Imagina que te encuentras en una de estas recientes cenas navideñas y que la persona sentada a tu derecha te dice “¿puedes pasarme esa copa?”. Probablemente dirigirás la mirada por la mesa e irás descartando objetos hasta encontrar la copa en cuestión. Quizás asumirás que la copa se encuentra más cerca de ti que de esa persona, o que se encuentra lejos de ambos. Continuarás evaluando todas las copas candidatas hasta encontrar la que tiene mayores posibilidades de ser la que te han pedido. Como muestra el ejemplo, palabras demostrativas como ‘este’, ‘aquel’, ‘this’ o ‘that’ proporcionan al oyente la información que el hablante considera necesaria para localizar un objeto o una persona (el referente), pero… ¿qué tipo de información proporcionan exactamente los demostrativos?
La explicación tradicional es que estas palabras sitúan un objeto o una persona en el espacio (también en el tiempo o en un texto), indicando la proximidad o lejanía respecto al hablante. En gramáticas de lenguas europeas que disponen de sistemas de dos demostrativos (como ‘éste’ y ‘aquél’ en catalán) o de tres (como ‘éste’, ‘ese’ y ‘aquel’ en castellano), observamos que estas palabras suelen analizarse en términos de distancia respecto al hablante. También encontramos este tipo de análisis en gramáticas de otras lenguas del mundo. Algunos investigadores advierten, sin embargo, que muchas de estas gramáticas suponen, sin indicios suficientes, que la distancia es el parámetro principal de los demostrativos. Lingüistas como Stephen Levinson o William Hanks rechazan la universalidad de ese análisis; dicen que se caracteriza por un “sesgo espacial” o “espacialismo egocéntrico”.
Por lo que se refiere a la cuestión egocéntrica, se ha visto que el punto que se toma como referencia no es exclusivamente el del hablante, sino que muchas lenguas tienen en cuenta también la ubicación del oyente. En el caso del castellano, Jungbluth ha argumentado en este artículo (1) que la orientación relativa de los participantes también influye en la elección del demostrativo, dependiendo de si el hablante y el oyente están de frente, de lado o en fila. Sobre la cuestión de la distancia como parámetro principal, la descripción de varias lenguas del mundo nos muestra que esta categoría de palabras puede proporcionar al oyente distintos tipos de pistas para encontrar el referente. Por ejemplo, si la conversación de la cena navideña ocurriera en lenguas como el eipo (Indonesia) o el makalero (Timor Oriental), el hablante contaría con dos demostrativos que expresan la elevación del referente, los cuales pueden indicar si la copa está más o menos elevada respecto del oyente. Otras lenguas codifican rasgos de la topografía local en la semántica de sus demostrativos, teniendo en cuenta la presencia del mar o de un río, o incluso la dirección de los vientos y corrientes oceánicas. Por ejemplo, un hablante de la lengua tanacross (Alaska) podría recurrir a uno de sus cuatro demostrativos topográficos para indicar con sólo una palabra que la copa se encuentra ‘río arriba’, ‘río abajo’, ‘hacia el mar’ o ‘hacia el interior’.
Además de parámetros espaciales como la distancia, la elevación y la topografía, Hanks afirma que el espacio representa sólo una esfera entre otras, como por ejemplo el tiempo, la percepción sensorial o la atención del oyente. Por ejemplo, existen lenguas en las que los demostrativos distinguen entre referentes que están o no están en tu campo de visión, como el malgache (Madagascar) y el santali (India). Encontramos un sistema algo más elaborado en la lengua maya del Yucatán (México): de un total de siete demostrativos, el maya tiene tres que indican al oyente si debe utilizar la vista, el oído o el tacto para encontrar el referente. Otra lengua que incorpora la percepción sensorial en los demostrativos es el jahai (Malasia). Esta lengua dispone de un demostrativo que indica que el referente sólo puede ser percibido a través del oído, el olfato o la piel, pero no puede ser visto ni tocado directamente.
Otra dimensión que se puede codificar en la semántica de los demostrativos es la intersubjetividad, y más concretamente la suposición, por parte del hablante, de si el oyente ha logrado o no encontrar el referente. Este descubrimiento se logró realizando experimentos pioneros con hablantes nativos de turco, a los que se monitorizó el movimiento de ojos. Al igual que otras lenguas europeas, el turco cuenta con tres demostrativos, dos de los cuales indican distancia respecto al hablante. El descubrimiento está relacionado con el tercer demostrativo: inicialmente se creía que esta forma también expresaba distancia, pero se descubrió que el hablante lo utiliza cuando piensa que el oyente todavía no ha localizado el referente, es decir, cuando todavía no se ha obtenido la atención conjunta. En la escena de la cena navideña, un hablante de turco utilizaría este demostrativo en combinación con una señal indicando la dirección, y una vez encontrada la copa correcta, pasaría a usar las otras dos formas, que no sólo expresan la distancia, sino también que la atención conjunta ha sido conseguida.
