Con ocasión de los actos del Día de la Hispanidad en Madrid para celebrar el pasado colonial de España, con desfile militar incluido, el president Salvador Illa afirmó que “Cataluña quiere implicarse en una España plural”. No creo que fuera el marco institucional más oportuno para decirlo porque, inevitablemente, recordaba que según la Constitución española es justo ese ejército quien tiene el deber de imponer, en última instancia, la ‘implicación’ de Cataluña. Es decir, que se trata de una implicación quieras que no. Recuerden qué ocurrió cuando con la misma legitimidad que tiene ahora Salvador Illa el president Carles Puigdemont planteó la ‘desimplicación’ con España, entonces democráticamente consultada a través de un referéndum: para impedirlo, enviaron tropas y jueces, valga la redundancia.
No debe sorprender nada que el proyecto político del president Illa vaya en una dirección totalmente opuesta a la del Primero de Octubre de 2017. Lo dejó claro cuando se añadió sin reservas a la aplicación del artículo 155, y es lo que sin tapujos siempre ha defendido. Es su proyecto, es el jefe del Govern actual, y tiene todo el derecho a defenderlo y hacerlo realidad, si sigue teniendo la mayoría parlamentaria necesaria. Otra cosa, claro, es que diga que éste es el propósito “de Cataluña”. Tenemos una larga experiencia, de presidentes que confunden su proyecto particular con el de toda Cataluña. ¿No era el PSC el que había sido particularmente crítico con la identificación del pujolismo con Cataluña? El president tiene toda la legitimidad política, conseguida gracias a los votos de ERC, para sacar adelante su proyecto político. Pero no debería perder de vista que el 12 de mayo fue votado apenas por el 16 por ciento del censo, una proporción que difícilmente le permite otorgarse tan alegremente la representación de la voluntad de toda Cataluña.
Sin embargo, las mejores objeciones que se pueden hacer al proyecto del president Illa deben estar en su propio terreno. Así, en primer lugar se le puede recordar el antecedente de la coincidencia de los socialistas en el gobierno de España y de Cataluña, con Rodríguez Zapatero y Maragall. También entonces había sintonía de estilos y de intereses, y el entendimiento terminó como el rosario de la aurora. En segundo lugar, no es fácil que Cataluña se pueda entusiasmar con la implicación en una España tan profundamente confrontada y dividida como la actual. Por mucho que Salvador Illa sea un autonomista sin fisuras, su objetivo no es que sea rechazado por la media España del PP y Vox, sino que no tiene ni siquiera el visto bueno de todo el PSOE. Y, en este sentido, lo que es seguro es que la “España plural” donde nos deberíamos incardinar no existe.
Hay quienes para poner en cuestión el objetivo del president catalán recuerdan la historia de incumplimientos de los compromisos del Estado. Ni el ‘apoyaré’ de Zapatero, ni las lluvias de millones, ni las inversiones en infraestructuras, ni las mesas de negociación… Pero hay una manera definitiva de encararlo. No se trata tanto de si uno puede fiarse de las voluntades de los líderes, sino de observar cómo funciona el Estado. Y aquí las cosas son cómo son. Primero, porque los intereses de Estado están por encima de los de los gobiernos. La reciente entrevista de Susanna Griso a Felipe González y Alfonso Guerra cargando contra Pedro Sánchez mostraba que no hablaba gente de partido sino de Estado. Además, si bien existe una conjunción intensa de intereses, a la vez es poco estable. La mayoría con la que cuenta Pedro Sánchez es voluble tanto para aprobar presupuestos como para llegar al término de la legislatura. Salvador Illa tampoco es que esté en una posición demasiado cómoda. ¿Cuánto tiempo podrá ERC avalar el apoyo al españolismo desbocado de Illa, capaz de ir a ver las regatas de la Copa América en helicóptero junto al rey del 3 de octubre desde un portaaviones militar? La promesa de una mejor financiación puede hacer aguantar mucho, pero que nadie menosprecie la fuerza corrosiva de una gesticulación simbólica pasada de frenado.
En definitiva, creo que existe una debilidad de fondo en esta estrategia de escuchar y ser escuchados en España, no dudo que cargada de buenas intenciones constitucionales. Y es que ambos interlocutores no hablan en igualdad de condiciones. Ni se nos reconoce como nación, ni existe una España plural. Cuando se ha querido seducir a España, se ha perdido de vista lo absurdo que es querer hechizar al dueño. El diálogo pide unas condiciones de igualdad que no están ahí. Es el poderoso quien puede seducirte, pero no al revés. Del camino contrario no se puede decir ‘implicarse en’ sino ‘doblegarse a’. Y, como mucho, del ruego, puedes conseguir que te pongan un cojín bajo las rodillas. Quizás sí que el president Illa dará la vuelta a 310 años de historia, pero…
ARA