La CUP en la encrucijada

Cuando el 27 de Septiembre las urnas emitieron su veredicto, mi primer pensamiento fue el de “compadezco a Baños”. La aritmética jugaba una mala pasada al país, porque si bien el apoyo a la independencia es indiscutible, la ambigüedad de las cifras ponía en graves contradicciones a un país que, como todos, es complejo y no siempre coherente. Compadezco a Baños porque le he tratado en alguna ocasión, es de mi barrio, y sé que es plenamente consciente de que el peso de la historia se ha lanzado en su contra. A pesar de que la CUP es lo que se podría calificar como OPDI (Objeto Político Difícil de Interpretar), y que las decisiones serán fruto de tensos debates, es consciente de que los objetivos les tienen enfocados y que cualquier decisión que se tome se traducirá inextricablemente en una lluvia de críticas y gesticulaciones. Hemos llegado a un punto en el que, desde las lógicas de cada espacio político, sólo podemos aspirar a una minimización de los daños.

Mirado desde una perspectiva de este extraño conglomerado llamado como Juntos por el Sí, la lógica debería indicar una política parlamentaria convencional: pactos de programa, reparto de asientos, y una dura negociación, que sin embargo, reconoce unas mismas reglas del juego. Esto implica una cierta estrategia de tensión, gesticulación, y algunas dosis de hipocresía. Lo que los adolescentes contemporáneos resumen excelentemente en el concepto “postureo”. Sin embargo, la CUP no es un partido. Ni siquiera una frágil coalición o una confederación de grupos de afinidad. Desde el campo de la ciencia política sería más bien un movimiento, y desde la filosofía, un estado anímico. A pesar de que esté conformado por personas de gran formación, disciplina y rigor, como todo movimiento y estado anímico suele ser voluble y mutante, marcado por paradojas y contradicciones, lo que le permitiría considerar, como decía el presidente Montilla en referencia al tripartito, como a un “artefacto inestable”. Como movimiento, pues, no aspira al poder, sino a modificar la cosmovisión de millones de personas, a empujar gente de diversa clase y condición, a postulados y actitudes políticas contra el sistema actual en el que el neoliberalismo y el capitalismo es aceptado acríticamente por la mayoría. Desde luego no quieren cargos, ni declaraciones, ni entran en la dinámica transaccional, porque hablan un lenguaje diferente. Esto no significa que no quieran medidas tangibles (su programa y su último documento están llenos de ellas), ni que tampoco busquen medidas simbólicas (y la cabeza de Mas ha acabado convirtiéndose en bandera involuntaria).

Es por eso por lo que todo es tan difícil. Es por todo ello que la ansiedad se ha disparado entre un independentismo que se ha convertido en una adicto a las emociones fuertes y que se ha acostumbrado a unas cuantas victorias simbólicas. Es por ello que este elemento que representaba la CUP (que certificaba la transversalidad del soberanismo) representaba un elemento imprescindible para establecer el relato que era el conjunto de la sociedad catalana el que quería una ruptura contundente.

La actuación de la CUP en la última legislatura, la aportación política e intelectual de los últimos años le ha conferido prestigio. Sin embargo, esta expansión que le ha permitido multiplicar los apoyos, la visibilidad y la militancia, también precipita el estallido de las tensiones internas larvadas. Es lógico, esto sucede a cualquier movimiento político que se expande de manera rápida. Porque no hace falta ser un experto para ver que hay visiones enfrentadas sobre muchas de las cosas, especialmente entre aquellos sectores con visiones más puristas, y los que se consideran más pragmáticos. La obsesión por Mas, al fin y al cabo, viene motivada tanto por los hechos concretos de los últimos años (la dimensión neoliberal de muchas de sus políticas y las amistades peligrosas con Felip Puig o Mas Collell) como de la herencia del antipujolismo sociológico presente en parte de la izquierda. El problema es cómo este posicionamiento anti-Mas ha acabado convirtiéndose en eso, una bandera, un símbolo, una obsesión. Y esto está generando un problema inesperado desde la perspectiva de imagen pública.

