La semana pasada, en el Parlamento español, el setenta y cinco por ciento de los diputados españoles y el diecinueve por ciento de los diputados catalanes proclamaron que los catalanes no tienen derecho a decidir su propio futuro. La diferencia de porcentajes es espectacular. Entretenidos con la política del día a día, con los problemas internos del PSOE, no nos dimos cuenta de la extraordinaria fuerza política de este hecho, de estas cifras. Hasta el punto que, en mi opinión, sólo el enunciado de esta votación permite entender y juzgar la cuestión catalana, para alguien de fuera, sin necesidad de muchos comentarios más. Si tuviéramos que explicar qué está pasando en Cataluña sólo en diez segundos, podríamos utilizar perfectamente esta votación.
Quiero decir que, a lo largo de todos los años que hemos estado hablando, tanto en Cataluña como en España hemos ido construyendo un argumentario muy sofisticado y amplio sobre nuestras posiciones. Desde el catalanismo, se dice que tenemos derecho a decidir nuestro futuro porque somos una nación, y contamos la historia, la lengua, la cultura, la economía, el déficit fiscal … Desde el nacionalismo español, que la única nación es España, que esto es el fundamento de la Constitución, que el único sujeto de soberanía es la nación española, y cuentan la historia a su manera y quieren desmentir la manera como la explican los demás … En este argumentario hay tonterías constatables, opiniones lícitamente divergentes y algunas peticiones de principio. En general el choque de trenes argumentales en estos ámbitos nos lleva a discusiones jurídicas complicadas, a debates sobre la historia fatigosos y sobre todo a una pared metafísica sobre quién es el sujeto de la soberanía, sobre quién es y quién no es la nación.
Pero si tenemos que explicar lo que está pasando a un demócrata de fuera, yo le diría que todo este argumentario tan sofisticado se convierte en letra pequeña al lado del titular que nos da la votación del otro día en el Parlamento español. ¿Tienen derecho los catalanes a decidir su futuro? Dicen que no el setenta y cinco por ciento de los representantes españoles (casi la unanimidad si quitamos catalanes y vascos), pero sólo el diecinueve por ciento de los representantes catalanes. Este desfase brutal lo entiende todo el mundo. Y esto no es una encuesta. Es una votación con todos los pormenores sobre una única pregunta clara y concisa en una cuestión relevante que afecta a los catalanes.
No hay ninguna democracia en el mundo que ante un desfase de este tipo crea que no se debe hacer ningún caso ni dar alguna respuesta política.¿Por qué Cameron permite que en Escocia se convoque el referéndum? No habla ni de la ley ni de la historia ni de la economía. Dice: porque la mayoría de los escoceses lo quieren, y así lo han manifestado de forma libre y democrática. Si además hay razones históricas, legales o económicas, magnífico. Pero no hacen falta. Sólo con la existencia de esta voluntad ya basta. Ninguna democracia del mundo, ni la más jacobina, si tuviera un desfase de este tipo, si la opinión que es casi unánime en el conjunto del Estado fuera absolutamente minoritaria en el territorio afectado, lo despreciaría y ignoraría. Ni en Francia ni en Italia (donde no ocurre porque estos porcentajes son inimaginables). Ni tampoco, tenemos las pruebas, en Gran Bretaña o Canadá.
Imponer a un territorio afectado -o un sector o a una comunidad o lo que sea- una doctrina que es absolutamente minoritaria con el argumento de que es mayoritaria fuera del territorio afectado va en contra de la esencia de la democracia. Podríamos poner miles de ejemplos, incluso cómicos.(Hacer pagar democráticamente la cena a uno de los comensales, porque todos los demás votan a favor y sólo él vota en contra; anexionar Portugal a España porque la mayoría de los habitantes de la Península lo quieren, pero con el voto contrario de la mayoría los portugueses; etcétera, etcétera.) No hace falta hablar ni de Constituciones ni de soberanías ni de naciones. Hablamos de votos. La metafísica es interpretable. Las votaciones son claras. Gracias a Rosa Díez y a la votación que forzó por populismo y por oportunismo en el Congreso español, tenemos la prueba física. La idea de que se debe negar a los catalanes el derecho de votar su futuro la sustentan el setenta y cinco por ciento de los diputados de todo el Estado, pero sólo el diecinueve por ciento de los diputados catalanes. No hace falta decir nada más.
ARA