Una vieja máxima del periodismo asegura que, en las páginas de urgencia de un periódico, no caben ni la historia ni la prehistoria; sólo la cruda actualidad. He ahí una verdad de la prensa escrita, ésa a la que tanto acusan de ir cargada de medias verdades, rumores y mentiras de pura cepa. ¿Cómo explicar, entonces, el hallazgo de noticias frescas en las cuevas de Santimamiñe, donde no vive nadie…? Sólo cabe una conclusión: la prehistoria está de actualidad.
El viejo arqueólogo francés André Leroi-Gourhan abogaba, a mediados del siglo pasado, por una investigación de los hechos y no de los objetos. No se hace prehistoria coleccionando hachas de piedra, como no se hace botánica cosechando hortalizas para la ensalada, dejó dicho para escarnio de coleccionistas prófugos que asaltaban los yacimientos a medianoche y emprendían la huída. Quiere decirse que todos los hallazgos descubiertos ahora en Santimamiñe no son sino renglones donde está escrito nuestro pasado. Es hora de que los especialistas descifren este jeroglífico compuesto por sílex, monedas, conchas marinas, pinturas rupestres y hasta la mandíbula de una calavera. Son los hombres de las cavernas quienes nos hablan desde el más allá y, lejos de crear un alboroto alrededor de estas apariciones, conviene guardar silencio para escuchar lo que dicen.
Se habla, y mucho, del pasado de los pueblos. Los retrovisores de la historia, es cierto, muestran la senda seguida. Ocurre, no obstante, que el hombre prehistórico, al que la genética diseñó como nómada (con el actual ocurre lo mismo, pero el sofá reta a