Hablemos con la gente que no habla catalán

En Mollet del Vallés, paso el tiempo mirando los titulares de los periódicos en el quiosco de la rambla Fiveller. Y así escucho como, tras de mi, dos hombres charlan. También parecen hacer tiempo. Uno dice (traducido del español y algo resumido): “Como si no hubiera suficientes mossos por todas partes, también los tendríamos en la frontera, no jodas, y para ir a Zaragoza les deberíamos enseñar la documentación… Están sonados con esto de la independencia”. Cuando me vuelvo veo cómo su compañero aprueba con un movimiento de cabeza. Respiro y me digo que tal vez habría tenido que prescindir de los titulares del día porque a pesar de ser poco dotado para los debates improvisados ahora ya no puedo hacer nada más que acercarme a ellos con una media sonrisa: “Perdonen, pero en la frontera con España no habrá mossos d’esquadra… Es imposible que los haya, por eso de Schengen, el paso será libre para todos… ” Me miran con desgana y quiero creer que no es porque les he hablado en catalán sino sólo por el hecho de que les haya interrumpidos uno de estos tronados de los que acaban de hablar. “¿Schengen? ¿Qué Schengen? ¿Qué cambia esto?” Y así me doy cuenta de que, para ellos, Schengen es un nombre vago asociado a la Unión Europea pero sin realidad concreta. Y hablamos, durante casi diez minutos, el tiempo de terminar de hacer tiempo.

Tienen unos treinta años y piensan que vivir en Mollet del Vallés es vivir en España. Al menos, así es como quieren sentirse cada día: en España. Pero, ante todo, les hago resumen de los acuerdos de Schengen: “Sí, seguro, garantizan la libertad de circulación de las personas, las mercancías, el dinero y los servicios”. Pero no lo saben, o sólo lo saben como, por ejemplo, yo sé cuántas veces el Barça ha ganado la Liga: unas cuantas, ¿no? No podemos saberlo todo de todo, y no les culpo de su ignorancia porque, como lo dice un proverbio “La ignorancia es un saco vacío, la imbecilidad es un saco vacío con un agujero en el fondo”, y veo que no tienen nada de ‘imbéciles’. Razonan en función de los parámetros que conocen, es decir de las informaciones que les proporcionan los canales de comunicación españoles. ¿Qué saben, pues, de la realidad de las fronteras? Saben pasarlas en avión pero tengo la intuición de que se imaginan las fronteras terrestres a partir de recuerdos cinematográficos: garitas a cada lado con policías armados y tal vez incluso barreras rojas y blancas. Así piensan que con una Cataluña independiente, habría, en la raya fronteriza, por un lado mossos d’esquadra y por otro guardias civiles, armados y malhumorados. Les quiero tranquilizar: “No notarán que pasan la frontera, será como la autopista para pasar a Francia, se darán cuenta sólo porque habrá un letrero con la bandera europea y la mención España. Y cuando vuelvan, el mismo rótulo con la mención Cataluña.

Y me creen, pero tal vez sólo lo hacen ver, por no ofenderme. ¿Por qué se fiarían más de este independentista desconocido que de todo lo que les dice cada día la televisión e Internet? Pero, aprovechando que son lo suficientemente buenas personas por dejarme creer que me creen, abordo la otra cuestión: “De todos modos, nadie les quitará la nacionalidad española, la podrán guardar tranquilamente”, pero aquí veo cómo deben tener el recuerdo de las declaraciones de algún comentarista que habrá jurado que sería todo lo contrario, que la primera medida de una Cataluña independiente sería de expulsar a los que quieren seguir siendo españoles. “Ah, sí, ¿tú crees que todo el mundo podría escoger lo que quiere ser?” “Bueno, todo el que viva en Cataluña será catalán, pero todo el que quiera podrá seguir siendo español, excepto si España se opone, pero no creo que lo haga”. Y veo que no tienen duda de que España se oponga alguna vez. O sea que paso rápidamente esta cuestión y me digo que tal vez tengo tiempo para la tercera, la de las pensiones, pero me doy cuenta que a uno de ellos le basta, y simplemente les pregunto: “¿Pero no han hablado con gente de Súmate?” ” …¿Con quién?…” No saben nada de Súmate, es evidente, ya que los medios de comunicación que consumen se guardan bien de hablar de ello. Nos separamos, yo excusándome por haberles robado un poco de tiempo y ellos con un gesto de la mano indulgente. No les he convencido, claro, pero quizás, quizás, habré sembrado la semilla de la duda.

No sé nada de ellos, ni cómo se llamaban, ni qué hacen en la vida, ni si tienen hijos. Sé sólo que me parecieron fabulosamente ignorantes de todo lo que late en Cataluña y, por tanto, de cómo podrán aprovechar de la prosperidad nacida de la independencia. ¿Pero quién se lo explicará, antes del 27 de septiembre, de modo de intentar cambiar el sentido de su voto? La maravillosa gente de Súmate, o de la Fundación ‘Nous Catalans’, no debe de ser lo suficientemente numerosa para llegar a todos los barrios de Cataluña en que se hace una vida tan española, o tanto de otra cultura, como sea posible. Entonces, ¿quién tiene que hacer este trabajo? Todos nosotros, ¿no?

Leí hace poco que ha estallado una polémica en un municipio con mayoría municipal independentista sobre el lugar dónde había que colocar la estelada: ¿balcón?, ¿plaza mayor? Con todo el respeto debido a todos los que participan en inundar Cataluña de esteladas -entre los que me cuento- diría que hoy en día esta cuestión es irrelevante: nos quedan menos de dos meses para convencer indecisos y esa es la tarea urgente e indispensable. Una gran parte de estos indecisos no hablan catalán habitualmente y tienen unos hábitos diarios venidos de otros países -España o muchos otros- y por eso mismo tenemos que ir allí donde viven o trabajan, sin esperar a que vengan ellos. Los quebequenses tienen una expresión para decir esto, difícil de traducir. Sería algo como: “¡Hay que ventear los pelos de las piernas!” La necesidad tiene que ser más fuerte que la timidez, la reticencia y la pereza.

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