Es algo que cada vez es más aceptado entre los prospectivistas que trabajamos también en el sector de la energía. Sin embargo, pocos son los países que se han comprometido de verdad con el nuevo modelo porque, en gran parte, no se atreven a eliminar el consumo de petróleo y sus derivados.
La corrupción y la cobardía de nuestros políticos a veces se convierte en un pesado lastre que nos impide avanzar hacia el futuro con inteligencia, ilusión y garantías de éxito.
Tampoco ayuda que el debate sobre el futuro de la energía suela ser un tema muy poco transparente y que se oculten datos para que, de ese modo, los planes sobre el futuro puedan ser fácilmente manipulados por los todopoderosos oligopolios del sector de la energía.
En efecto, existen lobbies muy poderosos en el sector de la energía que no quieren saber nada de una posible sustitución de la gasolina por la electricidad como fuente de energía del transporte por carretera y, por eso, frenan todo lo que pueden y más la introducción masiva del coche eléctrico y el desarrollo de redes eléctricas inteligentes como infraestructura básica para garantizar un completo despliegue del coche eléctrico con éxito.
Son los lobbies petroleros y gasistas y, absurdamente, muchas empresas eléctricas las que se oponen. Muchos políticos no corruptos que sufren todo tipo de zancadillas para no impulsar como quisieran el coche eléctrico, las energías renovables o las redes eléctricas inteligentes, lo saben muy bien.
En Estados Unidos, los líderes demócratas, ante la pérdida del escaño del senador demócrata de Massachusetts, saben que van a sufrir terriblemente este acoso. Por ello, están planteando la posibilidad de tramitar sólo una parte de lo que, a comienzos de la legislatura, era su inicial paquete de reformas.
Impulsarían sólo las reformas menos controvertidas porque la opinión pública esta sensibilizada y las apoyaría. Tal es el caso de los incentivos y ayudas para producir y consumir energía eléctrica a partir de las energías renovables. En especial, a partir de la energía solar y de la energía eólica.
El tema del comercio de emisiones de CO2 y los acuerdos Post-Kyoto —lo vimos claramente con ocasión de la fracasada cumbre de Copenhague sobre el clima— considera que un tema que mejor dejarlo para otra ocasión ya se han reducido mucho las posibilidades de sacar este tema adelante.
Un número importante de senadores demócratas opinan que en el Senado podría atascarse el debate y que de ocurrir ello, bien podría concluir la legislatura sin dar a luz el proyecto de ley sobre el comercio de emisiones de Estados Unidos (Cap and Trade)
Contribuye a ello el hecho de que los republicanos hayan conseguido despojar a los demócratas de la mayoría cualificada que suponía contar con sesenta senadores en el Senado lo que, indudablemente, obligará a Obama a tener que superar nuevos obstáculos.
Por ejemplo, si los republicanos continúan con sus políticas obstruccionistas, el fracaso de muchas iniciativas demócratas va a ser evidente. Así pues, las posibilidades de aprobar los importantes proyectos de ley que Obama tenía en su agenda política se van reduciendo, sobre todo a medida que las elecciones legislativas de noviembre contribuyan a politizar aún más los debates en el Congreso.
Sin embargo, también podría ocurrir todo lo contrario si los demócratas trabajaran de una manera más inteligente con aquellos senadores republicanos e independientes que no están mediatizados por los lobbies.
En efecto, a diferencia de lo que pasó en el debate sobre la reforma sanitaria, se puede contar al menos con algunos senadores republicanos que estarían dispuestos a apoyar una ley sobre el comercio de emisiones de CO2.
Por ejemplo, el senador Lindsey Graham está negociando con el senador demócrata Kerry en un proyecto de ley sobre el clima y la senadora Susan Collins ha apoyado un proyecto de ley demócrata que establece límites a las emisiones de CO2 pero sin contemplar el comercio de emisiones. Algo es algo.
Si Kerry, Graham, Collins y el senador independiente Joseph Lieberman llegaran a un acuerdo sobre el comercio de emisiones de CO2, este proyecto podría resurgir de las cenizas.
De cualquier modo, la cuestión no es sólo la de aprobar o no un determinado proyecto de ley por muy progresista que éste sea. Lo más importante es que dicho proyecto cuente también con un fuerte apoyo y una activa movilización por parte de los ciudadanos y de las empresas.
Si los recientes acontecimientos económicos nos están indicado algo es que la gente está muy preocupada por su viabilidad futura. Un país como Estados Unidos, que tiene una tasa de desempleo cercana al 10%, sabe que es necesario frenar cuanto antes los efectos negativos derivados del agotamiento progresivo del actual modelo socioeconómico que tanto perjudica al empleo.
En consecuencia, un país que se considere serio tiene la obligación de dar prioridad a todas las políticas que contribuyan a la creación de empleo. La apuesta por un nuevo paradigma socioeconómico sostenible, donde el nuevo modelo energético también adquiere principal protagonismo, es la mejor manera de crear los innumerables puestos de trabajo que tanto necesitamos.
Así pues, una apuesta comprometida por una economía que sea sostenible, más temprano que tarde, será algo ineludible para todos aquellos países que pretendan encarar el futuro económico con éxito. Hacer más de lo mismo sólo contribuye a prolongar la agonía. Si no fuéramos tan estúpidos entenderíamos a la primera que el futuro será sostenible o no será.
Los empleos relacionados con la generación de electricidad en base a las energías renovables, para su utilización masiva en todos los sectores económicos, incluido el sector transporte —gracias al despliegue total coche eléctrico— al tiempo que eliminan las importaciones de petróleo, contribuyen también al logro de unos altos niveles de ahorro y eficiencia energética —sobre todo si se cuenta con las necesarias redes eléctricas inteligentes. Un dato muy importante a tener en cuenta a la hora de planificar el futuro.