados del siglo XIX era un territorio cuya economía estaba basada principalmente en la agricultura y ganadería. Apenas existían pequeñas y artesanales industrias familiares, molinos y ferrerías o batanes. Aunque de forma mucho más lenta y tardía, la revolución industrial que se produjo en todo el mundo en las primeras décadas de ese siglo, llegó también hasta nosotros. Poco a poco comenzaron a aparecer fábricas algo mayores, más tecnificadas y productivas, que iban requiriendo cada vez más personal asalariado. La Fábrica de Gas fue una de aquellas primeras fábricas instaladas en Iruñea y ya en 1860 su altiva chimenea destacaba en un paisaje de huertas y pequeñas propiedades a orillas del río Arga (Fig. 1).
Fig. 1 Las instalaciones de la Fábrica de Gas en 1870. Al fondo el Monasterio Viejo de San Pedro. Foto: Archivo Municipal de Pamplona
Se podría considerar al ingeniero escocés William Murdoch como el primero que utilizó la combustión de gas para iluminar establecimientos, viviendas o calles de las ciudades en la última década del siglo XVIII. Tras algunos años de perfeccionamiento de la técnica y el conocimiento de que el gas se podía transportar mediante tuberías subterráneas desde las fábricas a los consumidores, en 1812 se fundó la primera compañía suministradora de gas en la ciudad de Londres, la London& Westminster Gas Ligth Company. La luz de gas transformó la vida en el siglo XIX, iluminó hogares y calles, fábricas y locales públicos, prolongando el día para cualquier tipo de actividad laboral o de ocio. Sin embargo, las primeras lámparas de gas olían mal y en los espacios cerrados enrarecían el ambiente hasta hacerlo irrespirable. Con los años estos aspectos negativos fueron poco a poco mejorándose. Para conseguir el gas, debe calentarse y destilarse carbón mineral o hulla en hornos herméticamente cerrados a temperaturas cercanas a los 1.300 grados. Los gases y vapores producidos se recogen en colectores con agua y alquitrán y después se someten a varios procesos de destilación. El producto final, almacenado en grandes depósitos o gasógenos, contiene un 45% de hidrógeno y un 35% de metano además de otros compuestos gaseosos y, como decíamos, puede transportarse por pequeñas tuberías, regulando su presión mediante gasómetros, hasta las lámparas de consumo. Estás últimas debían encenderse consiguiendo así con su combustión, un punto de luz. Quedaban como residuos el alquitrán, amoniaco y en los hornos el carbón semiquemado o coque, que luego podría ser utilizado, nuevamente, como combustible.
El primer alumbrado público de las calles de Iruñea fue el de lámparas de aceite, que se inauguró en 1799. Diez faroleros se encargaban cada día de llenar y encender las 398 farolas de cristal que cada 40 pasos jalonaban las calles de la ciudad. El servicio inicialmente muy valorado por la población fue poco a poco empeorando sobre todo por la mala calidad del aceite, habitualmente de ballena. A pesar de conseguir algunas mejoras en los faroles las quejas ciudadanas fueron incrementándose y en la cuarta década del siglo XIX se buscaban alternativas. En 1846 el labortano Joseph Sarvy hizo una primera propuesta al Ayuntamiento para poner una instalación completa de alumbrado de gas, como ya existía en su ciudad natal Baiona, por un presupuesto de tres millones de reales de vellón. La propuesta no salió adelante aunque Sarvy, a pesar de todo, se vino a Pamplona junto con su amigo, también bayonés, Salvador Pinaquy para instalar una fundición en el molino de Caparroso en la Magdalena. En los años siguientes hubo distintas ofertas hasta que finalmente en enero de 1857 el Ayuntamiento firmó un acuerdo con la compañía del madrileño Melitón Martin y cía. para instalar el alumbrado de gas en Pamplona. Este poco después, y a causa de dificultades financieras, tuvo que ceder sus derechos a la Compañía General de Crédito de Madrid. El proyecto presentado inicialmente era colocar 108 puntos de luz en la ciudad con un precio de 1/5 de real por mechero y hora, lo que suponía 107.000 reales de vellón al año. El contrato por 30 años y sus condicionantes, había sido prácticamente calcado del suscrito por el Ayuntamiento de Bilbao. El consistorio pamplonés decidió colocar la instalación en la margen derecha del Arga entre los puentes de Arrotxapea y de Santa Engracia, en terrenos propiedad de los hortelanos Francisco Ciriza “Tipula” y Lorenzo Górriz (Fig. 2). La compañía madrileña pretendía la cesión gratuita de dichos terrenos, pero el ayuntamiento no lo consideraba así y tras un costoso tira y afloja que requirió varios peritajes se estableció en 37.000 reales de vellón el precio de la finca, que la empresa finalmente empezó a abonar en julio de 1857. La construcción de la fábrica, ocupando unos seis mil metros cuadrados, fue supervisada por el maestro de obras municipal Jose Mª Villanueva utilizando, entre otros materiales, piedra cascajo de río extraída del Arga en la cercana zona del puente de San Pedro. La obra requirió el permiso de la, entonces, reina española Isabel II a través del Ministerio de Guerra. Navarra acababa de perder en 1847 