La exprimidora nacional
Màrius Carol
La Vanguardia
Ciento cinco años después de que John Thomas White inventara la exprimidora de cítricos, a la que denominó lemon squeezer, Elena Salgado ha decidido hacer una versión que podría denominarse la Juguera Catalana. Se trata de exprimir al máximo los bolsillos de los ciudadanos del territorio en el que manda la Generalitat hasta que no quede nada. El método es fácil y limpio: basta con dar una vuelta más a la presión fiscal. En efecto, la vicepresidenta ha tenido una idea genial para que el Govern pueda cumplir los objetivos del déficit: subir los impuestos. Lo ha dicho sin rubor y con entereza: exprimid, exprimid malditos. Ante los micrófonos sonó algo distinto: “Existe un margen para aumentar los ingresos subiendo los impuestos que dependen de la Generalitat”.
El filósofo Francesc Pujols elaboró hace casi un siglo aquella teoría según la cual llegaría un día en que los catalanes lo tendríamos todo pagado, pero parece que, antes de que llegue esta feliz jornada, nos toca pagar más. Mucho más. Y recibir menos, mucho menos. La semana pasada comenzó con las buenas palabras de Zapatero y concluyó con las expresiones casi soeces de Salgado. Ni por un momento se le ocurrió que otra medida posible sería que el Gobierno abonara los 1.350 millones del fondo de competitividad que tiene pendientes y que se niega a abonar antes del 2013. O reducir la cuota de solidaridad de los catalanes con respecto a otros territorios del Estado para que Catalunya no se colapse, y que ronda los 15.000 millones.
Alguien en el Gobierno de España debería hacer un ejercicio de sensatez, entendiendo que el Ejecutivo catalán puede apretarse el cinturón, pero no ahorcarse con él. El Govern ha anunciado un recorte de gastos, que supondrá sacrificios: sólo falta que ahora deba incrementar la presión fiscal sobre los catalanes. Si además de adelgazar el Estado del bienestar en Catalunya se somete a dieta a los ciudadanos, el personal puede acabar hartándose y vamos a tener todos un problema no previsto. Mientras en España unos se dedican a agitar un anticatalanismo rancio y casposo, en Catalunya crece el número de los que consideran que es imposible entenderse con una España que les da la espalda.
Cuesta explicar que la red de autopistas catalanas esté basada en el peaje, al contrario que en la mayor parte del resto del Estado, o que España sea el campeón mundial de alta velocidad y que un catalán para ir de Barcelona a Valencia lo haga en una línea que durante un puñado de kilómetros cuenta con vía única. Como es difícil de mantener que regiones que reciben la cuota de solidaridad de territorios como Catalunya tengan más ordenadores en las escuelas o mejor trato fiscal. Soltarle al president Mas que, si quiere dinero para pagar los servicios básicos, suba los impuestos es jugar con fuego. O peor aún, es una incitación a los pirómanos.
Cara españolidad
Francesc – Marc Álvaro
La Vanguardia
La semana pasada fue especialmente gloriosa para las demandas de la llamada Catalunya autonómica. Después de que Zapatero se limitara a decir que saldará una deuda de 759 millones (algo a lo que está obligado por ley) y autorizará que la Generalitat pueda endeudarse un poco más, la vicepresidenta Salgado propuso la gran solución: que los catalanes paguen más impuestos. En medio, el Gobierno central ha pedido al Govern que recorte el gasto previsto más allá del 10% y ha dejado abierta la puerta a que otras comunidades emitan deuda pública mientras confirma que la Junta de Andalucía podrá hacer lo propio con la emisión de 1.700 millones, algo que –a diferencia de lo que ocurre con los planteamientos catalanes– no genera rechazos ni polémicas entre los líderes regionales de las Españas. Mas, al que Zapatero no dijo nada sobre la ocurrencia de Salgado, tuvo que comparecer para que no parezca que, además de estar encantados con todo eso, vamos a sufragar la vaselina.
La españolidad es mucho más cara para un catalán que para cualquier otro ciudadano del Reino. Como explicó muy bien en el suplemento Dinero del 6 de febrero el profesor Carles Boix, “en su mayor parte, el déficit de la Generalitat está directamente ligado al sistema presupuestario del Estado en su conjunto y, muy especialmente, al gravísimo déficit fiscal que tiene Catalunya, es decir a la diferencia entre lo que este país aporta al conjunto del Estado y lo que recibe”. Este experto que imparte clases en Princeton nos llama la atención sobre algo terriblemente esclarecedor: “Las comunidades con un saldo fiscal negativo (Catalunya, Valencia y Baleares) tienen una deuda pública alta” mientras el resto “cuyos saldos son o bien positivos o ligeramente negativos, sufren un endeudamiento mucho menor”. Los territorios ricos se transforman en pobres. La propuesta de Mas de una fórmula para Catalunya similar al concierto fiscal de vascos y navarros busca poner fin a esta sangría, pero nada hace pensar que el futuro inquilino de la Moncloa, sea del PSOE o del PP, acepte siquiera escucharla. La sociedad española pondría el grito en el cielo.
Aquí, mientras Madrid sugiere que nos subamos los impuestos, la presidenta del Parlament entrega un cheque de seis millones que ahorra la Cámara catalana al conseller de Economia, una imagen que da pena porque, en realidad, no es un elogio de la austeridad sino una metáfora provincial de unas reglas injustas. La cosa es, me temo, irreparable porque nos han perdido el respeto. Hasta el presidente de Navarra, que goza del privilegio foral para mantener a salvo el bienestar de sus gentes, se atreve a meter cucharada para recordar al Govern que “no hay que generar agravios comparativos entre autonomías”. Alucinante. Si ser español de Catalunya sale tan caro, que nadie se extrañe de que el negocio vaya perdiendo clientes.