Firmeza, embajadores

Hoy, martes 8 de abril de 2014, tres honorables embajadores del Parlamento de Cataluña se presentan ante las Cortes españolas para defender la petición que nos sea traspasada la competencia para poder celebrar un referéndum dentro del marco de la legalidad vigente. Se trata de poder utilizar un instrumento radicalmente democrático que debe permitir conocer la voluntad de los catalanes -de hecho, de la nación catalana- sobre su futuro político. Estos tres embajadores, que van en nombre de una gran mayoría de los diputados del Parlamento y, según los sondeos, de más de tres cuartas partes de los catalanes, argumentarán de manera razonable e institucionalmente educada el porqué de la conveniencia de atender la petición del pueblo de Cataluña de ser consultado. Se trata de un deseo que, yendo de abajo a arriba, se ha manifestado en los últimos tiempos también de manera popular, cívica, masiva e imparable, en un proceso políticamente insólito en las democracias parlamentarias occidentales.

Lo que se verá hoy en las Cortes españolas será la expresión más genuina del diálogo democrático. Es, desde mi punto de vista, el único diálogo sustantivo y valioso posible, necesariamente hecho a la luz pública y el resultado ha de servir para que, después, nuestro Parlamento pueda tomar legítimamente las determinaciones que garanticen que los catalanes tendremos la oportunidad de pronunciarnos como nación. Las otras peticiones de diálogo en la sombra con negociaciones secretas forman parte de un estilo de hacer política que a estas alturas merecería el rechazo y la condena de la mayoría de los catalanes que nos sentimos protagonistas del vuelco que ha dado la historia de este país. Quienes suponen que hay caminos del medio, atajos, puertas traseras o pactos ocultos entre poderes fácticos que podrían comprar la exigencia ciudadana de decidir el propio futuro por un plato de lentejas, es que aún no han entendido la magnitud de todo el proceso de transformación política catalana de este inicio de siglo XXI.

Como verdadero ejercicio de diálogo democrático, hoy podremos ver, en primer lugar, si se nos escucha. Y, en segundo lugar, veremos cómo se nos responde. No se puede decir que las expectativas sean buenas. Hay quienes, antes de escuchar, ya se han apresurado a taparse los oídos. Están asustados y, por ahora, tienen más miedo de dialogar ellos que nosotros. Pero, ciertamente sin ingenuidad, de entrada hay que dejar en suspenso toda especulación sobre el resultado de este diálogo y se debe emprender de manera franca y valerosa. Hay que tener muy presente que el mundo nos mira con atención, que escuchará nuestra petición y, sobre todo, que tomará nota de la respuesta que se nos dé. Asimismo, es trascendental que los ciudadanos españoles también puedan escucharnos, y que vean como se nos responde.

España se debe ir haciendo cargo de que la relación con Cataluña cambiará de naturaleza política en muy poco tiempo. Aquí, en gran medida, ya se ha hecho el cambio mental que nos ha permitido deshacernos del victimismo paralizador propio de la condición de vasallo. Ahora los españoles tienen que dejar de vernos como si fuéramos de su propiedad, como si un miembro de su cuerpo estuviera en riesgo de ser amputado. Si hoy entienden que no dialogan con una parte de ellos mismos, sino con otro sujeto que quiere ser y, de hecho se siente, plenamente soberano, en igualdad de condiciones, habremos dado un gran paso adelante para una buena resolución de este proceso emancipador.

Se equivocará quien vea en Turull, Rovira y Herrera tres diputados autonómicos mendicando favores. Son los tres embajadores del Parlamento soberano de una gran nación, que quiere dialogar pero que se expresa con la máxima dignidad y firmeza. La que les exige el pueblo que representan.

ARA