En este pequeño recorrido por el mundo hemos visto que los demostrativos pueden incorporar varios parámetros espaciales en su semántica, pero también pueden incluir diferentes dimensiones como la modalidad perceptiva o la intersubjetividad. El denominado “sesgo espacial” representa un caso más de eurocentrismo en el que las propiedades de las lenguas europeas han sido elevadas a propiedades universales del lenguaje. En un artículo interesantísimo (2), Maria Bardají nos explicaba que la descripción lingüística es un antídoto contra el eurocentrismo. Vemos otro caso práctico en los demostrativos: las descripciones de lenguas que cuentan con sistemas de demostrativos diferentes a los nuestros nos permiten tener otro panorama y plantearnos nuevas preguntas. Estas nuevas preguntas nos permiten mirar nuestras propias lenguas desde una perspectiva más amplia y quizás nos llevarán a aprender cosas que todavía desconocemos, tal y como sucedió con el hallazgo de la atención conjunta en el turco.
(2) https://www.vilaweb.cat/noticies/exotisme-sota-revisio-glidi/
Alex García Laguía: Miembro del Grupo de Lingüistas por la Diversidad (GLiDi).
VILAWEB
El exotismo bajo revisión
Maria Bardají Farré
Miembro del Grupo de Lingüistas por la Diversidad.
Los hablantes del mangarayi, una lengua aborigen australiana, son mucho más precisos que nosotros a la hora de hablar. En esta lengua, es imprescindible indicar la veracidad de la información que se transmite. Cuando alguien quiere compartir un hecho que ha oído o ha deducido, no puede transmitirlo de la misma manera que si lo hubiera visto él mismo. Si, por ejemplo, un hablante mangarayi ve el suelo mojado u oye decir que durante la noche ha llovido, a la hora de contarlo, tendrá que utilizar un morfema especial que no necesitaría si hubiera estado despierto mientras llovía. La frase, acompañada de este morfema, se traduciría como “hay evidencia de que esta noche ha llovido” o “se dice que esta noche ha llovido, aunque no puedo asegurarlo porque no lo he visto”. Esto no quiere decir que en mangarayi no se pueda mentir, sino simplemente que las fuentes de información que no sean la propia percepción se indican morfológicamente. Pero los mangarayi no sólo hablan con exactitud en ese aspecto. Otro ejemplo lo encontramos con el uso del pronombre “nosotros”. Cuando dicen “nosotros hoy iremos al río”, pueden escoger más de una forma para referirse a “nosotros”: una exclusiva y otra inclusiva. Si utilizan la forma exclusiva, ‘ŋaya’, indican al interlocutor que no está incluido en el “nosotros”. Es decir, ‘ŋaya’ podríamos ser yo y cualquier otro (mi marido, mi vecino, mi prima, etc.) pero ŋaya no te incluye a ti, interlocutor. En cambio, si el hablante utiliza la forma inclusiva ‘ŋaḷa’, el “nosotros” incluirá también al interlocutor. Es decir, ‘ŋaḷa’ significa “tú y yo”. Y con ese sistema, los hablantes del mangarayi se ahorran malentendidos a la hora de saber quién está invitado y quién no.
¿Qué sistema lingüístico tan excepcional, el mangarayi, no? Pues la verdad es que no tiene nada excepcional. Tanto los morfemas para indicar la fuente de información (llamados evidenciales) como el uso de más de un pronombre de primera persona del plural son rasgos que encontramos en muchas lenguas. Y no sólo en Australia. Sólo a modo de ejemplo, ambos aspectos se pueden encontrar en guaraní (Argentina, Bolivia y Paraguay), chamorro (Guam e Islas Marianas), comanche (Estados Unidos), abkhaz (Turquía), garo (India y Banglade)… Cómo se puede ver en los mapas del WALS (World Atlas of Language Structures), los evidenciales y la distinción entre pronombres exclusivos e inclusivos son características tipológicamente comunes. Esto significa que se encuentran en varias lenguas que no comparten origen. El único motivo que nos hace pensar que son rasgos exóticos es que no los encontramos ni en nuestra lengua ni tampoco en los que acostumbramos a aprender los europeos, como el inglés o el alemán.
