Si analizásemos este ‘cardo’ abierto a la “nueva ciudad” que es la avenida Carlos III en toda su extensión, nos encontramos con dos nominales evocaciones bajo el auspicio jerárquico militar: el de un antiguo castillo y el de un aguerrido complejo monumental fruto de una contienda. Si de Sigmund Freud dependiera este hecho sería contemplado como un evidente ejemplo de plasmación topográfica, sobre el mismísimo terreno, de dicha relación a través de dos instituciones artificiales (en su expresión) cuales son: la Iglesia y el Ejército: “La Iglesia y el Ejército son masas artificiales;esto es masas sobre las que actúa una coerción exterior encaminada a preservarlas de la disolución y a evitar modificaciones de su estructura.” ‘Civilizada’ la primera, fruto de la colonización imperial que terminó por someter a sus designios la soberanía de nuestro Reyno, de la que tan sólo queda a modo de remembranza algún que otro resto milagrosamente salvado del expolio especulativo, como espacio de interrelación, es decir plaza;hasta hace bien poco, tanto la iglesia como el ejército, directa e indirectamente, han desempeñado un papel principal en la preservación del segundo (habiendo sido recogido y documentado por dos interesantes aportaciones publicadas en Diario de Noticias: la del Ateneo Basilio Lacort, bajo título de La consagración de la desmemoria de 2 de marzo, y la de Tomás Urzainqui Mina, con el de Los Caídos, la “levadura” para siempre de la Cruzada de 5 de marzo del 2019. Esta última especialmente esclarecedora para el tema que vayamos a desarrollar, y ambas dos de connotaciones ciertamente primaverales).
He aquí, por tanto, oculta, una de las imperativas razones por la cual la resistencia al cambio lleva a adoptar en todos sus frentes las formas de la contienda política, jurídica, eclesiística y militar.
La segunda cuestión con que tropezamos es de tipo formal. Casi diríase que tiene que ver con una corriente tan presente en el siglo XX como fuera aquella de la psicología de la forma o “Gestalt”. Todo el conjunto monumental se expresa mediante la combinatoria de tres figuras propias de la dialógica de un sistema de conocimiento basado en la geometr�a sagrada compuesto, al decir de Raimon Arola, por las figuras del círculo, el triángulo y el cuadrado, siendo relevante incidir en su condición atemporal. En opinión de este historiador del arte catalán: “Estas figuras geométricas podrían considerarse como auténticos jeroglíficos simbólicos que explicarían las fases de la creación y, en este caso, no solo tendrían que ver con el inconsciente, como sería el caso en la recopilación de los dibujos de Munari, sino también con un orden cosmológico o divino”. Dicho autor ejemplifica lo mencionado con la puesta en relación del análisis contemporáneo realizado por Francis Yates sobre la obra de Giordano Bruno y de Ramon Llull, trayendo a colación de éste último otro juicio de Paris, para mí sorprendente por absolutamente desconocido, en el que juegan dichas figuras geométricas y que pese a su extensión, no puedo evitar transcribir. Dice así:
“Se cuenta que el círculo, y el cuadrado, y el triángulo se encontraron con cantidad, que era su madre, la cual tenía una manzana de oro y les preguntó a sus hijos si sabían a qui�n debía dar aquellas manzana de oro. Y el círculo dijo que él lo debía tener puesto que había nacido primero y era el que más y mejor corría de sus hermanos. El cuadrado dijo que era él quien debía tener la manzana puesto que estaba más cerca del hombre que el círculo y que era mayor que el triángulo. El triángulo dijo que la manzana debíaa ser para él pues estaba más cerca del hombre que el círculo y más parecido a Dios que el cuadrado. Y, entonces, cantidad le dio la manzana a su hijo triángulo. Pero Aries y sus hermanos y Saturno y sus hermanos respondieron a cantidad y le dijeron que no había juzgado bien, pues (el triángulo) no tenía ninguna semejanza con Dios como un lugar amplio ni profundo, y había semejanza con Dios en el círculo que no tenía ni comienzo ni fin. Y el cuadrado reprendió a cantidad, y le dijo que no había juzgado bien, pues él era más semejante a Dios en los cuatro elementos que el triángulo, pues sin los cuatro elementos los hombres no podría existir, quienes por eso aman y conocen a Dios. El triángulo excusó a su madre cantidad, y dijo que había juzgado bien en cuanto a que él era más semejante al alma del hombre y a la Trinidad de Dios, por el número trinitario, que su hermano el círculo, y el cuadrado, pero que habáa errado al darle la manzana redonda que no era su figura”.
Para terminar Yates encuentra una fórmula de salomónica conciliación del problema no muy diferente a la propuesta por nuestro Consistorio y de la analizada anteriormente desde el pensamiento de Panofsky, explicando “que si bien la cantidad le dio el premio al triángulo (la Trinidad), se la dio bajo la forma de un círculo (los cielos), de los que dependía el cuadrado (los elementos), de modo que las tres figuras acabaron formando parte de la respuesta”.
En la relación entre el mito y la ciudad esa es también la búsqueda emprendida por Eros, que según ha de añadir E. Grassi, no es un dios sino un daimon. La diferencia es sustancial: “Lo demónico consiste en no haber acabado, en estar de camino, en no haber llegado aún […] Como Eros está “en medio” entre ser y no-ser, como es un demon, se le encarga la tarea de mediador: Interpreta y comunica a los dioses las cosas de los hombres y a los hombre las de los dioses, súplicas y sacrificios de unos y otros llena el espacio entre ambos, de suerte que el todo queda unido consigo mismo como un continuo.”
Deberíamos tomar en consideración el que Eros pertenece a una genésica triada mitológica primordial formada a una con Caos y Gea, como asa también induce a pensar el que tal vez estemos urgentemente necesitados de recorrer la misma erótica relación basada en la “abstracción”, que tal y como sugiere Hans Blumenberg se encuentra en la mismísima identidad fundacional de la ciudad (“pues la forma de vida urbana favorece un mayor grado de abstracción en la captación de la realidad”) así tanto como en los inicios del arte contemporáneo. Y en definitiva, tal vez cupiera recapacitar sobre el hecho de que esta corporativa solución propuesta por el Consistorio provenga, bienintencionadamente, de esa imperativa necesidad de compartir la manzana, más si es de tan preciado material, aun a sabiendas de que fuera el fruto de un árbol prohibido del que habría de derivarse todos los males para la humanidad.
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