“Già la mensa è preparata” (1)

El independentismo, cada vez más, se enreda en la red que ha tejido. Se enreda no como la oruga que trama el capullo de donde saldrá el milagro aéreo de la mariposa, sino como la araña tomada en la propia telaraña. Si por “red” entendemos “estrategia”, todo resulta claro. Supongamos que la estrategia de respuesta al 155 hubiera sido realmente negociar unos objetivos que el Estado ha dicho y repetido que son innegociables. Supongámoslo, porque la alternativa dejaría a quienes avalan este diálogo no ya ‘interruptus’ sino ‘non inceptus’ muy por debajo del purgatorio de CiU, en alguno de los círculos del infierno dantesco, no diré cuál.

Tomemos, pues, la hipótesis más acorde con el espíritu abacial del máximo defensor de la estrategia y supongamos que hay estrategia y no sólo estratagema. Estrategia, que en griego significa el arte del general, el ‘strategos’, implica al menos saber que uno está en guerra y contra quién. Antes he dicho negociar y no dialogar, pues ‘dialogos’ no significa más que conversación. Se trata de vencer con argumentos a alguien que en principio respeta su preeminencia, como se comprueba en cualquiera de los diálogos en los que Sócrates emplea la dialéctica para extraer la verdad mediante la deducción asistida. Pero por mucho que un día, en un acceso de vanidad, el líder de ERC se comparara con Sócrates, Pedro Sánchez no es Alcibíades. A pesar de las curvas y los puñetazos en la espalda para conservar el poder, el presidente español carece de talento y osadía. Las comparaciones siempre son arriesgadas, pero la moral de aquella historia de amor entre filosofía y poder es suficientemente conocida. Aunque la palabra “diálogo” suene más conciliadora y con más lustre intelectual que “negociación”, no se dialoga con el enemigo cuando ha habido bajas y se han hecho prisioneros. En todo caso se negocia, si se está a tiempo y se retiene alguna capacidad coercitiva. Para negociar se necesitan triunfos y no jugarlos en balde. Miren, si no, cómo Putin pone en jaque a una Unión Europea atemorizada y a Estados Unidos que, más empeñados en el desafío de China, no tienen ningún interés en empantanarse en una guerra continental.

La fuerza de Putin no son sólo los cien mil soldados desplegados en la frontera de Ucrania. Son también sus nervios de acero y el control de los tiempos. Hasta para hacer un farol hay que saber elegir el momento en que el adversario es débil. Investiendo a Pedro Sánchez, el independentismo perdió a la reina sin comerse ninguna pieza contraria. Sánchez era más responsable del 155 que Mariano Rajoy. Al fin y al cabo, el entonces presidente, sometido al maximalismo de su partido, estaba obligado a reaccionar ante la declaración de independencia. Mientras que Sánchez pudo demostrar mano izquierda, literalmente, imponiendo una alternativa medida. Acatando las consignas del PP y el ala más dura del propio partido, Sánchez evidenció su debilidad y todavía la extremó cuando impulsó la moción de confianza contra Rajoy. Pues con ese paso entregaba a los independentistas las llaves del reino y la posibilidad de hacer y deshacer en Madrid lo que hicieran o deshicieran en Catalunya. Y así como Isis aparece en el burro Lucio al final del cuento de Apuleyo, a Sánchez se le apareció la diosa Fortuna en forma de burro catalán.

Como un gladiador pendiente del hado que fije el pulgar imperial, Sánchez se jugaba la vida en ese órdago. Y fatalmente el independentismo movió la prenda equivocada. Desde entonces, todo ha sido perder piezas, algunos peones pero también torres y alfiles. La última inepcia ha sido aprobar el presupuesto general del Estado, escollo que Sánchez superó gracias a un despiste de ERC.

