Hace pocos días, India desbancó a China como país más poblado del mundo: 1,4 mil millones de personas. Pero más allá de esto, ¿cuál es el potencial económico del país? ¿Tiene la capacidad de asumir el papel que tiene China para Occidente?
No sería la primera vez que hay una reconfiguración del orden mundial y el multimillonario Nandan Nilekani es uno de los que estira y empuja sus límites. Él y su empresa han vivido el ascenso en primera persona y, a su juicio, el milagro volverá a repetirse muy pronto. Pero esta vez para todo el país. “Hace mucho tiempo que no he vivido una euforia como la actual”, afirma.
Nilekani tiene 67 años; está sentado en una sala de reuniones en la sede de su fundación, en Bangalore. Aquí dentro está tranquilo y fresco. Fuera, los coches y las motos serpentean por las calles. En veinte años, la población de esta metrópolis del sur de la India se ha duplicado hasta llegar a unos 13 millones de habitantes. No existe empresa tecnológica que no tenga una oficina. Docenas de edificios resplandecientes se erigen entre palmeras. Bangalore es la encarnación de la externalización empresarial y de la globalización. Empresas informáticas, ‘call centers’… cientos de miles de puestos de trabajo que se esfumaron de Europa y Estados Unidos en la década de los noventa y que reaparecieron aquí.
Y quienes se beneficiaron fueron personas como Nandan Nilekani. Hace más de 40 años, él y varios colegas destinaron 250 dólares a fundar ‘Infosys’. Hoy, la empresa emplea a más de 340.000 personas y genera unos ingresos que rondan los 18 mil millones de dólares. Uno de los cofundadores es el suegro del actual primer ministro del Reino Unido, Rishi Sunak.
El equilibrio mundial se ha reordenado y en Nueva Delhi lo miran con satisfacción. No paran de llegar jefes de estado y altos directivos empresariales que vienen a llamarles a la puerta, sobre todo ahora que Rusia ha invadido Ucrania y que China se dedica a realizar demostraciones de fuerza. Ahora que se habla de una posible segunda Guerra Fría, el “Primer Mundo” quiere hablar de tú a tú con lo que antaño llamaba el “Tercer Mundo”.
Sin embargo, hay una pregunta que planea como una sombra: ¿India puede convertirse en lo que China ha sido durante mucho tiempo, el motor de la economía mundial? ¿Puede ser una auténtica alternativa democrática? ¿Este país, que todavía es pobre, puede convertirse en uno rico? ¿Quizás incluso en una superpotencia?
Las cosas se mueven, esto es seguro. Mientras la economía mundial se tambalea, la India se mantiene firme. Según el FMI, la contribución que el país hará este año al crecimiento global será de un 15%.
Además, no podemos olvidar que el 14 de abril la India superó a China como país más poblado del mundo. La fecha es un cálculo aproximado realizado por Naciones Unidas, así como la cifra de habitantes: 1.425.775.850 indios. Tres veces más que la población de toda la UE; más que los habitantes que viven en Norteamérica y del Sur juntas. Casi uno de cada cinco habitantes del planeta.
Y la población de la India es joven, más joven que la china. Y los salarios son relativamente bajos. El potencial es ingente.
Muchos creen que a India le ha llegado el gran momento. El país está envuelto en un aura de optimismo. “No cabe duda de que India será una de las economías que crecerán más rápido en los próximos diez años”, explicó recientemente el politólogo Kishore Mahbubani, de Singapur. “No sé cómo lo ha conseguido, el primer ministro Modi, pero ha despertado al gigante durmiente”. La banca de inversiones Morgan Stanley incluso cree que hemos entrado en la década de la India. El multimillonario Nandar Nilekani es de la misma opinión: “Todas las piezas encajan”.
Sin embargo, en la ciudad de Bangalore, donde Nilekani se ha hecho rico, es fácil ser optimista. Si bien en esta capital tecnológica también hay pobreza, corrupción y caos viario, la ciudad permite vislumbrar lo que podría convertirse en la India del futuro. La tasa de nacimientos es similar a la de Europa occidental. Los jóvenes, hombres y mujeres, pasan los sábados por la tarde en cafeterías donde pueden pedir cerveza del trigo y donde las máquinas de café silban como hacen las de Berlín.