Lo que nos falla es la perspectiva. La lingüística lleva tiempo sufriendo de un grave eurocentrismo y, sobre todo, de anglocentrismo. Y éste no es un problema menor, sino uno muy grande que afecta al rigor científico de la disciplina. Los psicólogos Henrich, Heine y Norenzayan alertaban en este artículo de que las poblaciones que se tienen en cuenta en los estudios de psicología y comportamiento humano (muchos de ellos derivados del estudio del lenguaje) son las poblaciones menos representativas a la hora de hacer generalizaciones sobre los humanos. Los autores describen este tipo de sociedades con el acrónimo WEIRD, que en inglés significa “extraño”, y que hace referencia a las ‘Western Educated Industrialized Rich and Democratic Societies’, es decir, las sociedades occidentales, educadas, industrializadas, ricas y democráticas. Aunque es discutible hasta qué punto este acrónimo también generaliza, el artículo demuestra a través de diversos experimentos cómo las sociedades WEIRD se comportan de forma atípica en ámbitos como la percepción visual, la toma de decisiones o la descripción del espacio. Por tanto, cualquier generalización sobre la humanidad que se haya hecho partiendo de un estudio de las sociedades WEIRD corre el peligro de ser poco representativa o incluso falsa.
Queda claro, pues, que los estudios sociolingüísticos deberían revisar su valor representativo en función de las sociedades que investiguen. ¿Pero tenemos también el mismo problema con el estudio de las estructuras gramaticales, independientes del mundo en el que vivimos? Exactamente el mismo. Michael Cysow, en un estudio de 2011, exploraba la distribución geográfica y filogenética de las características lingüísticas menos comunes. Para el estudio, Cysow estableció lo que él llama “índice de rareza”, un índice que describe el nivel de ubicuidad de las características de una lengua, grupo lingüístico o área geográfica. El resultado fue que uno de los grupos geográficos con los índices de rareza más altos eran las lenguas del noroeste de Europa (inglés, alemán, francés, holandés, frisón…). Pero paradójicamente, la mayoría de miembros de este grupo se encuentran entre las lenguas más estudiadas del planeta.
Las características “raras” de estas lenguas no son pequeños detalles extravagantes. La lista de Cysow incluye cosas tan conocidas (desde nuestra perspectiva) como, por ejemplo, el cambio de orden de los constituyentes en las frases interrogativas –en inglés ‘you are tired’ es una oración declarativa, mientras que ‘are you tired’ es interrogativa– o los tiempos verbales de perfectivo construidos con el verbo haber, como en francés (o también en catalán) ‘j’ai fini’, ‘he terminado’. El problema de asumir que las características de las lenguas europeas, en especial el inglés, son canónicas, nos lleva a una descripción sesgada de la situación real. Majid y Levinson ponen un buen ejemplo (1). Hace tiempo que decimos que los hablantes de tal idioma no distinguen entre tal color y tal color, que una lengua sólo tiene cuatro términos para designar colores o que esa lengua no tiene un término para un color determinado. Sin embargo, resulta que las lenguas europeas son de las más curiosas en este ámbito, porque el número de categorías en las que dividen el espacio color es más elevado que en muchas (¡pero no todas!) otras lenguas del mundo. Ante este dato, quizá deberíamos reformular las descripciones anteriores y no hablar de la carencia de términos en un gran grupo de lenguas, sino de la presencia de un número elevado de términos en las lenguas europeas (y en algunas no europeas, como el coreano).
En definitiva, es innegable que los lingüistas disponen de muchos más datos de las lenguas habladas en Europa que de las lenguas que se hablan en el resto del mundo. La accesibilidad de estos datos a su vez también hace que estas lenguas se estudien más y tengan más representación en los estudios tipológicos. Esto no significa que el estudio de estas lenguas no sea positivo ni necesario. Lo que esto nos hace ver es que necesitamos ampliar la base de datos y tomar un enfoque que abarque la diversidad real. El antídoto contra el problema del eurocentrismo es la descripción lingüística. Cuantas más lenguas se estudien y describan, más completa y verídica será la imagen que podremos hacer del lenguaje humano. Pero sólo esto no es suficiente. El estudio y la descripción lingüística debe ir acompañada de un cambio de perspectiva que abandone el inglés o las lenguas europeas mayoritarias como punto de referencia. De esta forma no llamaremos excepcional lo que realmente no lo es.
(1) https://www.researchgate.net/publication/44671874_WEIRD_languages_have_misled_us_too