El historiador y profesor en la Universidad Autónoma de Barcelona acaba de publicar el libro ‘Catalans de 1939’ (la Campana)
El historiador Francesc Vilanova i Vila-Abadal (Barcelona, 1962), profesor en la Universidad Autónoma de Barcelona, es la gran autoridad académica sobre el primer franquismo en Cataluña. Acaba de publicar ‘Catalans de 1939’ (la Campana), que es la pieza final de un rompecabezas indispensable para entender cómo se pacificó Barcelona y para combatir los intentos de reescribir la historia radical y violenta de aquellos años. Vilanova explica que, con esta nueva entrega, quería explicar, por un lado, cómo la derecha clásica europea se impregnó del discurso, las actitudes y las estrategias fascistas, y, por otro, por qué hubo catalanes que, traumatizados por la guerra, se volvieron franquistas sin haberse injertado de fascismo.
El nuevo ensayo se suma a obras fundamentales, como ‘La Barcelona franquista’ y ‘La Europa totalitaria’ (1939-1946) (Empúries, 2005), ‘Hacerse franquista. Guerra civil y posguerra del periodista Carles Sentís’ (Leonard Muntaner, 2015) y ‘Franquismo y cultura’. Destino. ‘Política de Unidad. La lucha por la hegemonía intelectual en la posguerra catalana’ (1939-1949) (Leonard Muntaner, 2018). Nos recibe en la Fundación Carles Pi i Sunyer, de la que dirige el archivo.
—Dice que hay un par de cosas que, en estos momentos, ya no se pueden discutir.
—Sí. Una es que el factor nacionalista español era el unificador de todos los elementos que se sublevan contra la Segunda República. El componente nacionalista español lo impregna absolutamente todo. Existe un gigantesco proceso de nacionalización española, violento y coactivo, del que forman parte los elementos fascistas adquiridos e incorporados del modelo italiano, más que del alemán. Que uno de los factores de la guerra es el de una guerra nacionalista, en este punto de la vida no puedes discutirlo. Por las paredes de Barcelona cuelgan aquellos carteles que dicen “Ha llegado España” [en castellano]. De acuerdo, han llegado los fascistas y los falangistas, sin embargo “ha llegado España”. Y España es mucho más que los falangistas.
—Y no sólo hay nacionalismo español: existe un programa de españolización expreso.
—Claro. Un programa de españolización que tratan de aplicar pensando: “Ahora, finalmente, lo llevaremos a cabo”. Piensan que la dictadura de Primo de Rivera no fue suficiente. Eugenio Nadal tiene un artículo en el que dice que si entonces no fue bien fue porque no se lo tomaron en serio. Ahora no. Ahora existe un programa de nacionalización española evidentísimo, como existe un programa contrarrevolucionario, contra la clase obrera y el movimiento obrero, y un programa radicalmente antidemocrático. La guerra civil tiene todos esos elementos. No es sólo la destrucción de la Segunda República, democrática y reformista. Es la guerra contra las naciones periféricas y lo que existe en estas naciones periféricas.
-El poder militar es el primero que marca el paso.
—Los falangistas, en su puesta en escena, tienen un papel secundario. Lo vi cuando hicimos ‘La caída de Barcelona’. Los tres primeros grandes actos públicos, 27, 28 y 29 de enero, son tres misas de campaña en las que el elemento visual fundamental es el poder militar, quienes controlan la situación –Yagüe, Solchaga y Álvarez-Arenas–, acompañados de civiles, de eclesiásticos y de falangistas. Cuando Wenceslao González Oliveros llega a Barcelona y explica que más que una guerra contra el comunismo fue una guerra contra los secesionistas, ya lo tienes claro. La historiografía catalana y buena parte de la historiografía española seria ya lo tienen bastante asumido. En este sentido, el libro ‘Fuera el invasor’, del profesor Núñez Seixas, hace tiempo que explicó la guerra en esta clave.
—Pero sí hable de una publicística de periodistas y académicos españoles que insisten mucho sobre la existencia de los catalanes franquistas para esconder este elemento nacionalizador que decía.