Aquí se pueden encontrar padres y madres que apenas saben leer ni escribir, pero que han enviado a su hija a estudiar Ingeniería, Informática o Matemáticas. Nada de Literatura y Filosofía, sino carreras que los progenitores más ambiciosos saben que tienen futuro .
En otros lugares del país, sin embargo, la situación no es tan bonita. Hay muchos pueblos donde la gente todavía prepara la comida en cocinas de leña y donde todavía tienen que pasar por caminos que quedan totalmente embarrados durante la temporada de lluvias. Lugares en los que casi todos los niños van a la escuela, pero donde la calidad de las instalaciones estatales a menudo es deficiente.
Nilekani se reclina en la silla y sonríe. Es consciente de las reservas y del escepticismo de muchos extranjeros. Él mismo destina buena parte de su fortuna a iniciativas que mejoren la educación de los niños y niñas del país.
Este año se prevé que la economía de la India crezca un 6%. Solo existe otra gran potencia económica capaz de obtener cifras mejores: Arabia Saudí. En septiembre, India será el país anfitrión de la cumbre del G20 y el mundo entero les observará con atención otra vez.
Ahora son muchos los que llaman a la puerta de Nilekani para que les explique cómo funciona el país. No sólo ha vivido la transformación de la India, sino que ha contribuido activamente a ella. Por encargo del gobierno, se encargó, de “Aadhaar” —el fundamento—, un proyecto de dimensiones colosales: un documento de identificación revolucionario que pone los pelos de punta a los defensores de la privacidad de datos. Casi todos los ciudadanos indios disponen actualmente de una tarjeta de plástico donde se almacenan las huellas dactilares y otros datos biométricos. Ha sido la primera vez que se han identificado a millones de personas gracias a ello.
Sin documento de identidad, muchas personas pasaron tiempo sin poder abrir una cuenta bancaria. Hoy, la mayoría de adultos del país tienen uno. También sirve para transferir directamente las ayudas sociales. De este modo, el Estado se ahorra burocracia y los beneficiarios reciben más dinero porque no deben pasar por los intermediarios que se dedicaban a llenarse los bolsillos con el dinero que les pasaba por delante.
Nilekani también contribuyó a crear un sistema de pago que él llama “las vías del mundo digital moderno”. Gracias a este sistema, hoy en día los indios pueden transferir dinero de un teléfono a otro en pocos segundos… y sin pagar comisión alguna.
Para Nilekani, la tecnología es la clave para resolver los principales problemas de la humanidad. “Siempre me hago la misma pregunta: ¿cómo aprovechar la tecnología para hacer avanzar a la India? ¿Cómo mejorar la vida de las personas?” En este sentido, se asemeja al primer ministro Modi.
Para Modi, la digitalización es también una potente herramienta para conseguir uno de sus principales objetivos: erradicar la pobreza. El gobierno ha trabajado mucho. De hecho, en los últimos 20 años, más de 400 millones de indios han salido de la pobreza.
A Modi le gusta simular que todo ha sido gracias a él. De hecho, él mismo refleja la esperanza de que todo es posible, puesto que proviene de una de las castas inferiores. Su padre se dedicaba a vender té en la estación de una pequeña ciudad en el oeste de la India. Hoy, Modi tiene más poder del que han tenido la mayoría de los primeros ministros que le han precedido. Durante la campaña electoral hizo gala del gran diámetro de su pecho (142 centímetros). También es el primer primer ministro nacido después de la independencia del país. Además, cuando viaja al extranjero prefiere hablar hindi que inglés, con lo que envía un mensaje de valentía a la población: se puede estar orgulloso de los orígenes de uno mismo.
Por todo esto, Modi tiene muchos admiradores. Su partido, el BJP, tiene mayoría absoluta en el parlamento y es probable que vuelva a ganar las elecciones parlamentarias del próximo año.
El primer ministro ha convencido al país de que él es el único que puede llevar a la India al lugar que le corresponde: el de una gloriosa potencia comercial. El lugar que ocupaba antes de que vinieran los británicos y explotaran al país durante casi 200 años. Es la promesa de que la ignominia que tuvieron que vivir en breve quedará relegada al pasado y la India recuperará lo que tan anhela: el reconocimiento.
