Euskara, genocidio y memoria en Navarra

Sociedad de Estudios e Iniciativas Iturralde Azterlan eta Ekimenetarako Elkartea

Antecedentes. Algo de historia

Suscribimos los contenidos críticos de sendos artículos escritos por Patxi Zabaleta (2023), Gerardo Luzuriaga y Jonjo Agirre (2023) y Luis María Martínez Garate y Angel Rekalde (2023), a propósito del libro titulado Aniztasuna eta bizikidetza Nafarroan: euskara eta nazio identitateak/ Diversidad y convivencia en Navarra: el euskera y las identidades nacionales, promocionado recientemente por Eusko Ikaskuntza-Sociedad de Estudios Vascos (EI-SEV) y patrocinado por el Gobierno de Navarra y Euskarabidea (Nausia Pimolier et al., 2023). De acuerdo con los mencionados artículos, un análisis de la problemática del euskara en Navarra no puede obviar la secular opresión y discriminación lingüística que ha sufrido y sufre todavía nuestra lengua en su territorio, tanto bajo administración española como francesa. Por otro lado, el estudio de EI-SEV, en su análisis sobre identidades, parece olvidar la existencia histórica de Navarra como sujeto político internacional, primero como reino de Pamplona, más tarde como reino de Navarra y su influencia hasta nuestros días en los sentimientos e identidad de su población originaria.

Como indica el abogado y escritor navarro Patxi Zabaleta, la opresión lingüística viene de lejos. El polímata español Antonio de Nebrija (1444-1522), autor de la primera gramática castellana, vio la necesidad de utilizar la lengua castellana para consolidar las conquistas («Siempre la lengua fue compañera del imperio»). La entrada en vigor de los Reales Decretos de Nueva Planta, dictados por el rey español Felipe V de Borbón a comienzos del siglo XVIII y de una serie de reales cédulas de Carlos III de España (1716-1788) supusieron, a imitación del modelo centralista francés, la imposición del castellano en todos los territorios de la corona española. Desde la Revolución francesa (1789-1799); en particular, tras la aprobación de los llamados decretos de otoño de 1794, la langue d’öil se impuso en los territorios de la antigua corona francesa, incluida Navarra —Lapurdi, Baxenabarre y Zuberoa— como lengua de estado: la langue française (Irujo, 2013). Entre 1792 y 1794 (decreto del 2 de Termidor, 20 de julio de 1794) se estableció en París «La terreur linguistique», que persiguió los «patois locaux» y generó un pánico que dañó gravemente al euskara norpirenaico y le sigue afectando desde entonces (Irujo, 2021; com. per., 2023). Hablamos, por tanto, de siglos de imposición en todos los ámbitos —particularmente cruda en el escolar— de las lenguas imperiales sobre los idiomas de las naciones sometidas por España y Francia, que han procurado por todos los medios esta uniformización lingüística como proceso imprescindible de consolidación estatal. Las publicaciones de Joan Mari Torrealdai, El libro negro del euskera (1998) y Asedio al euskera (2018) y de Xabier Irujo e Iñigo Urrutia, Historia jurídica de la lengua vasca (1789–2023) (2022), documentan extensamente la continua y múltiple represión que ha padecido la lengua vasca al menos desde el siglo XVIII. Como afirma Urrutia (2009) «la comunidad vascoparlante de ambos lados de la frontera ha sufrido durante siglos leyes, reglamentos, circulares, normas restrictivas del uso de su lengua propia y también sanciones gubernativas y penales derivadas de la contravención de aquellas. En definitiva, una política lingüística dirigida a la erradicación de la lengua y de la conciencia de pertenencia colectiva asociada a ella».

El sociólogo, historiador y técnico superior del Archivo Real y General de Navarra Peio Monteano en su libro El iceberg navarro. Euskara y castellano en la Navarra del siglo XVI (Monteano, 2017) concluye que, durante el siglo XVI, el de la conquista española de la mayor parte del territorio del Estado navarro, cerca del ochenta por ciento de la población navarra —entonces unas 185 000 personas— se expresaba en vasco. La mitad de los navarros ni entendían ni hablaban el castellano. En esta documentada y reveladora obra, Monteano demuestra que la administración funcionó en aquellos tiempos «como una enorme máquina de traducción». La lengua vasca era hegemónica socialmente en la Navarra del Renacimiento, con colectivos euskaldunes incluso en las tierras del Ebro. Como dice el investigador villavés: «no es que el euskera fuera una de las lenguas de Navarra, era la lengua de Navarra». El vasco fue también lengua urbana y Pamplona durante esa centuria y la siguiente fue el principal núcleo vascohablante de toda Euskal Herria. El lingüista, profesor de la UPV/EHU y académico correspondiente de la Real Academia de la Lengua Vasca-Euskaltzaindia, Koldo Zuazo, al concretar los focos en torno a los cuales han surgido los dialectos e innovaciones del euskara, sostiene que Iruñea, la ciudad vasca más importante de la antigüedad, así como Vitoria-Gasteiz, pudieron ser los focos iniciales de estos procesos de evolución lingüística (Zuazo, 2010).

