Avui
Tener los pies en el suelo
Salvador Cardús i Ros
“En resumen , tener los pies en el suelo debe querer decir ser capaces de poner los mejores fundamentos de un proyecto que es demasiado ambicioso como para dejarlo en manos de improvisaciones o de oportunismos”
“Tener los pies en el suelo” es una virtud que define muy bien el carácter de un pueblo como el nuestro, históricamente condenado a someterse a realidades impuestas desde fuera y que han limitado dramáticamente nuestros sueños de emancipación individual y colectiva. Es por ello que la acusación de “no tocar el suelo con los pies”, que ha ido asociada al olvido de las limitaciones que impone la realidad, y ser realista ha sido una invitación a abandonar proyectos ambiciosos y resignarnos a ser pequeños, poquita cosa.
Pero ha llegado un momento en nuestra historia en el que debemos aprender a convertir las amenazas en oportunidades, como dicen los expertos en estrategia. Y “tener los pies en tierra” debe dejar de ser el escondrijo de todas nuestras cobardías de colonizado miedoso. Al contrario, la conciencia de las limitaciones que impone la realidad actual debe convertirse en el mejor argumento para querer transformar nuestras magras condiciones de supervivencia nacional. Necesitamos tener los pies en el suelo, ahora más que nunca, para saber discernir claramente las propuestas de los presuntuosos que prometen luchas inútiles como federalismos imposibles o autonomismos fracasados. Y luego, tenemos que ser muy realistas para establecer la mejor estrategia hacia la independencia que, tarde o temprano, llegará. En resumen, tener los pies en el suelo debe querer decir ser capaces de poner los mejores fundamentos de un proyecto que es demasiado ambicioso como para dejarlo en manos de improvisaciones o de oportunismos.
Es por ello que tocar el suelo con los pies también quiere decir ser capaces de decirnos toda la verdad sobre lo que no hacemos bien. De modo que, a pesar del riesgo de disgustar a alguien, me parece necesario contribuir a que el independentismo creciente tenga en nuestro país los pies en el suelo. Y la primera consideración va por la convocatoria de las consultas. Lo mejor que han tenido es que han permitido, justo cuando más se hablaba de desafección política, que muchas personas que nunca habían tomado compromisos políticos, ahora se movilizaran. Lo han hecho por la democracia en primer lugar, y por la independencia después, con la conciencia de que una cosa y otra, en nuestro país, ahora ya son inseparables. Después, han tenido el efecto desdramatizador, en el sentido de que se ha comprobado que se podía hablar de independencia sin que la Guardia Civil viniera a esposarte. Que la encuesta de La Vanguardia diera un 37 por ciento de independentistas y El Periódico hasta un 48 por ciento, tiene que ver con esta pérdida de miedo a decir ahora en público lo que se había escondido en el corazón durante muchos años. Ahora bien, existe una cara negativa en las consultas: la precipitación, por un lado, y la interpretación abusiva de los resultados, por otro. Efectivamente, los resultados bajos son consecuencia de las debilidades organizativas y debería reconocerse que situarse por debajo del veinte o el veinticinco y cinco por ciento, es tener un mal resultado que, de paso, desluce el buen trabajo de otras poblaciones. Y por tanto, con resultados bajos, no se puede salir a hacer declaraciones diciendo que “se ha dinamitado el cinturón rojo”. Lo peor que puede hacer el independentismo es el ridículo. Así, votar independencia, donde sea, no puede ser ningún intento de dinamitar a nada ni a nadie. Si alguien ha organizado consultas para ir en contra de algunos ciudadanos de nuestro propio país, se equivoca de cabeza. La arrogancia es expresión de debilidad, y es un mal presagio que ante los peores resultados se hagan análisis tan estúpidos.
La segunda consideración va por la iniciativa popular en favor de un referéndum formal para la independencia. Mi opinión es que nos volvemos a precipitar. Se actúa sin ninguna estrategia. No se ha pensado en cómo se hará una campaña en favor del sí ni cómo se pagará, no se sabe cómo se conseguirá que los principales medios de comunicación no se pongan en contra, ni como explicaremos las bondades de la independencia para conseguir la adhesión de los que dudan, ni parece importar tener en cuenta si se tendrá el apoyo de una mayoría parlamentaria… ¿Es ahora mismo cuando toca hacer un referéndum? ¿Es razonable convertir un referéndum en una mera arma de combate táctico, bien sea para mostrar que España en este punto no es democrática -que ya lo sabemos-, bien sea para poner en un callejón sin salida a nuestra mayoría parlamentaria, bien sea para darnos el gusto de, aunque lo perdamos, saber que somos más de los que parecía? ¿Y se ha pensado, en caso de ganarlo, ¿cuál sería el paso del día siguiente, para asegurar que en pocos meses el país no se arrepentirá de haber dado el paso del día anterior?