—Sí. El argumento de estas corrientes es que no fue una guerra contra Cataluña, como dice el señor Josep Benet y dicen tantas otros, porque había catalanes franquistas. Naturalmente que sí, ya lo sabemos, ¡claro que había! Y ya sabemos que no era una guerra contra Cataluña en un sentido global. Es una guerra contra un proyecto catalanista que se expresa de diferentes formas, pero que en 1936 es hegemónico en la sociedad catalana. Es mayoritario. Cuando hablamos de “guerra contra Cataluña” nos referimos a que la guerra tiene un objetivo muy claro de destruir lo que, en aquellos momentos, en términos políticos, sociales y culturales es hegemónico: la Generalitat republicana y lo que representa, y el sistema político catalán, que es diferente del sistema político español. En esto tampoco debería haber debate.
—¿Por qué existen intelectuales, académicos, periodistas o empresarios catalanes que, a pesar de no compartir el componente españolizador del franquismo, se expresan a favor del régimen franquista?
—Por el trauma de la guerra. La han vivido como si fuera la revolución de 1917 en Rusia. Cuando lees el dietario de Raimon d’Abadal i Calderó, presidente del comité político de la Lliga Regionalista, te das cuenta enseguida. Empieza explicando la guerra como un golpe de estado militar que nos hará ir mal a todos, y el desastre que esto significa, y en agosto ya habla de la revolución y de la necesidad de liquidarla, y de liquidar los revolucionarios y los republicanos que, naturalmente, intentan salvarlo todo sin arruinarse.
-Pero no todos los catalanes que suben al carro del franquismo lo hacen con el mismo entusiasmo.
—Hay quienes, a partir de 1939, absorben y asumen esta impregnación fascista y que quedarán ya directamente vinculados al campo franquista. Ignasi Agustí, por ejemplo. A partir de 1936 hace borrón y cuenta nueva, se hace llamar Ignacio, pasa a escribir en castellano, y aquí paz y después gloria. Ferran Valls i Taberner hace poco más o menos lo mismo. Algunos no. Es algo que se debe poder investigar con calma y tranquilidad. Muchos hacen la apuesta por el franquismo por huir de la guerra y de la revolución, pero ¿cuánta de esa gente se deja españolizar?
—¿Hay algunos que no se dejan españolizar?
—El señor Ramon d’Abadal i de Vinyals, insigne medievalista catalán, en 1939 también hace borrón y cuenta nueva con la experiencia republicana y deja de tener contacto con sus amigos republicanos y pasa tres años de exilio en Italia. Cuando regresa, en 1942, acepta incorporarse en plena clandestinidad al Institut d’Estudis Catalans, en sustitución de Ferran Valls, fallecido. Y es un personaje que nunca se dejará españolizar. Es un hombre de orden, pero nunca se dejará españolizar. Y como él, tantos otros. En el fondo es lo que decía Dionisio Ridruejo: la conciencia de clase ha pesado más que la conciencia nacional y, por tanto, el apoyo al proyecto franquista proviene de estos intereses de clase, pero esto no implica que pierdan la conciencia nacional. Como mucho, se mantendrán, por así decirlo, en una especie de neutralidad nacional. Es verdad que sectores burgueses cambian de lengua después de la guerra; también había muchos que ya la habían cambiado antes, no era ninguna novedad. Pero tampoco es tan general como creemos.
—Muchos imaginaban que el franquismo sería algo distinto.
—Hay que tener en cuenta que el cálculo que hace buena parte de esa gente, o la referencia que tiene en la cabeza, es la dictadura de Primo de Rivera. Vale, esto es un golpe de estado mucho más sangriento, pero ahora luchan contra la revolución. Aquella dictadura había descabezado la Mancomunidad, pero seguían publicando diarios y libros en catalán. Esto explica que en 1940, Cambó diga a Joan Estelrich que se vaya a Madrid a ver si les dan dinero para publicar un diario cultural en catalán. Porque la referencia es la dictadura de Primo de Rivera. Hay errores de cálculo, errores de análisis, algo de autoengaño…
-Y discretamente abandonan el escenario cuando se dan cuenta de que el franquismo tiene ese elemento españolizador y que va para largo.
