Cené en Madrid con mi amigo Carmelo Lisón, grandísimo antropólogo, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, y amigo a su vez de Marcelino Oreja y otras eminencias académicas. Me pregunta cómo van las cosas por aquí, se lo explico, y se queda descolocado. Me pregunta cómo veo las cosas de Cataluña, se lo explico y no sé si lo llega a entender. Le cuento la comida de una masía en Banyoles, una masía de aquellas de hace mil años, del siglo XI. Los dueños, familia igualmente antigua, reúnen cada verano cien o ciento cincuenta amigos y conocidos, les invitan a comer, e invitan también a alguien para que hable de un tema elegido. Este año, los hablantes éramos yo mismo y el filósofo JM Terricabras, traductor y comentador de Wittgenstein, poca broma. Y el tema era lo de la independencia, después de la triste sentencia de ese tribunal que ha cortado la nariz, orejas y partes genitales al estatuto catalán, como el porquero y el boyero de Ulises se las cortaron al cabrero traidor. Bueno, pues, del centenar y medio de invitados, gente de respeto todos ellos, gente bien vestida, a nadie le preocupaban las cosas de Madrid y de España, excepto para buscar la manera de escapar lo antes posible. Cataluña es su país, a todos los efectos, y Europa su marco de referencia. España, simplemente no les interesa, no es cosa suya: ellos ya son, moral y emocionalmente, independientes. La independencia política, piensan, llegará más pronto o más tarde, pero eso no les preocupa mucho, porque la independencia moral ya es cosa hecha. Cuestión tranquila, sin aspavientos, tan cierta y tan real que ni se habla como problema. Y pocas semanas después, Pasqual Maragall i Mira, afirma: “Yo he sido siempre federalista, de un federalismo diferencial, pero, en fin, no ha habido manera. Cada vez que hemos intentado que se acepte una España plural en la que Cataluña se sienta cómoda no ha sido posible. Y una de las consecuencias ha sido que la gente ha dicho basta”. Se lo explique a mi amigo de Madrid, hombre de vasta cultura y que rueda por el ancho mundo, y no dice nada: sólo expresa una perplejidad infinita. No entiende ésto: que se han cansado de esta España, y que se van. Tranquilamente, pero se van.