todos sus derechos ante el estado conquistador y el terreno se encontraba dentro de las zonas polémicas (ZP) en donde estaba prohibido construir para “mantener la seguridad” de la amurallada plaza. Dos años más tarde la instalación estaba terminada y comenzaba a trabajar bajo la dirección de Alphonse L’Enfant al que dos años después sustituyó Léon Chapelle, aunque el verdadero apoderado de la empresa en sus relaciones con el Ayuntamiento fue Lázaro Ralla. Al anochecer del 24 de diciembre de 1859 se inauguraba oficialmente el alumbrado con el encendido de un farol prototipo en el balcón trasero de la casa consistorial. El acto hubo de suspenderse por una copiosa nevada y volver a hacerse una semana después, la noche de fin de año. Los inicios fueron muy difíciles ya que los candelabros colocados al borde de la calle eran frecuentemente rotos por los carruajes a su paso, había frecuentes explosiones y emanaciones de humo y los vecinos se quejaban del mal olor generado por la combustión del gas. Además en octubre de 1864, sin llegar a los cinco años de servicio, la Compañía de Crédito de Madrid quebró y un año más tarde la fábrica fue vendida a Carlos Blanchet. Este, poco después, la revendió a la “Sociedad Holandesa para la explotación de las fábricas de gas en España” con sede en Rotterdam e instalaciones en Burgos, Alicante, Jerez y Valladolid. Quedó al cargo de la fábrica pamplonica durante los siguientes quince años el holándes Wilhem Ochsendorf (Fig. 3).
Fig. 2 Arrotxapea 1895. Arriba a la derecha la Fábrica de Gas con su chimenea. Foto: Altadill.AMP
Fig. 3 Sello de la compañía adjudicataria entre 1865 y 1880.
El conjunto fabril constaba de hasta siete edificios, uno central en donde se ubicaban los 5 hornos (sólo funcionaban dos simultáneamente) de combustión del carbón con su gran y característica chimenea de ladrillo, las viviendas del director, del contramaestre y del portero, el edificio de oficinas, varios cubiertos para talleres, fragua, almacenamiento del mineral, combustible y el coque residual. Dos grandes depósitos cilíndricos almacenaban el gas que luego iba a distribuirse por la ciudad a través de las tuberías subterráneas, regulando su presión mediante gasógenos. Los puntos de luz estaban numerados del 1 al 382, encontrándose los ocho primeros en la propia Arrotxapea, discurriendo la conducción por la cuesta de la Puerta Nueva hasta el número 17 que se encontraba en la Aduana en las cercanías de la iglesia de San Lorenzo. Desde ahí la red de tuberías iba recorriendo todas las calles del casco urbano (Fig. 4). De todos los faroles instalados fueron anulados cinco que se encontraban fuera del Portal de San Nicolás y otro fuera del portal de Tejería. El Ayuntamiento los consideró como inútiles ya que al anochecer se cerraban dichas puertas y no tenía sentido su iluminación. Las luminarias eran encendidas según la zona durante unas horas o toda la noche y también dependiendo de las diferentes fases de la luna, no encendiéndose en las claras noches de luna llena con el consiguiente ahorro energético y monetario. Por estos motivos, las disputas entre la empresa y el ayuntamiento fueron muy frecuentes, además de que las averías eran muchas necesitando levantarse el adoquinado para su reparación. Esto llevó a la imposición de frecuentes multas a la empresa adjudicataria. Así mismo, un celador municipal observaba cada día las farolas que fallaban, descontando después de la factura mensual las correspondientes horas de fallo en la iluminación. La empresa traía el carbón mineral o hulla de fuera, en el ferrocarril recientemente inaugurado y ocasionalmente de una de las pocas minas de carbón existente en Nafarroa, en la población de Salinas de Oro. Precisamente la empresa achacaba los fallos a la mala calidad de este carbón de lignito que perdía poder al mojarse con la lluvia.
Fig. 4 Túnel luminoso con lámparas de gas en el Paseo de Sarasate en 1877. Foto: Col.Arazuri. AMP
De los edificios municipales sólo se iluminaron la Casa Consistorial y sobretodo el Teatro Principal, después Teatro Gayarre, inaugurado en 1841 en la entonces Plaza de la Constitución. El teatro contaba con una gran araña central con 84 boquillas pero también tenían mecheros los palcos, pasillos, escaleras, camerinos e incluso el café que disponía el local. El precio del gas, de un real por punto de luz y sesión, se incrementaba si la sesión era más larga de 4 horas y si el acto iba a ser especialmente largo había que avisar con antelación a la fábrica del gas para que tuviera en cuenta el necesario suministro. Posteriormente cuando el teatro se arrendó, el gasto lógicamente pasó a ser cargo del correspondiente arrendatario. Además del alumbrado público y de estos edificios municipales, la Fábrica de Gas daba servicio también a algunos particulares de la clase más alta de la ciudad. Hasta hace muy pocos años se conservaba en la fachada del Palacio Gendulain en la calle Zapatería de Iruñea una tapa- registro del contador de gas, pieza que desapareció poco después de que dicho edificio se arreglara para utilizarse como establecimiento hostelero (Fig. 5).