—Sí. Hay bastante de esto. A partir de 1942, y del todo a partir de 1945, asumes la situación, no te haces antifranquista sino afranquista, que es otra cosa, pero ya no comulgas con ruedas de molino. Procuras vivir bien pero discretamente, y si puedes colaborar y ser activo en ámbitos culturales, sociales, cívicos, en hilos que vienen antes de la guerra, lo haces. Esto da lugar al fenómeno de las “zonas grises”. Ámbitos culturales y sociales en los que se van a encontrar franquistas, afranquistas y algunos antifranquistas, sobre todo a partir de los cincuenta. Claro: que puedan convivir en estos espacios y mantener conversaciones cordiales, significa que algunos de estos personajes deben haber renunciado a los principios más fundamentales de 1939. Esto explica en buena parte el fracaso del proyecto españolista radical de 1939.
—Dice que estos meses inmediatamente posteriores a la llegada de los franquistas son los meses que quizás el país ha estado más cerca de la desaparición como colectivo nacional.
—Esta idea me la dio Joaquim Albareda, gran especialista en el siglo XVIII y la guerra de Sucesión. El del XVIII y el de 1939 son procesos represivos que tienen puntos de conexión, con todas las diferencias necesarias. En 1939 es el Decreto de Nueva Planta de 1717. Aquel momento en que el país, como sociedad con unos elementos propios –lengua, cultura, formas de hacer, organizaciones sociales–, ha estado más cerca de desaparecer, de ceder a aquello que se quiere imponer desde fuera y que parte del país acepta. En 1717 es el Decreto de Nueva Planta y en 1939 es el proyecto franquista. Si de 1939 a 1943 no hay nada que impida que esto pueda triunfar, ¿por qué no acaba de funcionar?
—¿Por qué?
—Porque aquellos sectores que pudieron ser los dirigentes de este proceso, se acaban marchando. Un ejemplo muy conocido: cuando la gente de ‘Destino’ se da cuenta de que la versión más falangista no les hace mejorar expectativas, y que el aparato falangista no les paga el dinero que les ha prometido, toman conciencia clarísima que, o amplían el campo o la revista no aguantará. ¿Y cómo lo ensanchan? Sin tocar el marco político pero empezando a incorporar elementos que vienen de otra tradición, de otros ámbitos. En lengua castellana, porque es la única que se puede utilizar, pero la gente de ‘Destino’, que es la más lista de todo el campo franquista, enseguida se da cuenta de que la opción radical no tiene futuro en esta sociedad.
—¿Pero por qué no tiene futuro?
—¡Es que el discurso falangista, el discurso franquista de primera hora, es tan raro! Es tan raro que no es permeable. Es un discurso que aquí se hace extrañísimo. No existe tradición en este país. Es lo que dice Josep Pla a Eugenio Nadal: “¡Es que escribe de una manera que no se entiende!” La mayoría de la sociedad catalana nunca ha leído a José Antonio, ni a Eugenio Montes, ni a Sánchez Mazas. Los artículos de Eugenio Nadal tienes que leerlos cuatro veces para entenderlos. En cambio, la gente podía leer a Manuel Brunet, Josep Pla o Joan Teixidor, y, aunque con una fortísima carga ideológica pro-franquista, los entendían.
—Algunos catalanes franquistas también realizan un acto de contrición por haber dado alas al catalanismo. “Nos equivocamos”. Lo ilustra el famoso artículo “La falsa ruta”, de Valls i Taberner.
—Sí, pero es un artículo muy singular de Valls i Taberner. No me cabe la menor duda de que cuando él publica “La falsa ruta” en ‘La Vanguardia’ hay gente que le aplaude y está completamente de acuerdo, pero también hay mucha gente, y amigos suyos, que nunca hablarán de ninguna falsa ruta. Es más significativo el artículo de Josep Maria Tallada en el que dice que una parte de la burguesía del país ha jugado al aprendiz de brujo. Este argumento lo encuentras desarrollado a mediados de los años cuarenta por Manuel Brunet, que carga despiadadamente contra las izquierdas burguesas catalanas que facilitaron el paso a la revolución. En cambio, “La falsa ruta” es un corte radical de un personaje que ya estaba al margen del mundo nacionalista, y no tiene más recorrido. Ocurre que es más llamativo, y durante mucho tiempo nos hemos fijado más. Valls i Taberner dice: “Ya está todo dicho, no hace falta discutir más”. Tallada viene a decir: “Hay que entender cuáles de los nuestros fueron tan irresponsables de abrir la puerta a la revolución”.
