Hace falta en castellano (y también en catalán, portugués e italiano) una palabra sonora para designar a los ambientalistas hipócritas que intentan disimular el conflicto entre el (falso) crecimiento económico y el cuidado del ambiente con palabras como desarrollo sostenible, economía verde, crecimiento verde… Disimulan asimismo la actuación de las empresas depredadoras, llamando a la responsabilidad social empresarial (en vez de poner de manifiesto sus pasivos ambientales, es decir, sus deudas ecológicas y a veces su actuación criminal). O, por ejemplo, defienden la energía nuclear con el argumento de que evita las emisiones de dióxido de carbono.
La pieza de Molière Tartufo denunciaba en verso y en broma la hipocresía del beato que finge ser muy virtuoso y muy devoto. Su representación pública fue prohibida. En francés, la palabra tartuffe es parte del léxico habitual. Hace pocos años, la inconoclasta revista La Décroissance (que vende 20 mil ejemplares todos los meses) introdujo la palabra éco-tartuffe para calificar las propuestas y los personajes oficiales que se las dan de ecologistas sin serlo realmente. Si hubiera un premio internacional en la materia se lo podría llevar el Partido Verde mexicano.
En estos meses previos a la conferencia de cambio climático en París, de diciembre de 2015, La Décroissance titula: “Laurent Fabius, éco-tartuffe en chef de la COP 21”. La COP significa la conferencia de las partes del Tratado de Río de Janeiro de 1992 de cambio climático. La hipocresía se nota en el fingido fervor ambientalista de Fabius (ministro de Relaciones Exteriores de Francia, veterano político socialdemócrata) y experto en todos los disimulos que se despliegan para no afrontar el tema de cara. En vez de lograr un compromiso internacional de gran reducción de emisiones a cargo de los países que son deudores ecológicos, Fabius se apronta sin vergüenza –dice La Décroissance, n. 121, 2015, p. 6– a dar lecciones de moral ecologista a la Tierra entera. Él pertenece desde hace 40 años a una casta social y política acostumbrada a ganar, que no teme a nadie ni tampoco al ridículo, porque tiene los medios de comunicación y de (des)información a su servicio. Ahora le toca desempeñar el papel internacional de ecotartufo en jefe en París, su escenario habitual y preferido.
En inglés, creo que la palabra greenwashing fue introducida por la organización Greenpeace. En Wikipedia hay una útil discusión sobre su significado. Alguien escribe que se da el fenómeno de greenwashing cuando una compañía comercial dice cosas favorables de su producto asociadas al ambiente, declarándolo verde aunque no lo sea y aunque esa compañía no tenga hechos para probar sus afirmaciones. Lo mismo se aplica a la política de un gobierno.
¿De dónde viene el término greenwashing?, ¿acaso se deriva de brainwashing, es decir, un lavado de cerebro? La respuesta es que greenwashing no se deriva de brainwashing –es decir, un lavado del cerebro mediante propaganda política o con torturas o drogas, sino que viene de whitewashing, blanquear con cal, enjalbegar una pared, o sea cubrir la suciedad y dejar todo brillante, encalar un sepulcro por fuera. En inglés whitewashing en su aceptación figurativa implica tapar un secreto, encubrir un crimen o práctica corrupta. En vez de un lavado blanco ( whitewash), un lavado verde. Greenwashing es, pues, marketing verde, aparentar hipócrita y falsamente el cumplimiento con las normas protectoras del ambiente, como en muchos informes de responsabilidad social corporativa impresos en papel caro y con lindas fotos para tapar daños ambientales, enterrando de paso discretamente algunos defensores ambientales muertos.
La encíclica Laudato sí cita en el párrafo 52 un texto de 2009 de los obispos de la Patagonia: “Constatamos que con frecuencia las empresas que obran así son multinacionales… al cesar sus actividades y al retirarse, dejan grandes pasivos humanos y ambientales, como la desocupación, pueblos sin vida, agotamiento de algunas reservas naturales, deforestación, empobrecimiento de la agricultura y ganadería local, cráteres, cerros triturados, ríos contaminados y algunas pocas obras sociales que ya no se pueden sostener”. Este robusto lenguaje es lo contrario del greenwashing.
Por la gran difusión del inglés, la palabra greenwashing se usa mucho más que la palabra éco-tartuffe, que requiere saber francés y cierta cultura literaria. Molière no es, sin embargo, un desconocido. En castellano ecotartufo me suena bien. Si yo fuera profesor de francés o de inglés en México en la escuela secundaria, pediría comentar esta frase: “el Partido Verde es un partido ecotartufo que practica el greenwashing, pero no engaña a nadie”. Una frase no sólo verdadera, sino con fuerza retórica, ¿aunque demasiado gringa?
Mejor sería encontrar palabras equivalentes más propias, más sonoras. Por ejemplo, sepulcros verdes, ecodisimulo, disfraces verdes… Hace falta algo más fuerte. Podríamos abrir aquí un concurso internacional.
LA JORNADA