Qué equivocados estuvimos quienes, sintiéndonos ciudadanía sin estado y bajo un estado ajeno, creíamos que la Unión Europea sería la respuesta histórica a nuestra orfandad. La Unión nació para substituir los conflictos entre potencias pero conservar los estados y, a pesar de las grandes cesiones de soberanía, los estados conservan su capacidad de limitar y encerrarnos en sus reglas de juego. Y este estado es el que es.
El Reino de España no es federal, todo lo contrario, pero en cambio la corte centralista administra y juega con la diversidad interna. Para Euskadi tiene una jugada, para Catalunya tiene otra, para Galicia otra… Solo una cosa no se discute: no se puede cerrar Madrid.
En el juego bipartidista Galicia es una pieza que al PSOE le suele interesar que allí gobierne el PP porque, paradójicamente, eso lo debilita. Así ocurrió cuando Felipe González permitió amablemente que se acomodase Fraga allí, se llegó al extremo de que el secretario del PSdG entonces, Francisco Vázquez, en el mismo comienzo de la campaña electoral exaltaba al candidato del PP, Fraga. González entregó el voto de quienes querían que su partido gobernase en Galicia a los intereses de Fraga porque a él le convenía tener debilitado a Aznar en Madrid. Y, efectivamente, Fraga discrepaba constantemente de Aznar que como jefe de la oposición padecía su aliento en la nuca. Únicamente con Zapatero, apartados González y Guerra, el PsdG cumplió su obligación de ser oposición primero y luego ofrecer una alternativa a Fraga y, conjuntamente con el BNG, gobernó la Xunta unos breves cuatro años.
Es razonable que ahora temamos que se puede repetir la jugada en la que Galicia sería un mero peón a sacrificar en el juego de la política madrileña. De hecho, en estos meses desde que Casado ocupó la secretaría, Feijóo, respaldado por la corriente del PP patrocinada por Romay Becaria, ha funcionado como una pieza que lo desestabiliza. Cuando Casado, respaldado por Aznar, optó por un enfrentamiento radical con el Gobierno que no era asumido por una parte de la organización ni de su electorado, Feijóo se manifestó como la alternativa amable y dialogante, dejándolo en evidencia. Si ahora gana las elecciones será la misma piedra en el zapato de Casado que antes fue Fraga para Aznar.
Pero lo curioso es que Feijóo necesita ganar y puede ganar pero su triunfo también es su condena, porque quiere ganar pero no quiere ser presidente de la Xunta de Galicia. Feijóo en origen no es un político gallego, es uno de tantos jóvenes españoles ambiciosos que se marchó de su pueblo a una capital soñada que le ofrecía libertad y se inició en la administración madrileña de la mano del PP, si se vino a Galicia fue para empezar una carrera que lo devolviese a su lugar, su sueño siempre fue hacer política en Madrid y desde hace años ser el candidato del PP a presidente del Gobierno.
Si sale elegido nuevamente se verá obligado a permanecer en el cargo en la Xunta, en lo que para él es “provincias” mordiéndose las uñas y volviendo a viajar a Madrid constantemente para aparecer en cenáculos y platós de televisión otros cuatro años. Y si pierde sí que podría irse a Madrid a hacer lo que hizo antes Rajoy, ir a los toros y al Bernabeu a fumar un puro, hacer cola, conspirar y hacer méritos por la corte para conseguir la nominación, pero llegaría con un mal cartel, ser un gobernante desahuciado. A los medios de comunicación de la corte e incluso al PSOE le interesó vender esa imagen de Feijóo como triunfador pero lo curioso es que está atrapado en su propia trampa y parece condenado a la maldición de Sísifo.
El PSOE parece que está haciendo su parte del juego y todas las decisiones del Gobierno le han facilitado las cosas a la candidatura de Feijóo. La decisión de Sánchez de recentralizalo todo le ha permitido a Feijóo aparecer como paladín de la autonomía frente al centralismo, al tiempo que el tiempo de confinamiento con el parlamento cerrado y sin vida pública los televidentes gallegos han podido ver todos los días varias veces en la televisión pública a Feijóo vendiendo su género mientras la oposición estuvo desaparecida, en un caso flagrante de secuestro partidario de una televisión pública. Antes del confinamiento ninguna encuesta le daba a Feijóo la mayoría absoluta y sí el gobierno de la Xunta a la oposición, ahora todas le dan que puede alcanzar esa mayoría.
El candidato del PsdG es un señor razonable pero completamente desconocido y su organización funciona como candidaturas locales, no como una organización gallega sobre la que él tenga dirección. La desgana y la falta de confianza que irradia la campaña y la falta de entusiasmo de los dirigentes de Madrid es la señal de que los gallegos debemos temer la repetición de lo ya vivido.
La emergencia actual del BNG, la organización soberana gallega con una nueva generación al frente y una candidata, Ana Pontón, que recibe una fuerte corriente de simpatía no puede hoy por hoy substituir el papel que le correspondería al PSOE. La candidatura de UP en Galicia, “Galicia en Común”, presenta a un diputado suyo en Madrid pero, por razones distintas, irradia algo parecido a la del PsdG, si no desgana sí falta de energía y de creérselo. Todavía se presenta un fleco, “Marea galeguista” que aumenta la división.
Feijóo comparece sin sus siglas, para reforzar su posición de poder político propio frente a Casado y porque esas siglas restan, como si tuviese un partido propio y lo paradójico es que él, que tiene su imaginación y su mirada en Madrid, se obligado a hacer gala de un inverosímil populismo galleguista. La oposición es evidente que es compleja y compite entre sí necesitaría mostrar desde ya voluntad de entenderse y necesitaría un liderazgo percibido por la sociedad. Y no lo tiene.
ARA