Imperios (III)

El estado Vaticano. El Imperio nacido de un pesebre.

Hace más de 2000 años, en un pesebre de Belén nacía el hijo de María y José, llamado Jesús de Nazaret. Este profeta judío se nombra hijo de dios, siendo éste su dogma de fe. Asesinado en torno a los treinta años de edad por medio de la crucifixión, sus discípulos continuarían con su doctrina y formaran una nueva religión, de la cual surgió un estado, gobernado por el “representante” de dios en la Tierra.

Durante más de tres siglos sufrieron persecuciones, y condenas, entre las cuales estaba la de ser el alimento de los leones del circo. Estos martirios por motivos de su fe no acabaron con ellos, mejor dicho, no acabaron con la fe cristiana, ya que consiguieron subsistir en las catacumbas de la ciudad de Roma y así conservar el dogma de Jesucristo.

Un emperador romano, conocido por “el Grande”, legaliza e implanta la religión de Cristo en todo su Imperio a comienzos del siglo IV. Posteriormente se producen las invasiones bárbaras que consiguen apoderarse de un decadente Imperio romano, pero estos bárbaros respetaron y asimilaron la religión cristiana, llegando incluso a una alianza basada en lo espiritual y militar, con el emergente reino del “descendiente” de Pedro, en la iglesia de Roma.

La influencia de dicho estado en la política se va incrementando con el paso de los años, con el paso de los siglos. La amenaza que representa otra religión para mantener la hegemonía de su fe, en la que se sustentaba su poder en toda Europa, origina las Cruzadas o Guerra Santa contra el poder del Islam.

La política del estado de la iglesia de Roma con los vascones, integrados en el Reino de Navarra, tuvo consecuencias desastrosas para éstos. Navarra era un reino cristiano y como tal acudía a los concilios generales de la Iglesia, lo que otorgaba un reconocimiento internacional a nuestro estado.

Pero un testamento de Alfonso I “El Batallador”, nefasto, donde otorga el Reino de Pamplona y Aragón a tres órdenes religiosas y militares, desencadena por un lado la restauración del Reino por parte de los navarros, y por otro las iras del gobernador de Roma.

La iglesia de Roma, irritada ante esos sucesos, toma, a modo de represalia, la decisión de negar el título de rex a los gobernantes navarros, relegándolos a mero dux. Con ello daban la oportunidad a cualquier reino cristiano para conquistar por la vía militar el reino. Navarra quedaba así en el punto de mira del mejor postor, gracias a dios o, mejor dicho, gracias a los hombres de Roma.

En 1198, Roma vuelve a reconocer el título de rey a los soberanos navarros. Con ello pretendía que el rey y el Reino de Navarra participaran en las cruzadas contra los musulmanes. A pesar de ello, el Imperio castellano insiste en su conquista de Navarra, amparado por el estado pontificio.

En la conquista de 1512 de lo que quedaba del reino navarro, el católico Fernando II urde una versión falsa y anterior a la del Tratado de Blois, en la que se especifica una falsa alianza de Francia y Navarra contra la Santa Liga de la Iglesia. Esta versión fue presentada al papa Julio II y éste dictó las bulas de excomunión contra los reyes de Navarra, otorgando una legitimidad artificial a la invasión y conquista de los restos del territorio vasco(n) que permanecía soberano.

Tras la invasión y conquista comienza un sometimiento político y militar de la población, pero también este sometimiento se da en materia eclesiástica en Navarra. Los altos puestos de la iglesia del país son para los extranjeros, en su mayoría de España. Esta imposición continúa en la actualidad.

La continuidad de la independencia al norte de los Pirineos conllevó una Corte en la cual entra la reforma de Lutero. Los reyes de Navarra se hacían protestantes, pero incluso en esos delicados tiempos, los intentos por recuperar las tierras navarras del sur hacen que la Reina Juana III de Albret y el rey Antonio de Borbón envíen a través del embajador francés en la Santa Sede una oración solemne de adhesión al Papa Pío IV, buscando la restauración de todo el Reino.

BIBLIOGRAFÍAS

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