-Vienen a decir: “A través del catalanismo se nos han colado otras cosas”.
—Sí, el catalanismo ha sido un instrumento de debilitamiento del Estado, del régimen, del sistema, del orden social. Es la tesis de Valls: mientras el regionalismo conservador ayudaba a la monarquía y al sistema político español a mejorar, y no ponía sobre la mesa ninguna propuesta rompedora, su idiosincrasia se merecía cierto respeto porque participaba en el sistema español. Pero esto no fue así. Valls piensa que tanto el catalanismo de izquierdas como el conservador fueron tan imprudentes que arrojaron por la borda la monarquía y el sistema, y abrazaron un sistema que abría las puertas a la revolución. ¿Por qué? Porque pusieron en cuestión uno de los principios fundamentales del sistema, que era la unidad nacional.
—Al cabo de unas décadas, muchos de estos personajes quieren reescribir su pasado.
—De hecho, lo que sorprende es que nadie escribe nada. Sí hay unas notas privadas de Manuel Brunet, que publicó Francesc Montero, en la que critica a los falangistas, pero él mientras tanto se va ganando la vida escribiendo en ‘Destino’. En privado dice unas cosas y en público otras, y conociendo al personaje sabemos que muchas de las que decía en público se las creía. Ni quienes vivieron más años, como Santiago Nadal, Ignacio Agustí o Josep Vergés, dejaron nada escrito sobre lo que ellos mismos dijeron durante la guerra y la posguerra. Es la no reescritura. Lo que dice mucho de la sociedad en la que viven: nadie les exige revisar qué habían escrito. En 1970, Santiago Nadal podría haber dicho: “Cuando escribí en 1941 que Hitler era el genio más grande de Europa, bueno, debía entenderse en qué circunstancias lo hice”.
-Y no lo hace. “Aquí no ha pasado nada.”
—Aquí no ha pasado nada, exacto. Esto dice mucho de la evolución del país. Cuando publicamos ‘Nazis en Barcelona’, había mucha gente que se quedó muy sorprendida. “Oh! ¡Esto nunca se había visto! ¡Debía estar escondido!” Hombre. Las fotografías son de la ‘Crónica’ de Pérez de Rozas, estaban en el Archivo Fotográfico de Barcelona y eran de consulta pública. La prensa que utilizamos era la que lo publicaba. Estaba en la hemeroteca. Nadie cerró la prensa de los años cuarenta ni prohibió consultarla.
—Discursos políticos como el de Nadal, ¿hoy todavía los observa en el paisaje político español? ¿Escucha a gente que los reproduce?
—Sí, de entrada porque en ciertos sectores periodísticos e intelectuales españoles siguen pensando, por ejemplo, que los Nadal eran aliadófilos. Hay unos sectores españolistas que tienen un discurso muy indulgente con nuestro pasado, que quieren descontextualizar todos estos personajes de su momento para, una vez descontextualizados, volverlos a presentar de forma diferente. Le pondré un caso estrictamente personal. Cuando escribí el libro sobre la ‘Europa totalitaria’, me escribió Felipe Fernández-Armesto, profesor en el Queen Mary College de Londres e hijo de Augusto Assía, afirmando que su padre era aliadófilo y, para demostrármelo, me envió una antología de textos de su padre. Casualmente, no aparecía un artículo en el que aplaudía literalmente la destrucción alemana de Checoslovaquia. Con Eugenio Nadal se ha realizado la misma operación: nos lo presentan como un gran periodista literario, como un escritor. ¿Qué ha pasado? Que nadie le exigió, ni él mismo, una revisión de lo que había escrito. Nadie asume responsabilidades y se toma de todos la cara más amable.