Iguales o diferentes

Si ahora salimos a la calle y preguntamos a varias personas al azar qué son dos cosas si no son iguales, la inmensa mayoría diría la misma respuesta: si no son iguales es que son distintas. Y encontrarían la respuesta absolutamente obvia, casi infantil. Lo contrario de la igualdad, en el sentido común del lenguaje, es la diferencia. Lo que no da igual es que es diferente. Alguien diría, más sofisticadamente, su diversidad. Y sólo en contextos muy concretos, en debates económicos y sociales, se diría que lo contrario a la igualdad es la desigualdad. O al aparecer también, en contextos concretos, el término “igualdad” algunos harían un matiz, pero que no lo opondría a la diferencia: las personas son y deben poder ser diferentes, pero deben tener igualdad de oportunidades, deben tener igualdad de trato ante la ley. Pero esto aceptando la dualidad inicial: igualdad es lo contrario de diferencia. Y en algunos contextos, un sinónimo de uniformidad: los soldados van vestidos todos iguales. Van uniformados.

Ante ciertas palabras que pueden ser ambiguas en su uso y que han pasado a formar parte del vocabulario político sin que sepamos siempre exactamente qué quieren decir, este ejercicio de ver cuál sería la palabra opuesta puede resultar a veces clarificador. Por ejemplo, hemos convertido la palabra “transparencia” en una bandera de uso común en el debate político. ¿Pero cuál sería lo contrario de transparencia? No da igual si oponemos transparencia a opacidad, que es un pecado en el ámbito de la gestión pública. Pero también podemos oponer el término transparencia al concepto de discreción, que desde el tiempo de los romanos es una acreditada virtud política. O, en otro contexto, en el término privacidad, que es un bien a preservar desde la perspectiva de los derechos individuales. Las palabras quieren decir una cosa u otra según qué otra palabra les opongamos.

Últimamente, y hablando de la cuestión catalana, el nacionalismo español ha levantado con entusiasmo la bandera de la igualdad. Pero cuando utilizan esta palabra, ¿cuál es la palabra contraria que tienen en la cabeza? Por el contexto en el que la utilizan y para la cuestión a la que la aplican, su opuesto a igualdad no es la desigualdad económica o social. Dicen que cuando hablan de igualdad se refieren a que todo el mundo debe ser igual ante la ley, pero no es una afirmación muy verosímil cuando la hacen en nombre y defensa de una Constitución que proclama, por ejemplo, que hay personas concretas –el rey- que no son ni deben ser responsables de nada ante la ley. Parece claro que lo opuesto, en su discurso, del término igualdad es el término diferencia. Proclamando el principio de la igualdad quieren combatir la diferencia.

Pero el uso político de la palabra igualdad, contrapuesta a diferencia o diversidad, plantea un problema importante. La diversidad tiene muchas caras. La igualdad sólo tiene una. Cuando se dice que todos debemos ser iguales, cabe preguntarse: ¿iguales a qué o a quién? Cuando esta igualdad se contrapone a la diferencia, cabe preguntarse: ¿cuál es la diferencia que creen que debe abandonarse o superarse? Si la igualdad tiene un punto de sinónimo con la uniformidad: ¿cuál es el uniforme que deberíamos poner, todos, para convertirnos en iguales? En este sentido, me parece extremadamente iluminador un texto antiguo, en el que ya se utiliza la palabra diferencia en un sentido que me parece plenamente actual, cuando intentamos interpretar el discurso político del nacionalismo español contemporáneo.

Se trata del ‘Memorial Secreto’ que supuestamente el Conde Duque de Olivares dirigió al rey Felipe IV el 25 de diciembre del año 1624. Digo supuestamente, porque hay quien afirma que se trata de una falsificación hecha a principios del siglo XVIII, a las puertas del reinado de Felipe V, y que de hecho no fue publicado y conocido hasta finales del siglo XIX. Esto modificaría su cronología, pero no la idea de fondo y su expresión política, que tanto puede ser del siglo XVII como del XVIII como del XIX o como del XXI. Dice este ‘Memorial Secreto’ que el rey de España debe considerar “el negocio más importante de su Monarquía” aconseguir “reducir estos reinos de que se compone España al estilo y leyes de Castilla, sin ninguna diferencia, que si Vuestra Majestad lo alcanza será el príncipe más poderoso de la tierra”.

El texto, sea de quien sea y de cuando sea, es iluminador porque convierte la abolición de la diferencia -y, por tanto, la imposición de la igualdad o de la uniformidad- en un objetivo político. Y da una respuesta clara a las preguntas que podríamos hacernos sobre la igualdad y la diferencia. ¿Iguales a quién o a qué? Iguales en las leyes y el estilo de Castilla (esto debe incluir la lengua). ¿Y qué diferencia se debe intentar superar o abolir? Toda la que se aleja del estilo y las leyes de Castilla, que son el parámetro de la igualdad. Fuera quien fuese quien hizo este documento dice que todos los españoles deben ser iguales, que significa iguales que ellos. Y que no deben ser diferentes, que significa diferentes de ellos. Entre todas las diversidades se elige una y a partir de ésta y en torno a ésta se proclama y se impone la igualdad.

El texto tiene otra virtud clarificadora. Esta igualdad no se pide o se fundamenta por criterios de justicia. Ni siquiera por criterios de utilidad social, defendiendo que esto hará mejor la vida de las personas. Se proclama y fundamenta en términos estrictamente de poder. Si esto se hace, el rey, el Estado, será más poderoso. En beneficio de quien manda, no en beneficio de quienes son mandados. Y que quede claro quién manda.

EL MÓN