¿Normal o en catalán?


Primera anécdota. Un amigo mío fue un domingo al quiosco a comprar el diario y oyó cómo un cliente pedía “El Periódico”. El quiosquero le preguntó, sin gota de malicia: “¿Lo quiere normal o en catalán?”

Segunda anécdota. Otra persona amiga tiene colgado a su despacho un gran mapa del mundo -de hecho, una fotografía por satélite- comprado en Australia, donde Australia queda en el medio, el hemisferio sur es a la parte de arriba y el hemisferio norte a la parte de bajo. Un visitante le preguntó un día: ¿cómo es que tienes este mapa del mundo cabeza abajo? ¿No podrías colgar uno normal?

Estas dos anécdotas combinadas sirven para muchas cosas. Las últimas semanas, podían servir para analizar el lenguaje que se ha empleado para explicar los curiosos pactos postelectorales vascos. Sirve también para responder a la pregunta que tantas veces nos hacen a quienes escribimos en catalán sobre por qué mantenemos esta extraña obsesión, pregunta que no hacen nunca a quien escribe en castellano, en francés o en inglés. O sirve para comentar la noticia según la cual en Mestalla, a la final de copa entre Barça y Bilbao, pondrán el himno español a tantos decibelios como puedan, para evitar que las dos facciones politicen el partido. O, incluso, para analizar algunas de las reacciones que ha provocado el documento de bases de la ley del cine catalán, que pide que haya copias de los films dobladas o subtituladas en los dos idiomas. O sobre las “costras” nacionalistas supuestas a los medios de comunicación.

En todos estos casos, y en muchos más, se reproduce de hecho la anécdota del quiosquero. El Periódico tiene una versión en catalán y una en castellano. Pero para el quiosquero hay una normal y otra en catalán. Esta percepción es más generalizada que parece. Hacer las cosas en castellano es hacerlas normales, sin carga ideológica, tal como toca. En cambio, hacerlas en catalán exige una voluntad añadida, de carácter necesariamente político o ideológico. Escribir o leer en castellano aparece como un hecho neutro, sin significación política, hijo de la normalidad. Hacerlo en catalán es el producto -siempre un poco sospechoso- de un voluntarismo político, de unas ganas de imponer la propia lengua. Y así se critican como monstruosas cosas que se piden para el catalán, si bien al mismo tiempo también se piden para el castellano sin que nadie se dé cuenta. Recuerdo que hace unos cuántos años alguien puso el grito en el cielo porque se pedía el catalán para obtener una plaza de albañil en no sé qué ayuntamiento de Cataluña. Resulta que a la misma convocatoria se exigía también saber castellano, pero de esto nadie se dio cuenta. Era natural y, por lo tanto, invisible. Es aquello: normal o en versión catalana.

Pero también el mapa australiano nos ilumina sobre estos debates. Es imposible mirar el mundo desde ninguna parte. Todo el mundo tiene su punto de vista. Todo el mundo hace el mapa del mundo desde su punto de vista: los australianos ponen el hemisferio sur arriba, nosotros ponemos el hemisferio norte, los americanos ponen América en el centro del mapa… Todas estas miradas son convencionales. Por lo tanto, no hay un mapa del mundo del derecho y otro cabeza abajo. Siempre nos parece que el que es cabeza abajo es el de los otros. A nosotros, el de los australianos. A los australianos, el nuestro. En un choque entre convenciones diferentes, acaba imponiéndose quien detrás tiene más fuerza. Los musulmanes norteños de África hacían el mapa del Mediterráneo en la edad Media -al-Idrisi, por ejemplo- poniendo en la parte superior la costa africana y en la inferior, la europea. Pero el norte venció el sur, y convirtió su mirada en la mirada normal, en términos del quiosquero. Cada cual tiene derecho a hacer el mapa del mundo según su punto de vista. Con dos condiciones. Una, que no se crea que la suya es la buena y la otra es la equivocada. Que la tuya es la normal y la otra la rara. Dos, que nos diga desde donde se lo mira.

Publicado por El Temps-k argitaratua