Porque, ciertamente, la CUP si ha destacado es por acumular en los últimos años una imagen pública potente, como los más trabajadores e íntegros de la clase, que se han ganado el respeto social por su coherencia y firmeza, aunque esto no suele implicar que hayan ganado capacidad de liderazgo, reservado a personajes moralmente más ambiguos. Al fin y al cabo, la mayoría de la gente no es íntegra ni virtuosa, más bien al contrario. Ahora y antes (y probablemente después), la gente suele ser voluble, posee un montón de defectos, no siempre actúa con honestidad y suele caer en la tentación de los comportamientos corruptos. Es por eso por lo que a menudo la mayoría prefiere depositar su confianza en gente imperfecta y carismática, en personas que les engañan. No hace falta ir demasiado lejos en el tiempo ni en el espacio para verlo. Sólo hay que preguntar a nuestros amigos italianos y su peculiar relación con Berlusconi. La virtud, como nos recuerda Maquiavelo, no suele ser lo que se acaba imponiendo en la lógica social y política. Ser respetado no significa siempre ser inspirador o tener demasiada influencia.

A lo largo de estos días de negociaciones discretas, pocas cosas han trascendido. Incluso el hecho de tener cierta proximidad con personas que participan en ellas no aclaran dudas sobre lo que realmente está pasando. Por otro lado no me interesa conocer muchos detalles, aunque ruego que alguien apunte en un dietario lo que pasa para facilitar el trabajo a los historiadores. Sin embargo, si en los primeros días post 27-S la CUP cumplía estrictamente la condición de la discreción, a medida que pasan las semanas sin un acuerdo, la imagen (y los silencios, o la falta de explicaciones claras sobre los motivos del “no”) hacen que poco a poco, los cupaires empiecen a ser presentados como intransigentes. No sabemos prácticamente nada de lo que está pasando en las negociaciones (y me pregunto si los que están presentes comparten este sentimiento), sin embargo, percibo que empiezan a perder la batalla mediática. Y no se trata sólo de que la mayoría de los medios actúen deliberadamente en su contra, sino de las dificultades para hacer entender de manera clara el porqué de este posicionamiento.

Entramos en un “momentum” que en clave de la física podríamos leer como momento crítico en que se puede decidir todo. Todo el mundo está de acuerdo en que un adelanto electoral sería un desastre (quizás no estrictamente político, aunque sí de terribles consecuencias morales).

Nadie me ha preguntado la opinión estos días. Para mí también han sido difíciles, y como ocurre con otra mucha gente, he tratado de aislarme de la tensión del momento. Pienso que nadie está calibrando bien sus fuerzas. Y que en esta transición extraña, las fuerzas políticas deben tomar decisiones en clave de realidad, más que en clave de principios tan elevados como poco útiles. La independencia sólo es posible si existe la mayoría de los sectores sociales implicados. Es muy ingenuo pensar que podremos independizarnos sólo desde los discursos de izquierda, y utópico y absurdo hablar de una República de unas clases trabajadoras (que en buena parte se han dejado embaucar por el voto nacionalista de Ciudadanos y el PP, sólo hay que ver los análisis sociológicos recientes). Juntos por el Sí debe entender que hay algunas reivindicaciones esenciales para construir una república para reunir la mayoría social, como la renuncia a las privatizaciones, o políticas sociales ambiciosas. La CUP ha de comprender que Convergencia no se quiera suicidarse como coalición y sacrificar a su líder natural. Mas puede caer mejor o peor. Es un personaje histórico, como todos los personajes, caracterizado por las contradicciones, por sus glorias y miserias, por sus errores y aciertos. Sin embargo resulta difícil de explicar una obsesión contra una persona que, sin su giro copernicano que le ha supuesto graves consecuencias personales, no estaríamos en este punto de esta historia.

A la independencia sólo podremos llegar si están las Teresianas y los perroflautas, los religiosos y los ateos, los neoliberales y los anarquistas. Esto implica generosidad recíproca. Y tolerancia con las personas. Y renuncia a la capacidad de veto.

https://ca.wikipedia.org/wiki/Xavier_Diez_i_Rodr%C3%ADguez

La CUP en la cruïlla