“Empezamos a vivir en tiendas de campaña en este campo y hemos acabado en contenedores, suerte de casas provisionales de la UNRWA, la agencia de la Onu para los refugiados palestinos”. Cuando Marwan, delegado de la OLP, narra la vida de los seseinta y un años de Nahr el Bered, el campo más boyante del Líbano, con su comercio y su contrabando, en el litoral mediterráneo, a la orilla de la carretera entre Trípoli y la frontera siria, habla de las heridas de su población, en 1948, de refugiados de Palestina, y en 2007, de desplazados al vecino campo de Badaui, después de los combates del grupo terrorista “Fatah el Islam” y el ejército libanés.
El núcleo original de Nahr el Bered fué completamnte devastado en cien días de encarnizadas luchas en las que murieron más soldados libaneses que en la guerra del verano de 2006 con los militares del estado judio, y todos sus planes de reconstrucción han quedado aplazados, especialmente debido a graves cuestiones políticas. Pero, además, en sus alrededores de calles bien trazadas, de edificos bien construidos, que no se ven en ningún otro centro de población de refugiados palestinos en El Líbano, quedaron muy destruidos.
Los soldados libaneses vigilan, día y noche, sus accesos, patrullan por sus calles desiertas. Los dirigentes de Beirut, a los que en 1969 se les impusieron los “Acuerdos del Cairo” que regulaban la situación tanto de los guerrilleros palestinos en sus basses en la frontera israelí, como la de la población de refugiados en los campos que gozaban de hecho de extraterritorialidad, obstaculizan la reconstrucción de Nahe el Bered, porque no están dispuestos a permitir otro desafío militar tan escandaloso como el que sufrieron hace dos años, cuando trescientos milicianos, adoctrinados y bien pertrechados de potententes armas, de “Al Fatah el Islam” se fortificaron en el campo, a expensas de sus habitantes y hostigaron en su numantina resistencia al ejército regular.
Ahora, si en algo están de acuerdo los libaneses es en que no quieren la implantación definitiva de los palestinos en su frágil república. He regresado a Nahr el Bered -el Río Frío- con los miembros del “Puente a la otra orilla”, formado por diversas ong, con diputados como Jordi Pedret, periodistas como Teresa Aranguren, concejales municipales, activistas de derechos humanos. El arrollador Manuel Tapial, cuyo padre conocí como “brigadista” en Bagdad en los días anteriores a la ocupación estadonunidense -“barba y verbo”, como le llamó con simpatía- es el cooordinador de este viaje, cuyo principal pobjetivo es percatarse de la realidad en que viven más de cuatro millones de refugiados palestinos, y de cinco millones de refugiados iraquíes.
Con sus visitas al Líbano y a Siria en el que hay el mayor número de iraquíes, ahuyentados de su país por la incesante violencia, pretenden, también, dar testimonio del compromiso europeo de actuar y denunciar su injusta situación. “Fatah el Islam” era uno de los grupos salafistas, financiado con capitales de procedencia de Arabia Saudita y en connivencia con poderodos dirigentes locales, que prosperó en poco tiempio en esta zona sunita del norte del Líbano, en Tripoli, Diniye y Akkar. En la población del norte hay un trasfondo de movimientos radicales sunitas que, por ejemplo, en 1999 provocaron otro enfrentamiento de extremistas islamistas con el ejército. La población palestina de Nahr el Bered ha sido víctima de este abceso de complejidades políticas e ideológicas del Oriente Medio.
Es difícil explicar cómo los jefes de la OLP dejaron a las gentes de “Fatah el Islam” -barbudos extremistas de diversas nacionalidades, bien pertrechados en armas, con dólares contantes y sonantes, acompañados de sus mujeres, cubiertas de la cabeza a los pies- establecerse a sus anchas en el vecindario, y más tarde, convertirse en su primera fuerza armada, sin ninguna resistencia. Es inexplicable de qué forma pudieron introducir su sofisticado arsenal, sin que las patrullas militares libanesas lo impidieran.
Ahora más de la mitad de la población del deshauciado Nahr el Bered está hacinada en Badaui, a pocos kilometros de Trípoli, la principal ciudad sunita libanesa. La UNRWA sigue pagando los alquileres de sus viviendas hasta que puedan regresar a su localidad. En Nahr el Bered hay algunos hombres y muchachos que tratan de arreglar a sus expensas sus casas.
En el perímetro del original campo de refugiados, de una superficiee inferior a la de un kilómetro cuadrado, los combatientes de “Fatah el Islam ” plantaron once mil minas para defenderse de los soldados libaneses. Pese a los planes, a los proyectos de reconstrucción de la comunidad internacional, de la UNRWA, cuyos mapas y gráficos cuelgan de la oficina administrativa de Nahr el Bered, su futuro no es esperanzador. Hay toda suerte de problemas, y no solo políticos o de seguridaqd, que hay que resolver, como el de los terrenos, propiedad de libaneses sobre los que fueron edificadas viviendas, o el suscitado recientemente, con la existencia de vestigios arqueológicos bajo el emplazamienro del destruido campo de refugiados.
¿Quién podrá restañar las heridas de Nahr el Bered, el segundo campo más poblado del Líbano, y sin duda, el más floreciente? Es la hora de la oración y el dueño del cafetín de Badaui, en donde sorbo un zumo de naranja, se apresura a acudir a la mezquita. Al preguntarle si los refugiados podrían regresar a ‘Nar el Bered’, con una sonrisa me contesta: “Donde deben regresar es a la tierra ocupada de Palestina”.