“La de América fue una conquista de violencia extrema”

Antonio Espino desmitifica el afán civilizador en su libro ‘La invasión de América’

No es fácil revisar la propia historia, sobre todo cuando se trata de etapas cruentas que, por intereses patrióticos erróneos, han sido permanentemente maquilladas. Pero Antonio Espino López (Córdoba, 1966) considera que no se puede negar la verdad.

Este catedrático de Historia Moderna de la Universitat Autònoma de Barcelona publica un nuevo ensayo basado en uno anterior, ampliado y puesto al día, fruto de la necesidad de esclarecer y referir las barbaridades que se cometieron en la mal llamada, según él, conquista de América.

El ensayo se titula La invasión de América (Arpa), y lleva por subtítulo: “Una nueva lectura de la conquista hispana de América, una historia de violencia y destrucción”.

La Vanguardia conversa con el catedrático en su despacho de la facultad de Filosofía y Letras de la UAB, y a lo primero que responde es, precisamente, a la necesidad de publicar este ensayo: “Por una parte, la situación que se ha vivido estos últimos años de mucha reivindicación por parte de determinados grupos sociales y políticos en América, que ha conducido a la destrucción de algunas estatuas y que se ha interpretado como obra de vandalismo. Y por otra, las palabras que en el 2019 el presidente de México, López Obrador, dirigió a Felipe VI para que España pidiera perdón, que fueron muy criticadas por determinados ámbitos españoles, que rechazan la reivindicación americana de pedir disculpas por los hechos acontecidos hace quinientos años”.

“Desde España no acabamos de entender esas reivindicaciones –continúa– y yo intento explicar el porqué a partir de un mejor conocimiento de cómo fue la invasión, conquista y ocupación de América. No se piden disculpas, concepto que yo prefiero a perdón, porque España no ha asumido que lo que pasó fueron unos hechos terribles, lamentables, con muchos ejemplos de uso de terror, crueldad y violencia extrema”.

Espino sitúa el origen de esta idealización de la conquista en el franquismo, “una hispanización” que se vende como beneficiosa para los pueblos invadidos y que forma parte de “uno de los grandes fundamentos de la nación española”.

Pone como ejemplo la afirmación del líder del PP, Pablo Casado, de que “después de la romanización, la hispanización es el fenómeno histórico más importante”. Con esa idea “nunca se va a asumir lo que realmente ocurrió”, porque la conquista de América se considera “una historia sagrada, que nunca se puede revisar”.

De hecho, se define como “un imperialismo perfecto, sui géneris, que aporta a aquella gente civilización, religión, una lengua común, avance social… Y nunca actuó ni funcionó de esa forma, porque fue como cualquier otro imperialismo, ni mejor ni peor”.

Su ensayo no deja de ser una réplica documentada y contrastada del libro Imperiofobia y leyenda negra, de María Elvira Roca Barea (Siruela, 2016), un superventas que sostiene la tesis contraria, los beneficios de la conquista de América. Espino considera que “no se es mal patriota si se explica la verdad y se es consciente de nuestra historia; además, ello facilitará las relaciones con los países latinoamericanos”.

El autor diferencia los conceptos de conquista e invasión: “Invasión es más inequívoco, más fuerte y más duro para lo que realmente ocurrió, porque implica la llegada a un territorio y su conocimiento, además de imponer desde el primer momento tus intereses. Las prácticas para domeñar las poblaciones de esos territorios supusieron la pérdida del 70 u 80 por ciento de su población originaria”. En su libro habla de “hecatombe poblacional de dimensiones colosales”.

En palabras de Espino “existió una cultura de la violencia, con unos periodos previos donde se aprende a luchar contra la alteridad”, y cita la etapa musulmana y la conquista de las Canarias. “Durante esas décadas se pone en práctica toda una suerte de fórmulas para que pequeños grupos de conquistadores, la llamada hueste indiana, con la perspectiva de obtener botín, reconocimiento y cargos para los jefes, controlasen esas poblaciones”. Pero no fue fácil, recuerda el autor, y por ello “se recurre al terror”.

Pero hay imperios americanos fuertes, como el mexica y el inca. “Ahí se dan cuenta de que solo con sus fuerzas y su bagaje difícilmente iban a vencer. Así que se alían con grupos aborígenes, y con los indios auxiliares, como los llaman en las crónicas, se consiguió vencer en unas guerras más complicadas de lo que se nos ha explicado. Nos cuentan un desgaste mínimo, con la aportación de la civilización europea y nuevas tecnologías, y se nos ha escamoteado la invasión terrorífica, muy dura para las poblaciones originales”.

En su libro refiere la mutilación de manos, narices, orejas, pechos en las mujeres, también del aperreamiento (echar perros a alguien para que lo maten y despedacen), apaleamientos, herrajes a los esclavos… “Historiográficamente ya son conocidas. Alejandro Magno quemaba poblaciones enteras para someter a las otras, como pasó con Tebas; en Roma se cortaban las manos de los prisioneros de guerra ante cualquier conato de rebelión. Y exactamente igual funcionó en las Canarias y luego se traslada a América”.

En el caso de la esclavitud, distinguen muy bien al varón joven y las mujeres que no son de los indios aliados. “La oficialidad se queda con las mujeres más bellas, son objeto de especulación –señala–. Y cuando Hernán Cortés quiere mandar un mensaje aún más claro, a los esclavos se los marca a fuego vivo; en las Antillas con una F, del rey Fernando el Católico, y en México con una G de guerra, como si fueran ganado”.

No se trata de una guerra moderna. Espino la describe como “hordas de raigambre medieval”. “Es un tipo de guerra muy arraigada en la mentalidad hispánica, con la idea bélica de la guerra de fronteras. Son pequeños grupos, bandas de voluntarios, porque en América no intervino el ejército real, con experiencia en el oficio de las armas en Europa, con una mentalidad de razia y con armas superiores, pero escasas, y con pocos caballos. La fuerza de Cortés fue que, gracias a su carisma, consiguió aliarse con varias etnias enemigas de la civilización mexica. De modo que a los 1.500 soldados españoles añadió por lo bajo 100.000 o 150.000 aliados aborígenes. Así sí se entiende que cayese Ciudad de México. Este factor también se había escamoteado”.

“Cuando esto se ha tenido que asumir, entonces se califica la acción de Cortés, Pizarro y compañía de libertadora. Y la gran mortandad se explica de manera indirecta por las epidemias llevadas allí por los españoles. Aquí se olvidan del sistema colonial, que es una sobreexplotación feroz, con un sistema esclavista encubierto. Dicen que nunca fueron colonias porque jurídicamente eran reinos de Indias y su población eran vasallos del rey. ¿Y eso quién se lo cree? Roca Barea sabe perfectamente que lo que dice es falso. Además, no tenían representación en las Cortes”.

Espino refiere las tres leyes que se promulgaron en el siglo XVI y añade: “Solo el hecho de que haya tres cuerpos jurídicos en menos de un siglo demuestra que se estaban incumpliendo sistemáticamente, y nunca sirvieron para frenar una institución clave en el sistema colonial, la encomienda”.

El autor recuerda todos los testimonios de la época, “solo hay que leerlos”, que refrendan que se trataba de colonias, a pesar del “artefacto político que se construyó”. Y pone como ejemplo el informe que el conde de Lemos, virrey del Perú, envió al rey. Ahí refiere las atrocidades que se cometían con los mineros en Potosí (1670), que no salían de la mina durante seis días a la semana. “Su informe acaba diciendo que no es plata lo que se envía a España, sino sudor y sangre de indios”, concluye.

LA VANGUARDIA