Desescalar, apaciguar, rebajar la tensión, renegar del Primero de Octubre, normalizar, es desde hace años la manera de justificar un horizonte de renuncia. La mesa de diálogo nunca ha sido más que un brindis al sol, pero los republicanos han acabado serrándole las patas. El mandatario español ha tenido suficiente con dejar pasar el tiempo para convertir el único compromiso de investidura en una gracia pendiente de su humor y sentido de la oportunidad. Con la impasibilidad de un Putin o de un Rajoy, Sánchez ha acorralado a ERC en la casilla elegida por este partido. La incondicionalidad con la que se exponen cada vez a más humillaciones será la cuerda con la que Sánchez colgará a sus “interlocutores”. Mientras esta fatalidad no llegue, la ficción de diálogo permite a Sánchez pregonar que ha reconducido Cataluña al corral autonómico y ya todo está atado y bien atado.

La hipótesis con la que he empezado el artículo, ¿no tolera otra posibilidad? ¿O traidores o irresponsables? ¿’Tertium non datur’? Queda otra posibilidad, ciertamente menos verosímil pero no absolutamente inadmisible. La mesa de diálogo se podría volver todavía contra Sánchez si, habiendo agotado el tiempo para abordar la resolución del conflicto, ERC demostrara que la estrategia consistía en destapar el falso dialogismo del presidente español. Se trataría de desenmascararlo ante el mundo como el falsario que siempre ha sido y clausurar la absurda etapa de bonhomía y adulación para reencontrarse con la estrategia del exilio.

En esta tercera hipótesis, la idea delegada en un mueble tan simbólico como ineficaz consistiría en reforzar la legitimidad de la única salida racional al conflicto: un referendo bajo los auspicios de la Unión Europea. Es decir, una solución impuesta a España para que afronte políticamente un conflicto político y no ponga más en peligro la democracia en el continente. Se trataría, en definitiva, de activar el plan B previsto en el acuerdo de investidura de Pere Aragonès por la contingencia de que la fantasmagórica mesa de diálogo no permita avanzar en la consecución del derecho de los pueblos.

Habiendo pasado más de cuatro años desde la aplicación del 155 sin que el diálogo haya dado más resultado que el indulto parcial de unas pocas personas, y aún por exigencia de la Comisión Europea, no parece inteligente agotar los dos años de garganta que ERC se concedió con el inexplicable visto bueno de la CUP. Sobre todo porque los juzgados siguen interpretando sus derechos como delitos. Pero ERC rehuye el conflicto, habla de grandes consensos y se aferra a la mesa de diálogo como a una tabla de salvación. La solución nunca puede consistir en disimular la realidad de que no hay nadie al otro lado de la mesa. Y no hay nadie porque la sumisión ha liquidado cualquier voluntad de compromiso. Para llegar a la mesa en condiciones de negociar, el independentismo debe definir y concretar claramente el conflicto, que es nacional y no le enfrenta con un partido ni con dos, sino con el entramado de intereses que se esconden tras el icono “España”, un ídolo para las masas con las que los poderosos soportan el andamio del Estado.

En lugar de disimular el conflicto, es necesario destaparlo en sus raíces y consecuencias. Y hay que sostenerlo, pero no en los términos del Estado, que se afana por homologar en Cataluña el escenario vasco de unas décadas atrás. Esta trampa conviene evitarla, pero al mismo tiempo extremar el conflicto democráticamente, esto es superando la legislación española. Esto puede hacerse aprovechando la contradicción entre la jurisprudencia española y el marco legal europeo para cargarse de triunfos reales y no sólo de palabras vacías. Solo si son capaces de demostrar a los demócratas españoles y a los europeos que España nunca será una auténtica democracia mientras no resuelva su conflicto con la minoría nacional catalana, los independentistas podrán avanzar con la confianza que da disponer de algún ascendiente sobre el rival. Pero el poder de negociar sólo puede venir de equilibrar el miedo que inflige al enemigo con el que uno es capaz de infligirle.

(1) “La mesa ya está preparada”

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