Hipnotizados por el Estado

Semana Wert, regreso al pasado. Semana contra Wert, a favor del presente y el futuro. Insumisión. Semana del bloqueo de la financiación mientras los barones territoriales del PP gesticulan. Boleros contra el “proceso”. Los centros de interés se multiplican, y cada semana ofrece muchos hilos de sentido. He elegido uno. Dos tenores y un corazón.

 

Esta me ha parecido la semana del “no hay nada que hacer” y la del “no pasa nada”. Con dos tenores que, cuando miran las estrellas, sólo ven los su propio rostro: Aznar y Duran. El matón del bigote -ahora sin bigote- retorna de entre los jubilados con asesorías doradas, pide más mano dura y marca estrategia afirmando que, si no hacemos bondades, Cataluña se romperá mucho antes que España. Desde su perspectiva, pues, el punto más vulnerable de Cataluña es su cohesión social. Y señala a su tropa el objetivo: hacer lo necesario para dinamitar la unidad social del país. Deteriorarla, erosionarla. Algunas destacadas señorías del PP y de Ciudadanos deben mascullar: “¿Y por qué se piensa que hacemos lo que hacemos y montamos los numeritos que montamos?” Pero muchos líderes disponibles en la reserva ya hacen eso. Van a la suya. Y dejan gotitas en cada tronco, aunque ya hayan pasado los demás. Tenemos, pues, el aria del “no hay nada que hacer” porque antes se romperá Cataluña. Advertencia implícita: el Estado impondrá y el castigo será definitivo.

 

Simultáneamente el otro tenor, el líder del Puente Aéreo, dice que en Cataluña “no pasa nada”. Después de enviar una carta al presidente del gobierno del Reino, a través de la portada de La Linterna (véase J. Puig i Ferrater, 1926, Servidumbre ) -discreción y austeridad extremas-, el dirigente democristiano perpetuo asegura a la prensa militante de Madrid que en Cataluña no pasa absolutamente nada. Que en el Parlamento se han hecho unos juegos florales soberanistas pero que no sufran, que esta pulsión lírica no tendrá ningún tipo de traducción práctica. Que él es la garantía. Que estén tranquilos. La reacción de entusiasmo del presidente Mas y su círculo más devoto ante estas declaraciones es fácilmente imaginable. Segunda aria de la semana: en Cataluña, según Duran, no pasa nada; aprovechando el mal tiempo y la crisis hemos organizado un outlet de cortinas de humo. No hay cambio de hegemonía social. No hay nuevo mapa político. Todo está igual. Ruido de maracas. Espuma. Gas. Nada. Advertencia a la jet set: sigo siendo su hombre de confianza.

 

Tras estas intervenciones destacadas, la avalancha de declaraciones desde el campo federalista -a tres o cuatro voces- no se podía hacer esperar. Muchos de ellos también querían decir que, a la postre, si la consulta por el derecho a decidir se hace dentro de la legalidad -que no podrá ser- y si estamos dispuestos a dejarnos convencer de que con España -cuando haya federalistas- iremos tan bien, y que, cuando renunciemos a exagerar este déficit fiscal que tenemos (que sí, que es déficit, pero que quizá no es para tanto) y cuando renunciemos a la independencia (“porque la dependencia puede ser mucho más confortable de lo que parece, ¿eh?”), pues que veremos que esto del Estado propio quizá es una quimera, que a saber qué tipo de Estado sería, y qué murga y que no es necesario. Y que la izquierda transformadora -que son ellos (!)- ya transformará otras cosas -de las que interesan a la gente, no hace falta decirlo- para entretenerse y proseguir el largo camino hacia el socialismo posmoderno, que es como el viaje a Ítaca, pero pasando por Plutón. Lo importante y sinequanónico es que el Estado español y la subordinación catalana son incuestionables. La realidad realmente existente, ahora y aquí. Independencia no.

 

Hoy, el independentismo catalán se nutre de aportaciones procedentes de opciones identitarias muy diversas. Cuanto más, mejor. Atrae a gente a muy diferente, que apela a la dignidad, al derecho, a la racionalidad, a las emociones, al pragmatismo, a la curiosidad, al deseo de protagonizar un proceso fundacional para poner en práctica las propias convicciones… El españolismo, en cambio, se fundamenta en la disolución de las diferencias dentro de una única identidad -que se afirma superior y fuente exclusiva de soberanía- que el Estado de Aznar, Rajoy y Wert administran, ante la mirada obnubilada de sus aliados catalanes. El españolismo ha hipnotizado a Duran y a una cierta izquierda catalana ¡que considera la independencia de España como un dato histórico naturalísimo y la de Cataluña como una amenaza! Piquemos los dedos para que salgan de la modorra. Sacudámoslos. Los queremos para debatir el proyecto y para hacer juntos una consulta y un país nuevo. ¡Plafst! ¡Clonc! ¡Eh!

 

 

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