Turquía vuelve a situarse en medio de una tormenta mediática con importantes lazos más allá de las fronteras del actual estado turco. La interrelación de muchos asuntos, que tienen de protagonista a Turquía, acaba derivando en torno a intereses de otros países y a las relaciones de éstos con el estado turco. Si la gota que ahora parece colmar el vaso de “la paciencia” turca ha sido la resolución del Comité de Relaciones Exteriores del Congreso estadounidense en torno al genocidio armenio, unido ello a la ofensiva del PKK kurdo, que ha costado cerca de treinta víctimas mortales en las filas del ejército turco, lo cierto es que toda esta cadena de acontecimientos, así como otros que pasan más desapercibidos en Occidente, ha supuesto una firme reacción por parte del gobierno del AKP.
Detrás de todo ello podemos ver un doble pulso, el primero en torno a la lucha de poderes en el propio estado turco, que no ha acabado tras las recientes elecciones legislativas y con el nombramiento del nuevo presidente (ambos hechos analizados como una clamorosa victoria del gobernante AKP), mientras que el segundo se centra en las relaciones exteriores de Turquía, que hasta la fecha han estado en la órbita de Washington y que en los últimos tiempos pueden estar tomando otra dirección.
Las últimas elecciones turcas han supuesto un importante apoyo popular para el proyecto del AKP, y esto no ha gustado a los grandes derrotados locales (ejército, antiguas élites políticas y buena parte del viejo aparato burocrático del estado) que todavía mantienen las esperanzas de situar la balanza del poder a su favor. La batalla entre “democracia o segurocracia” continúa en Turquía. El importante avance del AKP en todo el país, incluidas las zonas de Kurdistán norte, ha creado expectativas contraproducentes para los viejos poderes fácticos que no dudan en aprovechar cualquier brecha para presionar al gobierno turco y ponerle ante complejas tesituras.
La sociedad turca vive con intensidad, y con diferentes sensibilidades, todo un abanico de debates en torno “a los militares y el militarismo, Islam y sus prácticas, las leyes religiosas, el laicismo, el ‘asunto armenio’, la llamada dignidad nacional, el tema kurdo, Europa…”. Y en muchas ocasiones desde Occidente se quieren aplicar esquemas preconcebidos a la hora de analizar esas sensibilidades, obviando la compleja realidad turca o trasladando allí parámetros eurocéntricos totalmente erróneos e inservibles para analizar y comprender lo que ocurre en Turquía.
La resolución en torno al genocidio armenio se nos presenta como la clave para entender los acontecimientos de estos días y las posibles reacciones turcas, pero en el pasado, en 2000, existió un precedente similar, pero se quedó en intento ya que el entonces presidente estadounidense, Clinton, logró frenar la iniciativa. Además, sin menospreciar la importante repercusión en la opinión pública turca de esas actuaciones, lo cierto es que existe otra realidad que preocupa todavía más a los dirigentes turcos (y en esto coinciden las diferentes sensibilidades), y no es otra que el llamado “asunto kurdo”.
La consolidación de un ente propio en el sur de Kurdistán, hoy en día bajo las fronteras de Iraq, con un importante efecto de atracción hacia las demandas de independencia del conjunto del pueblo kurdo, y con la consiguiente pérdida de la “unidad territorial” turca, preocupa seriamente a todos los sectores que se disputan el poder en Turquía. Más allá de la resolución reciente sobre el genocidio armenio, en Ankara disgustó todavía más la votación del senado estadounidense el pasado mes, donde una mayoría aplastante aprobó dividir Iraq en tres zonas (sunita, chiíta y kurda), y en esa coyuntura los sectores partidarios de una intervención militar en el sur de Kurdistán parecen haberse impuesto incluso entre las filas del gobernante AKP. Así, una intervención calmaría los ánimos de los militares y de buena parte de la opinión pública, pero podrían tener consecuencias muy peligrosas para Turquía a medio o largo plazo. No obstante, hay quien apunta que con esa medida, Ankara quiere poner el balón en el tejado de Bagdad y Washington, para que intervengan contra el PKK kurdo.
De todas formas debe quedar claro que la “operación militar más allá de las fronteras turcas no es la solución, sino que es una maniobra muy peligrosa y que puede acarrear serios problemas a Turquía”. Además, en el pasado ya se ha visto que operaciones similares no han podido acabar con la resistencia del pueblo kurdo. Desde 1984, con la irrupción en escena del PKK, el estado kurdo ha intensificado su represión contra los kurdos, y a pesar de los innumerables intentos por acabar con las demandas kurdas y con el PKK, ambos siguen sin ser derrotados.
La clave para interpretar esa realidad la aportan diferentes periodistas turcos, como Umur Talu, columnista de Sabah, que señala cómo “el estado, periodistas, políticos, militares, académicos y una parte importante del pueblo turco todavía no se han preguntado porqué Turquía sigue teniendo un problema con el PKK a pesar de los años de lucha contra el mismo”. La búsqueda de las raíces del enfrentamiento es también abordada por Taha Akyol, de Milliyet, quien apunta que “Turquía no ha sabido afrontar el asunto kurdo, no ya en los últimos 23 años (desde la presencia del PKK) sino desde los últimos ochenta años”.
En este teatro también tiene su importancia las relaciones internacionales, así el jefe de estado, el general Yasar Büyükanit ha señalado que “el daño causado a las relaciones entre Turquía y EEUU” ha sido enorme. Por su parte algunos analistas occidentales afirman que “EEUU puede permitirse perder a Turquía, pero ¿puede Turquía perder ese preciado aliado?”. Y en este punto, es donde señala con acierto el profesor Francisco Veiga que “la jugada de Washington es arriesgada”. Desde Ankara se lleva tiempo desarrollando lazos importantes de colaboración con Irán y con Rusia, dos actores importantes en la escena regional e internacional, y ello es contraproducente para los intereses de Washington.
Otros actores afectados en esta crisis son Europa, perdida como siempre y con un importante enfado hacia Turquía, a quien acusa de la última subida del precio del barril de petróleo por sus amenazas intervencionistas, o Israel, aliado de EEUU y Turquía en la región, pero que ha visto dañada su postura por el apoyo del lobby judío a la reciente declaración sobre el genocidio armenio.
En las próximas semanas asistiremos a nuevos movimientos para desequilibrar la balanza turca en una u otra dirección, pero de momento el equilibrio que demanda la situación no está en ese horizonte, y las repercusiones tendrán una importante lectura en clave interna turca, pero también en aspectos de política exterior.
* Txente Rekondo. Gabinete Vasco de Análisis internacional