El 30 de junio de 1521 las tropas castellanas vencieron a las navarras en las campas de Noain, en lo que fue la derrota que consumó la conquista del reino vascón. El estado navarro, reducido territorialmente desde el año 1200, entró en una nueva fase, sin duda de declive, aunque algunas de sus señas de identidad permanecieron, mal que bien, en la parte norte de nuestra nación.
El próximo domingo se volverá a conmemorar en Getze aquella batalla, siguiendo costumbre tan vasca como la de celebrar nuestras derrotas, que no han sido pocas. Cuando se acercan ya los quinientos años de la conquista de 1512, merece la pena volver a reivindicar la memoria de los cinco mil patriotas navarros que cayeron en Noain, defendiendo la libertad del estado navarro, luchando por el mantenimiento de los derechos que como pueblo nos correspondían y nos corresponden.
Dejando a un lado los errores militares que causaron semejante catástrofe nacional, que fueron varios, conviene centrarse en lo fundamental y dejar en la cuneta lo anecdótico. Y lo esencial es que a partir de 1521 el único estado que hemos tenido los vascones quedó en manos de manos extranjeras. Es cierto que hubo oposición popular e institucional a ello, tanto en el siglo XVI como en el XVII; que luego vinieron las guerras carlistas y que ahora seguimos peleando por nuestro derecho a decidir. Pero no podemos ocultar que en este tiempo hemos retrocedido en muchos campos debido a la carencia de una referencialidad estatal.
Hemos sufrido la pérdida del euskara en muchos de nuestros territorios, además del sentimiento identitario. Hemos perdido soberanía para tomar decisiones en campos como la economía, el derecho, las infraestructuras o el deporte. Carecemos de casi todo y enfrentamos el futuro disgregados, partidos, enemistados y, en parte, desmoralizados. Las escasas oleadas de ilusión que hemos podido vivir en los últimos años han sido ahogadas entre el acoso de las potencias extranjeras y nuestros propios desaciertos.
Somos lo que hemos sido, por supuesto, pero sobre todo lo que somos hoy en día y lo que podemos llegar a ser en el futuro. En este momento somos muy poco. No tenemos presencia en el mapa internacional, sufrimos una sangrante división jurídico-territorial y no disponemos de los instrumentos necesarios para lograr acceder al club de naciones de la ONU. Tenemos que tener bien claro que nadie nos va a regalar nada, y menos quienes, desde París y Madrid, pilotan estrategias dirigidas a engatusar a una parte de la población, enfrentándola a la otra, en este caso, la más consciente de la situación de emergencia nacional que padecemos.
Podemos serlo todo. Es decir, podemos llegar a ser un pueblo reconocido como tal, al mismo nivel que los demás. No tenemos que exigir más. Nos es suficiente con no ser menos que Holanda o Montenegro. Pero para ello habrá que impulsar corrientes de opinión y de acción en nuestro pueblo que generen de nuevo la energía suficiente para romper las cadenas que nos impiden volar en libertad.
Recuperando la memoria histórica y trasmitiéndola a los más jóvenes, pero sin caer en historicismos estériles, ni en nostalgias trasnochadas, podemos avanzar, evitando que se produzcan nuevas derrotas como la de Noain. Si al menos aprendemos eso, de algo habrá servido el sacrificio de aquellos cinco mil generosos navarros.