Fig. 5 Dibujo de una tapa de registro de una vivienda de Iruñea. VME
Uno de los periodos más difíciles para el suministro fue el del bloqueo de Iruñea por los carlistas en el otoño e invierno de 1874-75. Los casi cinco meses de cerco llevaron a la consiguiente falta de suministros en la ciudad, que incluía también el mineral para la fábrica de gas. Las fuerzas carlistas impedían la llegada de los vagones cargados de hulla que la empresa traía desde Donostia y Baiona, evitando también, el transporte alternativo desde el sur en la aduana del Carrascal. Incluso los carreteros que intentaban hacerlo por los caminos eran asaltados por los carlistas y el carbón era requisado. Eso lógicamente dejó, en aquel duro invierno, las noches pamplonesas sumidas también en la más tenebrosa oscuridad.
A comienzos de 1877 y al cumplirse los veinte años del primer contrato, el Ayuntamiento volvió a sacar la adjudicación a nuevo concurso modificando algunas clausulas importantes, como la rebaja de 6 a 4 maravedíes el precio de la hora/mechero o la obligatoriedad de tener un stock de 150 toneladas de carbón en la fábrica para cubrir cualquier eventualidad. La compañía holandesa tuvo que aceptar, para hacerse con el concurso, un amplio pliego de condicionantes bajo severas multas por anomalías en el suministro. Para intentar mejorar su ya delicada economía solicitó que todos los desperdicios y tripicallería del cercano matadero les fueran entregados para quemarlos junto con el carbón, ya que la grasa animal podía enriquecer el gas producido para el alumbrado. Por otra parte rebajaba el precio de venta del cok residual, utilizado en las viviendas como combustible, incluso llevándolo gratuitamente a domicilio si la cantidad superaba los 500 kilos. A pesar de eso, la empresa no pudo mantenerse ni siquiera un año y en noviembre la fábrica fue embargada debido a las deudas que la compañía tenía con los suministradores del mineral. Pocos años después, en 1880 fue la “Compañía Madrileña de Alumbrado y Calefacción por Gas” la que se hizo con el contrato bajo la dirección de Luciano Bremond. El Ayuntamiento le impuso la obligación de comprar las instalaciones embargadas de la fábrica de Iruñea, cosa que la compañía sólo pudo hacer en 1887, ya muy fuera del plazo establecido (Fig. 5). Ahí se acabó la accidentada historia de la Fábrica de Gas cuyas instalaciones dejaron de producir y pasaron a ser propiedad del Ayuntamiento. El cerrajero lacunzarra Francisco Juango, bajo el mando de directores franceses primero, luego holandeses y finalmente españoles había ejercido de contramaestre casi desde el principio, siendo el alma mater y verdadero director de la factoría. Después de múltiples avatares en la azarosa trayectoria de la fábrica, tuvo que abandonar con tristeza su pequeña vivienda. Para entonces los pioneros de la electrificación de Iruñea, Cipriano Salvatierra, Felipe Ortigosa, José Andreu y Silvestre Garbayo habían comenzado las gestiones y trabajos para cambiar la iluminación pública de gas por electricidad. Precisamente la central productora de electricidad iba a instalarse en el molino de Santa Engracia, muy cerca de la Fábrica de Gas.
Con las instalaciones ya cerradas y en estado de ruina el Ayuntamiento decidió aprovechar el espacio y habilitarlo para cerrar las reses que las diversas ganaderías traían a Pamplona para los festejos taurinos sanfermineros y que hasta entonces se guardaban en el soto del Sario. Esto lo hizo para las fiestas de 1899 y desde entonces se les comenzó a llamar Corralillos del Gas. Montados provisionalmente, se arreglaron e hicieron más definitivos en 1918 (Fig. 6). Además el lugar se utilizó eventualmente para el mercado de cerdos, como perrera, o para el baile de las fiestas de San Lorenzo en Arrotxapea. Sus barracones eran habitualmente alquilados a bajo precio, 5 pts. al mes, por el Ayuntamiento para acoger a personas necesitadas o desahuciadas. En 1932 hubo un proyecto de rehabilitación de las instalaciones que finalmente se desechó y en 1943 se derribaron todos sus edificios para poder habilitar unos nuevos y más amplios corrales para los toros. Estos estuvieron en funcionamiento hasta el año 2004 en que fueron derruidos en el marco del nuevo ordenamiento de la zona y se reconstruyeron en un terreno aledaño. De aquella gran innovación que supuso en el siglo XIX la iluminación de la ciudad con gas solo nos queda un nombre, que recordamos cada mes de julio, los Corrales del Gas.
Fig. 6 Años 20. La nave principal abandonada y los corrales. Foto: L. Rouzaut
BIBLIOGRAFIA BASICA
- Jordán Yera, David (sin publicar). Historia del alumbrado público de Pamplona-Iruñea
VÍCTOR MANUEL EGIA ASTIBIA
Sociedad de Estudios ITURRALDE Azterlanako Elkartea