Antoni Batista
“Si le dices que quieres entrevistarlo, te mandará a la mierda”. Me avisó Paco Ibáñez mientras subíamos con el ascensor que nos llevaría al ático luminoso de Jorge Oteiza, en Zarautz. Paco hizo las presentaciones y cuando Oteiza soltó “¿Y éste, qué quiere?”, le respondí “Hacerle una entrevista”. “¡Venga, primera pregunta!” Guion trastornado y una entrevista redonda como sus esferas, que se publicó en el dominical de La Vanguardia el 23 de febrero de 1992, con unas fotos excelentes del gran Alguersuari. Empezamos a tratarnos y cada vez que iba a verlo me invitaba al asador Zubi Ondo. Siempre el mismo menú: percebes con poca sal y el clásico besugo al estilo de Orio, su pueblo.
Jorge Oteiza Embil es uno de los escultores de referencia del arte contemporáneo, tiene obra en los mejores museos y colecciones del mundo y su originalidad única ha creado escuela: vaciar la materia para resaltar la energía. Oteiza es el escultor de lo invisible, en contraste con la disciplina plástica antagónica que cultiva la masa, las dimensiones y los kilos. Él partía de piezas pequeñas que elevaba a grandes para el espacio público que adoraba y veneraba, y buscaba caminos a la trascendencia a partir de un cristianismo tan militante como pasar el rosario con su esposa, Itziar Carreño Etxeandia, antes que la muerte los separara. La Iglesia oficial tuvo muchos años en cuarentena a sus apóstoles de la fachada del santuario de Arantzazu, que es la traducción al euskera de Montserrat, pero la Providencia debía de intervenir y allí están. Y no son doce, sino catorce, para dar a entender que Jesús de Nazaret tuvo muchos más seguidores que los canónicos. Si pueden ir hasta Oñati, contemplar a los apóstoles de Oteiza es pura contemplación metafísica a partir de la física materialidad no materialista de la piedra.
Ante el Ayuntamiento de Bilbao tiene una ‘Variante ovoide de la desocupación de la esfera’, en acero patido como metonimia de los barcos y las gabarras que surcaban la ría en el tiempo oxidado de la siderurgia. En la plaza del Triángulo de Tolosa se encuentra el impresionante Atauts, la puerta vacía que se abre al más allá, y en uno de los accesos de la ciudad, en Benta Aundi, el homenaje a Txabi Etxebarrieta, el primer muerto de ETA, ejecutado allí a bocajarro en 1968. Oteiza allí plantó la escultura sin pedir permiso a nadie. Fue inolvidable el día que me llevó, mientras razonaba que una cosa era la ETA que luchaba contra la dictadura y otra la de la banda de criminales -de este modo los calificaba- que sembró tanto luto en democracia. En Iruñea tiene uno de los homenajes genéricos a aquellos “soldados” y a los de la Guerra Civil, ‘Retrato de un gudari llamado Odiseo’. En Donostia, la ‘Construcción vacía’, en el Paseo Nuevo, un extremo de la Concha que al otro lado limita con el ‘Peine del viento’ de Chillida, la resolución positiva de una de las más sonadas enemistades de la historia del arte, de la que apenas se salvaba a nadie más que Gaudí, Picasso y Alfaro.
En Barcelona, Oteiza tiene mucha obra en el Macba, como uno de los gudaris, y le da la entrada desde la plaça dels Àngels con ‘La Ola’, ‘La Ona’, donación que hizo a la fundación del museo que presidía su amigo Leopoldo Rodés, que la patrocinó a través de su empresa Media Planning. A Rodés le dedicó la maravillosa pieza que ya forma parte del imaginario imaginativo de Barcelona: “A Leopoldo Rodés, artista del frontis, mecenas oculto de las dos paredes”, en alusión a la afición al frontón que compartían.
Las últimas veces que habíamos hablado me explicaba los senderos ocultos del secreto más íntimo de cambiar la escultura por la escritura, la pasión por las etimologías ancestrales de los primeros euskaldunes en su viaje iniciático hacia Oriente en busca del Vellocino de Oro, mientras legaban topónimos de antiguos asentamientos naturalmente líticos a nuestro Pirineo. Buscaba registros metafísicos de lenguajes místicos, por eso le habría gustado ser músico, pero lo que más se acerca a la música es la poesía: “Con la poesía me comunico con algo trascendente, dentro de una gran intimidad”. Me regaló el poemario que escribió tentando esta comunicación con su mujer, fallecida hacía poco tiempo, y la dedicatoria que me hizo la firmaba con su nombre, Itziar. Versos sentidos: “Nuestro cuarto de siempre para los dos/ encendida nuestra última ventana/ en el hotel del cielo…
ARA