Gol de tacón


Hace ya un mes se cumplió el primer aniversario de la corta pero cruenta guerra que enfrentó a Georgia con los osetios del sur y los abjasios, apoyados por Rusia. Durante las semanas previas, algunos analistas jugaron a hacerse los agoreros, sacando a relucir el supuesto peligro de un nuevo rebrote del conflicto. Pero llegó la fecha y, como era de esperar, no sucedió nada. Era lógico que así fuera: Saakashvili es ya un político completamente quemado, que sigue en el poder para salvar la cara de los aliados norteamericanos y de la OTAN, que lo defendieron contra viento y marea con el simple objeto de no darles a los rusos el gusto de hacerlo caer. Hoy es un hombre acosado por la oposición y detestado por una buena parte de la población.

El aniversario tampoco tuvo utilidad práctica a efectos informativos. Nadie aportó nuevos datos sobre las verdaderas razones que tuvo el presidente Saakashvili para lanzarse a la temeraria aventura de la guerra contra la vecina superpotencia. Por otra parte, el énfasis de la prensa en el otro protagonista de la pasada crisis tampoco se ha apartado de lo previsible. Se ha dado relevancia al reciente viaje de Putin a Abjasia, o del posible reforzamiento de las bases militares de esa potencia en las nuevas repúblicas secesionistas.

MIENTRAS TANTO, y justamente por esas mismas fechas, la historia no se detenía. El 6 de agosto, Putin visitaba Turquía para firmar quince protocolos de colaboración con el Gobierno de ese país. Pero, sobre todo, conseguía que los turcos abrieran sus aguas jurisdiccionales al gasoducto South Stream, y eso con la activa colaboración de Silvio Berlusconi, dado que la petrolera italiana ENI está también en el ajo de esa empresa gasística junto con el accionista mayoritario, Gazprom. De paso, el ruso aseguró importantes suministros de hidrocarburos a Turquía, para su propio consumo y para la exportación, todo a precios muy competitivos. Y para completar el cuadro, se pactó la ampliación del gasoducto Blue Stream, que atravesará Turquía de norte a sur.

TODO ELLO rubrica un claro acercamiento ruso-turco que, cada día que pasa, deja en potencial desventaja a los socios occidentales. Se diga lo que se quiera, los gasoductos rusos son una seria competencia para el proyecto Nabucco, estrella de las compañías occidentales, dado que nació, precisamente, para puentear a los rusos a base de gas procedente de Asia Central. La crisis del 2008 y la caída del precio de los hidrocarburos dejaron malparada la competitividad de Nabucco. A pesar de todo, este mismo verano, a finales de junio, se firmó el acuerdo para el tendido. Ahora, mucho nos hemos de temer que el viaje de Putin, apenas dos meses más tarde, haya puesto en serios aprietos al proyecto europeo, en el cual los turcos, por confesión propia, sacaban poco beneficio, excepto la capacidad de presión política.

Y es que, además, el acercamiento entre Moscú y Ankara, fundamentado en acuerdos económicos muy provechosos, deja fuera de juego a los dos díscolos peones prooccidentales de la zona: Ucrania y Georgia. De hecho, ya fue bastante sospechosa la actuación de Turquía durante el conflicto ruso-georgiano del pasado año. Por entonces, el Gobierno de Ankara actuó por su cuenta, bastante al margen del resto de los socios de la OTAN, decidido a no deteriorar sus relaciones con Moscú y a proponer planes de paz propios para el Cáucaso. La gran pregunta es ahora: ¿conocían los turcos por adelantado lo que se preparaba en Georgia? Es un interrogante pertinente si tenemos en cuenta que el acercamiento ruso-turco no solo se refiere a cuestiones energéticas. Desde hace algún tiempo, Turquía está renovando su armamento estratégico con material ruso, lo que ha llegado a provocar las protestas norteamericanas ante el temor de que los nuevos sistemas de armas sean incompatibles con los que utilizan el resto de socios de la OTAN.

EL RESULTADO de los acuerdos de este agosto del 2009 puede tildarse de éxito rutilante de la diplomacia de Moscú y Ankara. Un verdadero gol de tacón. Ahora, Bruselas deberá tratar con más cariño a los turcos, dado que se están convirtiendo nada menos que en la alternativa de suministro de gas ruso… con gas ruso. Los problemas que ha planteado Ucrania pueden ser un juego de niños si Turquía se enfurruña. De hecho, y dado que el bombeo de gas a través del South Stream comenzará en el 2015, no sería descabellado que el país anatolio formara parte de la UE para entonces, como forma de controlar mejor al socio-grifo. Y por si faltara algo, cara a la política interior el acercamiento a Rusia contribuirá a desactivar a buena parte de la oposición al Gobierno islamista turco, especialmente a la ultraderecha laica, que propugnaba romper con Europa y acercarse a Rusia. A este paso, en Bruselas ya deben estar haciéndose planes para acelerar la política exterior que vienen señalando desde hace años los alemanes, sea el Gobierno que sea: acercarse a Rusia y dejarse de intermediarios.

* Profesor de Historia Contemporánea de la UAB y autor de El desequilibrio como orden.

Publicado por El Periodico de Catalunya-k argitaratua