Modi tiene la firme creencia de que la India está construida con los valores de una antigua civilización hindú. De hecho, Modi es un nacionalista hindú. Para él, la India es, ante todo, la tierra de los hindúes. Las minorías musulmanas y cristianas también pueden estar ahí, pero sólo si se adaptan a las reglas de la mayoría.
Modi incluso aprovecha la presidencia del G20 como altavoz para proclamar su relato sobre el renacimiento de la nación. Por todas partes se pueden ver carteles con su rostro acompañado de grandes cifras, de grandes logros. Está claro que no todos estos números reflejan la verdad, al igual que no todas las iniciativas son idea suya. Sin embargo, él tiene la habilidad de ponerlas en práctica.
“El gobierno de Modi tiene habilidad para comerciar”, explica Nilekani. No es el único que lo piensa. Modi no ha sido quien ha aprobado reformas decisivas, pero durante los nueve años al frente del gobierno ha espoleado mucho al país.
Basta con observar los puertos y las carreteras que se han construido, según Nilekani. Por todas partes hay camiones y apisonadoras. Se han construido autopistas que llevaban años proyectadas. Trenes de alta velocidad. Conexiones que se construirán en los 80 aeropuertos del país.
El gobierno tiene la economía bien controlada. Prevé que la combinación de nuevas infraestructuras físicas y digitales potencie enormemente el crecimiento. Y tampoco podemos olvidar algo: “La gran fortaleza de la India es el punto débil de China”. Actualmente muchas empresas quieren diversificar sus cadenas de suministro. Ha aterrizado Apple y seguirán otros. “Todo encaja, esta vez se hará realidad”.
A dos horas de coche en el este de Bangalore se encuentra la zona industrial de Narasapura. La carretera que lleva tiene dos carriles, pero nada impide que los indios circulen como si tuviera cuatro. También hay obras por todas partes. Camiones, apisonadoras. Por último, la carretera hace una curva y entra en la zona industrial. Aquí es donde está la planta de Wistron, uno de los principales proveedores taiwaneses de Apple. Según cálculos del banco estadounidense J.P. Morgan, en dos años el 25% de los teléfonos de Apple podrían fabricarse en la India. La empresa taiwanesa Foxconn ya ha anunciado la construcción de una gran planta industrial. El ‘made in China’ se convertirá en ‘made in India’.
En India, los sectores tecnológico y farmacéutico son muy potentes, pero el país nunca ha sido la fábrica del mundo. Si bien las empresas extranjeras consideraban al país un Estado democrático, preferían no producir nada. Las infraestructuras eran demasiado deficientes y la burocracia, demasiado enrevesada.
Sin embargo, hoy en día la India ha pasado a ser considerado un socio fiable y China, uno imprevisible. Allí, los confinamientos fueron estrictos y el jefe del estado se ha hecho coronar como gobernante eterno del país y considera que Rusia es su mejor amigo. En este contexto, muchas empresas de repente anhelan encontrar lugares a los que trasladar las plantas que tienen en China. “Nunca me había reunido con tantos directivos de empresas alemanas como en los últimos seis meses”, explica Rajesh Nath, que trabaja para la filial india de la Asociación de Fabricantes de Maquinaria y de Equipamiento de Alemania. “Y me dedico a este trabajo desde hace 23 años”.
El gobierno ha destinado miles de millones a un programa de subvenciones con el objetivo de atraer a empresas que quieran fabricar semiconductores, baterías o teléfonos móviles en la India. Incluso los economistas más críticos creen que es un buen plan. Cada mes un millón de indios entra en el mercado laboral y necesitan urgentemente trabajos mejores de los que les puede ofrecer el país por ahora.
Asha CS, una joven con cola de caballo y auriculares en las orejas, está sentada en un ‘autorickshaw’ al final de la carretera que entra en la fábrica. El sol golpea fuerte. Un pastor conduce al rebaño de cabras por delante de la planta. Asha tiene 25 años y observa a los autobuses que salen del perímetro de la fábrica. Están llenos de hombres y mujeres jóvenes que salen de trabajar. Ella tiene la esperanza de poder viajar pronto en uno de esos autocares tan bonitos de asientos acolchados.
