Enric Vila
La invasión de Ucrania erosiona más el prestigio del estado nación europeo que los ideales democráticos de Occidente. Hablamos de Rusia como si fuera Dinamarca o Suecia y tendríamos que hablar de ella como si fuera España o el Imperio austrohúngaro. Los rusos tienen una idea religiosa y jerárquica del mundo, mientras que el estado nación tendría que ser igualitario y materialista. Europa se presenta como un club de estados nación, pero a la hora de la verdad funciona como un club de imperios disminuidos y decadentes, que hacen pensar en Rusia.
Mientras los chicos de Bruselas no comprendan bien qué diferencia hay entre una cultura nacional y una cultura imperial, Suiza continuará siendo un mito e Inglaterra una excepción misteriosa. La cultura nacional es inseparable del prestigio de las urnas y la fuerza de la soberanía popular. En cambio, la cultura imperial es inseparable de la burocracia y la conquista. Hasta que Bruselas no asuma esta diferencia, las fronteras de la Unión Europea se volverán cada vez más inseguras y la diversidad interna llevará cada vez más problemas.
La mezcla de paradigmas se ve muy bien en España, donde la legitimidad constitucional que articulaba el debate político antes del 1 de octubre se ha ido evaporando, igual que el prestigio casi mítico que tenía el proyecto de la Unión Europea. En Catalunya, la Generalitat se ha convertido en una institución tribal. Los políticos hacen ver que gobiernan el conjunto del país, pero las instituciones autonómicas ya solo sirven para controlar a los catalanes más arraigados, a veces fingiendo que los protegen.
España es el territorio de la Unión Europea más vulnerable a la influencia rusa y a la cultura imperialista que la guerra de Ucrania amenaza de esparcir en todo el mundo con el pretexto del realismo
Como pasa en Rusia, en España hay un grupo étnico homogéneo y dominante y un abanico diverso de identidades folclóricas decoradas con sombreros y plumas. Como pasa en Rusia, los jueces y los periodistas españoles trabajan para el ejército, que es el brazo armado de la tribu hegemónica y que solo gana batallas contra minorías que no hablan su lengua. Si Pujol hubiera sido más serio, habría aprovechado la caída de la URSS para decir que Catalunya es como Ucrania y no como Lituania, y que Kyiv recuerda a Barcelona.
La idea de enviar la policía rusa a Kyiv con la intención de detener a Zelenski por nazi “en una operación especial” no se entiende tan bien en ninguna parte del mundo como en la Catalunya del 1 de octubre. No hay ninguna diferencia entre la concepción de España que pueda tener un pope del Instituto Cervantes, y la que un erudito moscovita pueda tener de Rusia. Es lo que no preveía Pasqual Maragall cuando impulsó el Estatut que el PSOE le había prometido que votaría. Maragall quería una justicia catalana y lo trataron como Putin trataría a un checheno, a un cosaco o a un ucraniano en tiempo de paz.
España es el territorio de la Unión Europea más vulnerable a la influencia rusa y a la cultura imperialista que la guerra de Ucrania amenaza de esparcir en todo el mundo con el pretexto del realismo. Buena parte de la culpa la tienen los políticos catalanes, que se tomaron en broma el papel que la autodeterminación podía jugar en Europa cuando lo tenían todo a su favor para hacer historia. Durante unos años, el ejemplo de Ucrania protegerá Catalunya de las derivas violentas españolas, incluso aunque salgan buenos políticos con ganas de hacer cosas. De lo que no protegerá nadie el drama de Ucrania, es de la resignación y del cinismo.
ElNacional.cat