El mundo es un juego de contrastes. En España la justicia sigue haciendo de las suyas, parapetada en una especie de ancho ibérico judicial, un molde de injusticia único. Una vía T que va directa a la prevaricación del poder judicial, hecha de oscuridad, de guerra sucia y de una arbitrariedad insoportables. Con este escenario de fondo, Junts ha traído al Congreso una nueva votación sobre el reconocimiento de Kosovo. El resultado –un no mayoritario– certifica la mirada miedosa, tramposa y radicalmente antigua de la España política, marcada –siempre, siempre, siempre– por el problema de Cataluña.
Era muy fácil. Junts instaba “el gobierno español a reconocer a la República de Kosovo como Estado soberano”. O sí o no, y la conclusión que puede sacarse, clarísima: Kosovo es una realidad incómoda y el ‘Palestine style’ de Pedro Sánchez, un bluf.
Refresquemos la memoria. Kosovo es un estado de derecho y democrático que declaró su independencia de Serbia en el 2008. Dos años más tarde, en 2010, el Tribunal de La Haya avaló esta declaración. Además, 104 países de Naciones Unidas han reconocido a Kosovo, y en Europa, de 27 estados, sólo hay cinco (Chipre, Grecia, Rumanía, Eslovaquia y España) que todavía no lo han hecho, incapaces de asumir que Kosovo es independiente y que tiene el aval internacional.
Para el Estado español –que en esta cuestión se alinea con el temible Putin–, Kosovo es el ogro. Para España, Kosovo no es Kosovo, sino Cataluña.
Aparte, el no del Congreso ha topado frontalmente con los argumentos que se han utilizado, de justicia y solidaridad, en el reconocimiento expres de Palestina. Esta incoherencia debilita el sueño de la izquierda oficial de convertir a Sánchez en el nuevo ‘enfant terrible’ de la escena internacional. Pero todo es un castillo en el aire y la España política debería asumir –¡ya sería hora!– que la democracia no es una partida de la Play a las tres de la madrugada.
En cuanto a la derecha, Feijóo no tiene intención de acercarse a los estándares europeos, por si acaso. El PP vive empeñado en equivocarse y cada día se asemeja más a Vox, eso sí, sin gastar ni Varon Dandy ni ese bigote desgajado de los ultras que no lo disimulan.
El debate también ha tenido una derivada esclarecedora. El PSOE ha puesto al descubierto sus contradicciones, así como las debilidades del widget político de Díaz, Colau y Albiach. De hecho, la abstención de Sumar desenmascara a los más valientes de la clase, que cuando llega la hora de la verdad, son débiles y por débiles, irrelevantes.
Dicho esto, el caso del PSOE merece una segunda reflexión. ¡Tanto que les gustan las genialidades y, al final, sus convicciones son gaseosas como el humo! ¿En qué quedamos? ¿Palestina es esnob y Kosovo de segunda? El ‘Freedom for Palestine’ de Sánchez es una mala imitación de JFK seduciendo Berlín en el verano del 63 con su “Ich bin ein berliner”. Sólo ha sido necesario rascar un poco para ver que, cuando hablamos de Kosovo, Sánchez es como Aznar, el fanfarrón de las Azores, un líder valiente a ratos, atado a los miedos infantiles de siempre.
Junts ha reintroducido al hombre del saco en la agenda política. Una vez más, hablar de Kosovo es hablar de Cataluña –puro estrabismo– y PP y PSOE se esfuerzan en demostrar que la lucha de Cataluña por su plenitud nacional sigue siendo la gran pesadilla de España. Ahora que volvemos a vivir días de golpe de toga y mafia judicial, ésta no es una lección menor. Tomemos nota.
EL PUNT-AVUI