Las declaraciones del diputado de Esquerra Republicana Gabriel Rufián, el pasado 8 de junio, calificando al president Puigdemont de “tarado”, por haber proclamado la independencia (en vez de convocar elecciones autonómicas, ¿no?), son de esas que no sólo se descalifican solas sino que ofrecen un retrato bastante diáfano del nivel intelectual y educacional de su autor. No sorprenderían nada viniendo de un matón de una taberna de puerto rodeado de su clac de ‘abascales’, pero dichas por un diputado catalán en el Congreso español en representación de un partido que dice ser independentista y de izquierdas van mucho más allá, porque descalifican las siglas y hacen que la gente, muy legítimamente, se pregunte si Rufián, con este comportamiento, no hace más que lo que se espera que haga, que es decir en voz alta lo que la cúpula piensa o dice en voz baja.
El insulto es tan grave que no puede ser descuidado con una simple desautorización verbal por parte de Pere Aragonès y unas no menos simples excusas del diputado deslenguado. Un diputado que escupe una injuria contra el president de Catalunya en el exilio y que, por extensión, desacredita el escaño que ocupa y el partido que representa, no puede seguir ejerciendo y debería ser expulsado de la formación. Más aún cuando, como es sabido, ésta no ha sido ni mucho menos la primera vez que Rufián ha tenido que disculparse por comentarios tabernarios.
Pero Esquerra no sólo no le ha expulsado, sino que estos días las ‘figuras’ del partido no han parado de pasearse por los medios de comunicación dedicándole alabanzas y ratificándolo como uno de los suyos, ya sea como diputado en Madrid o como alcaldable en Cataluña. Fijémonos en la insistencia de Oriol Junqueras afirmando que Rufián tiene “toda la confianza” de Esquerra y que se siente “muy orgulloso de la gente que sabe rectificar”, y en la de Joan Tardà diciendo que el hecho de que Rufián se haya disculpado le “honra”. ¿Se da cuenta el lector de la maniobra? No tiene nada nueva. Es antiquísima y se utiliza en ámbitos muy diversos. Me refiero a banalizar una agresión mediante la victimización del agresor. Como si la presentación de excusas borrara la agresión y ya no hubiera caso. Así de fácil. Se trata de sacralizar las excusas elevándolas a la categoría de virtud. A partir de ahí, Rufián se convertiría en una víctima de quienes exigen una acción drástica de ERC y critican la operación de maquillaje que el partido le ha montado.
Pero hay un detalle muy importante que Junqueras y Tardà obvian deliberadamente: Rufián no presenta de inmediato y por iniciativa propia sus excusas. Es sólo a raíz del alboroto que se ha creado y de la orden pública que le envía Pere Aragonès de viva voz, cuando Rufián se excusa. Y lo hace siguiendo el patrón marcado por el Borbón emérito, hace diez años, cuando, también forzado desde la sombra, dijo: “Lo siento mucho; me he equivocado y no volverá a ocurrir”. Minutos después de estas palabras, todas las ‘figuras’ monárquicas ya decían exactamente lo mismo que dicen hoy Junqueras y Tardà: se sentían “muy orgullosas de la gente que sabe rectificar” y consideraban que esas excusas “honraban” al agresor de Botsuana.
Ni que decir tiene que toda disculpa que no es espontánea y que no viene del corazón es más falsa que un euro de madera. En este caso, sería pura palabrería destinada más bien a sacar a Esquerra del mal trago que a sacar del mismoa a Rufián. Dice el dicho que en septiembre cada uno cosecha lo que siembra, y Rufián es la cosecha de Esquerra a partir del momento en que decidió que necesitaba enviar gente al Congreso español dispuesta a decir despropósitos que le aportaran cuota mediática en forma de cortes de quince según reproducidos por radios, teles y prensa digital como un spot publicitario, un spot que, de tener que pagarlo, sería prohibitivo.
Joan Tardà era una pieza de esta estrategia: “¡Muera el Borbón!”, “¡Perdonad, pero alguien tenía que decirlo!”, etc. Y Rufián, después de un tiempo de compartir bancada, ocupó su puesto y se ha convertido en la cara visible de Esquerra en su papel de guardia pretoriana de Pedro Sánchez, que sólo le vota en contra cuando sabe que el Gobierno tiene garantizado su resultado favorable con otros votos. Son escenificaciones de cara a la galería, ya que Sánchez sabe bien que, si de Esquerra depende, tiene garantizado el gobierno de España hasta el fin de los tiempos. Porque, claro, es que si no viene la ‘derecha’, ¿no?, y… ¡uy, qué miedo! ¡Qué suerte tiene Cataluña con el PSOE!
Gabriel Rufián no está únicamente en Madrid para dar visibilidad mediática a su partido, también está ahí para cumplir la misión del ‘poli malo’, que, como es sabido, no es otra que la de edulcorar la imagen del ‘poli bueno’. Tanto uno como otro piensan exactamente lo mismo, por eso trabajan juntos, pero para obtener los resultados que persiguen necesitan que haya contraste. Evidentemente, no estamos hablando de policías, sino de la imagen clásica de ambos platos de la balanza. Hay empresas que con frecuencia alternan estas dos figuras para conseguir un contrato más satisfactorio en las negociaciones. Esquerra también. La villanía de Gabriel Rufián ha permitido que Pere Aragonès, ordenándole una disculpa, se presente como el hombre sensato que Cataluña necesita.
EL MÓN