A Asha CS le gustaría trabajar para Wistron. La cantina de la fábrica está limpia y las salas están climatizadas, no como en su casa, donde los monzones nunca llevan suficiente agua para los campos y las cosechas, y donde el dinero no le llega a fin de mes. Tiene la esperanza de que la entrevista recién hecha haya ido bien. “He buscado por todas partes. No he encontrado ningún otro trabajo”. Y debe pagar el alquiler de la casa y las deudas que ha contraído. Tiene dos niños pequeños que quisiera enviar a estudiar a una escuela privada. Para ella, la promesa de un futuro mejor muere detrás de las puertas negras de la planta.
Sin embargo, no todo el mundo está convencido de que todos los indios se beneficien de este ‘boom’. “El declive de China no implica necesariamente el ascenso de la India”, advirtieron los economistas Arvind Subramanian y Josh Felman el pasado diciembre en un artículo publicado en la revista ‘Foreign Affairs’. Ciertamente hay factores que apuntan en esta dirección, pero ven que hay “software bugs”, errores en el sistema.
Sigue habiendo muchas empresas extranjeras que no acaban de ver claro establecerse en la India porque, entre otras cosas, el gobierno favorece lo que llama “national campions”, campeones nacionales: un grupito de corporaciones indias a las que se suelen adjudicar curiosamente a menudo los concursos más importantes. Además, a pesar de que ya hayan pasado 30 años desde que se liberalizó la economía, la India sigue teniendo una cierta tendencia al aislamiento: los aranceles son relativamente altos y hace años que se afana por firmar un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea.
Han pasado casi 76 años desde que la India se independizó y dejó de ser una colonia británica. Aquel 15 de agosto de 1947, el momento en que la India se abrió “a la vida y a la libertad”, muchos parecían que la nueva república no tenía futuro alguno. Era demasiado pobre, convivían allí demasiadas religiones, demasiadas etnias, ni siquiera eran capaces de ponerse de acuerdo en qué lengua querían hablar. Para Winston Churchill, la India “es una nación en la misma medida en que lo es el ecuador”. Un constructo ridículo que tenía los días contados.
A día de hoy, la economía india ha pasado por delante de la británica. Las empresas del sector del acero son de las mayores del mundo. Uno de cada dos niños en todo el mundo recibirá, al menos una vez en la vida, una vacuna fabricada en la India. Además, India ha exportado Bollywood y tiene una diáspora excepcionalmente brillante. La historia de dos de las grandes empresas tecnológicas, Google y Microsoft, la han escrito hijos de familias indias de clase media y en breve otro indio, Ajay Banga, asumirá la presidencia del Banco Mundial.
Sin embargo, en ningún caso podemos dejarnos cegar por las ilusiones. El economista y escritor Niranjan Rajadhyaksha cree que es realista que “durante la próxima década” la economía india “registre un crecimiento anual de un 6,5%”. Es un crecimiento importante, aunque no es como el de China, donde la economía había registrado repetidamente un crecimiento de más del 10%.
Sea como fuere, todo esto son buenas noticias para Occidente, ya que significaría que la India podría convertirse en la tercera economía más importante del mundo dentro de pocos años. Continuaría muy por detrás de Estados Unidos y China, pero sería un tercer polo en un orden mundial multipolar. Sería peso pesado y sus acciones tendrían consecuencias.
En este sentido, en los últimos años la India cada vez se ha escorado más hacia el oeste, pero es improbable que acabe convirtiéndose en un aliado de Occidente y no acaban de compartir los mismos valores. Nueva Delhi actúa de forma pragmática; busca socios, no amigos. India no es una nación que sueñe con anexionarse islas o destronar a Estados Unidos. De hecho, al igual que en Estados Unidos, también le inquieta la idea de que China pueda acabar dominando Asia.
Bien mirado, el ascenso de la India podría acabar beneficiando a Occidente y garantizando así su preponderancia.
Traducción al catalán de Laura Obradors. Al español, traducción del catalán de Nabarralde
EL TEMPS
Publicado el 1 de mayo de 2023
Nº. 2029