En la reciente inauguración del tramo gerundense del TGV, cuando una diligente Alicia Sánchez-Camacho se apresuró a presentar Pere Navarro a Mariano Rajoy -el primero le había hecho saber que no se habían saludado nunca-, el presidente español se detuvo un momento y dijo al secretario general del PSC: “Hay que recuperar el sentido común”. Y siguió su camino… Sí, ya sé que lo más comentado de la jornada fueron los discursos de Mas, Rajoy y del Borbón pequeño- éste, en un bilingüismo digno del más avanzado discípulo de Ciutadans-, y sus conversaciones intencionadamente irrelevantes durante el trayecto para que fueran reveladas como síntoma de “cordialidad fría”. Pero lo que a mí me interesa es aquel breve intercambio no protocolario de saludos cazado al vuelo. Me explico.
‘Sentido común’ es una expresión que utilizamos para atribuir carácter razonable a una acción o a una idea sobre la que, generalmente, no tenemos argumentos. Decimos de algo que es “de sentido común” apelando a una evidencia que nos parece que no necesita demostración. Y es que la fuerza de este concepto recae en la palabra común. Es decir, en lo que consideramos que es compartido por la mayoría de los mortales y que no es una disparate. Pues bien: cuando Rajoy dice que “hay que recuperar el sentido común”, carente de argumentos convincentes, manifiesta de manera clara y diáfana que cree que todo es un lío provocado por el hecho de que algunos catalanes -y, particularmente, el presidente Artur Mas- nos hemos vuelto tontos, y que sólo se trata de esperar a que se nos pase el arrebato y nos dejemos hacer entrar en razón. Rajoy delata que España no se sabe imaginar a sí misma sin Cataluña, aunque históricamente haya vivido cómodamente instalada en el desprecio a la catalanidad, como si no le perteneciera y a menudo le estorbara. Quiero decir, en definitiva, que antes de que un caso de choque jurídico o constitucional, para los españoles la secesión de Cataluña supone un choque mental de momento insuperable: les queda fuera de su “sentido común”.
Esta falta de argumentos se volvió a constatar en el discurso lleno de tópicos de Rajoy, particularmente al sostener que esa línea de tren había sido posible gracias a ir juntos -me vuelve a sonar a Ciutadans-, que para él significa pertenecer al mismo Estado. Falsedad de toda falsedad: precisamente es el hecho de pertenecer a España lo que ha retrasado años y años la posibilidad de una conexión rápida de ancho de vía europeo con el resto del continente. Y, además, si no pertenecer a un mismo Estado fuera un obstáculo insalvable para el éxito de la línea, ¿qué sentido tendría hacerla “juntos” con Francia? Y, además, ¿verdad que el término juntos no tiene ningún sentido si no se refiere, precisamente, a la colaboración de dos entidades distintas? En definitiva, con respecto al caso, ni ir juntos ha representado una ventaja ni estar separados habría sido ningún inconveniente.
Tiene mucha gracia que Rajoy hiciera este comentario a Pere Navarro porque, con cuatro días de anticipación, le adelantaba cuál sería la posición de Rubalcaba en el consejo federal del PSOE. La argumentación de Rubalcaba ante el derecho a decidir tímidamente defendido por el PSC es exactamente la misma de Rajoy: no puede ser y, además, es imposible. En cambio, con la habitual condescendencia perdonavidas, a Navarro le han prometido una futura pero limitadísima reforma de la Constitución. Sin embargo, el secretario general del PSC haría bien recordar que la última vez que el PSOE ofreció algo parecido se acabó con la traición a Pasqual Maragall, a quien echaron del Gobierno y empujaron a dejar el partido.
Por cierto: mientras aquí se apelaba al sentido común para negar el derecho democrático de los catalanes a decidir su futuro, el Parlamento británico hacía público el informe elaborado por Commons Scottish Affairs Committee sobre el referéndum escocés. Un informe que reconoce el derecho a decidir de los escoceses y recuerda que, tanto si gusta como si no, habrá que aceptar la voluntad democrática. Allí donde Rajoy pide sentido común para negar el derecho a decidir, los británicos simplemente piden juego limpio. Ciertamente, dos casos difíciles de comparar.