Y tercera consideración. No es en las próximas elecciones donde nos jugaremos el futuro nacional del país. Las próximas elecciones estarán marcadas por tres hechos: la crisis económica, el mal gobierno y el fracaso del Estatuto. Por tanto, los catalanes tendremos que votar pensando en qué oferta puede favorecer mejor la recuperación del país, cual puede aportar más confianza al gobierno y cual es capaz de dibujar nuevos horizontes de ambición nacional. Y eso hará que en unas mismas elecciones se voten cosas muy diferentes, y no una sola. Como no sé quién estará en la parrilla de salida, no tengo ni idea de qué vamos a votar. Pero me parece claro que el independentismo no se debe hacer más ilusiones de las razonables y que un resultado discreto no dirá nada de su fuerza futura. Hay campeonatos diferentes, hay que jugarlos todos, y una temporada no se gana o pierde en un solo título. Tengámoslo claro para evitar desengaños.
Sí , hay que tocar muy pies en el suelo para admitir que la independencia es el camino , pero también para no perder el norte y asegurar la buena dirección .
Avui
Ahora toca ganar
Ferran Mascarell
“El derecho legítimo de los catalanes al autogobierno pleno, en su expresión nacional sin tutelas, sólo llegará si se ganan batallas como la del Constitucional”
UNO: no sé si hay suficiente conciencia de que la del Constitucional es una contienda que en términos catalanes sólo tiene una opción: ganarla. Ganarla supone varias cosas: 1) Que el presidente Montilla y el jefe de la oposición, Artur Mas, respondan de manera compartida y clara que por razones nacionales y democráticas no pueden aceptar la sentencia. 2) Que los líderes de las diversas corrientes ideológicas -independentistas, soberanistas o federalistas- entiendan que ninguna formulación suya será creíble si el Estatuto es reducido a la mínima expresión sin oposición. 3) Que el Parlamento actúe de manera inmediata y contundente. 4) Que los líderes cívicos se mojen en actos unitarios. 5) Que el conjunto de la sociedad catalana se manifieste. 6) Y que se cierre la legislatura, que se convoquen elecciones lo antes posible, y que quede planteada la próxima legislatura, sin tapujos, como la destinada a hacer frente al doble frente que supone la crisis económica y la crisis institucional.
DOS: Todo ello debe tener una consecuencia española y una de catalana. A nivel español, los que han promovido esta campaña contra Cataluña y una idea plural de España tienen que ver que se han creado un problema. La sentencia, deben entenderlo, es un boomerang contra una concepción del Estado neocentralista, conservador y desleal. La respuesta catalana debe dejar en evidencia que se han pasado de la raya, que han matado el pacto constituyente del año 78, que su revisionismo hacia posiciones preconstituents legitima una nueva mayoría de catalanes que se ven excluidos y fuera de España.
TRES: En Cataluña, la respuesta debe permitir evidenciar que el catalanismo sabe actuar con una sola voz. No es la voz ni de los independentistas, soberanistas o federalistas. Es la voz de los catalanes catalanistas que respetan la significación democrática de los acuerdos parlamentarios y del referéndum. Es la voz del pueblo catalán que enmienda los errores políticos en la elaboración del Estatuto. Es la voz que refuerza la continuidad política del catalanismo y que sumada consolida la credibilidad del independentismo, el soberanismo o el federalismo. Es la voz del pueblo que, defendiendo el Estatut, aprende a construir una mayoría social sólida y vencedora.
CUATRO: Ganar significa soplar juntos y dejar de lado la retórica poética que tanto nos complace. La batalla de ahora no es simbólica. Es concreta. Es definida. Cuando las batallas son precisas, los catalanes tenemos tendencia a esconder la cabeza bajo el ala ya menudo a arrugarse con nosotros. Los escalones concretos siempre nos incomodan. Por eso decía aquí mismo que construir una nación independiente -sea con Estado propio o asociada a un Estado plurinacional- implica aprender a ganar las batallas concretas, implica luchar para aprender a deconstruir el Estado que nos complica la vida. Un cierto catalanismo se ha especializado en plantear batallas simbólicas y olvida que las metas sólo se consiguen si se ganan batallas diarias. El derecho legítimo de los catalanes al autogobierno pleno, en su expresión nacional sin tutelas, sólo llegará si se ganan batallas como la del Constitucional.
CINCO: La próxima será una legislatura de grandes verdades en términos nacionales. Independentistas, soberanistas, federalistas, incluso confederalistas, articularán el debate político. Quedará claro el fracaso de una determinada manera de entender España. Pero también deberá quedar clara la capacidad de Cataluña de construir una mayoría social ganadora en la pugna con el Estado. En Cataluña se necesita un proyecto transversal realista y ganador en las batallas parciales. Sólo así ganará.