En el siglo XIX el príncipe Louis-Lucien Bonaparte (1813-1891), sabio filólogo que dedicó gran parte de su vida y patrimonio al estudio del euskara, dejó testimonio con sus escritos y conocidos mapas (la última versión es de 1869) de las diferentes variantes o dialectos y la extensión de la lengua vasca que, además de ser mayoritaria en el cuadrante noroccidental y en los valles orientales pirenaicos de la Alta Navarra, todavía era en la que se expresaban muchos habitantes de la cuenca de Pamplona y valles colindantes, hasta incluir por el sur parte de Valdorba. Pero para entonces el hilo transmisor de la lengua ya se había roto en numerosas poblaciones, donde solo las personas mayores eran capaces de hablar en vasco. Los niños y niñas habían sido desnativizados por un sistema educativo que imponía el idioma español, frecuentemente con castigos físicos y humillaciones, dentro y fuera de las aulas.

El final del siglo XVIII y el siglo XIX fueron trágicos para nuestro país vasconavarro. La Alta Navarra pasó de reino a provincia y todas las generaciones de navarros conocieron la crueldad de la guerra en tierra propia y también, por movilización forzosa, en tierras ajenas. La guerra de la Convención, la Francesada, la guerra Realista y las guerras carlistas sembraron el territorio de cadáveres, desolación y pobreza. Tras la primera derrota carlista, la entrada en vigor en 1841 de la llamada Ley Paccionada supuso para los altonavarros la obligatoriedad del servicio militar (artículo 15) y el traslado definitivo de las aduanas del Ebro al Pirineo (artículo 16), hecho este último que incrementó notablemente el declive económico de Navarra. Miles de jóvenes se marcharon a las américas para librarse de la miseria y de las quintas (Esparza Zabalegi, 1994). Mientras tanto la ley reguladora de la enseñanza, conocida como Ley Moyano (1857), vigente durante más de cien años, establecía la educación obligatoria en castellano. La lengua vasca sufrió un brutal retroceso a causa de esta sangría demográfica, la permanente ocupación militar del territorio y la represión en la escuela.

En su obra titulada Navarra. Historia del Euskera, el historiador artajonés José María Jimeno Jurío (1927–2002), persona de relevancia fundamental en el estudio de la cultura navarra, aborda las causas del retroceso de la lengua vasca en Navarra. Dice textualmente: «El problema lingüístico navarro está estrechamente vinculado a su historia política. Mientras Navarra fue reino independiente, la mayor parte de su población tuvo una lengua natural propia del pueblo. Cuando Navarra dejó de ser un reino o estado independiente y soberano, para convertirse en provincia española, la pérdida de la personalidad política que ello comportó repercutió inmediatamente en el retroceso de la lengua natural… Contra ella [el euskara] desataron sus fobias los poderes públicos durante el siglo XVIII. Los receptores de los tribunales impusieron el castellano en pueblos vascongados; fue proscrita en las escuelas y sancionados los niños que la usaban. Por orden del conde de Aranda […] fue prohibida ‘toda impresión en lengua bascongada’ (1766)» (Jimeno Jurío, 1997, 2006-2008).

Los enfrentamientos bélicos y los cambios demográficos contribuyeron al declive del euskara. Tras las carnicerías de las guerras napoleónicas, en sesenta años 80 000 vascos continentales emigraron a América (Ilintxeta, 2003). La masacre de la Primera Guerra Mundial y la emigración, en buena medida huyendo de las trincheras, diezmaron las pequeñas poblaciones de Baja Navarra y Zuberoa y desde 1897 a 1921 cerca de 20 000 emigrantes partieron hacia América de aquellos valles (Ilintxeta, 2003). Hay pocas familias, sobre todo de la montaña navarra, que no tengan o hayan tenido familia allende los mares. Se estima que el número de emigrantes altonavarros durante la segunda mitad del siglo XIX y las seis primeras décadas del siglo XX alcanzó la cifra de unos 170 000, lo que representa más de la mitad del crecimiento natural del territorio (García-Sanz Marcotegui, 1992). Por otro lado, mientras todavía la población nativa emigraba atraída por sus parientes y amigos amerikanoak, a mediados del siglo pasado un incesante flujo de personas procedentes de otras áreas peninsulares (Andalucía, Castilla, Aragón, etc.) llegaba a Navarra. (Anaut et al., 2009).

En el siglo XX la imposición diglósica de la lengua española y la represión contra el euskara continuó antes, durante y después del franquismo. El Real Decreto, 21 de noviembre de 1902, propuesto por el Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes del Gobierno de España, castigaba a los maestros si no enseñaban en castellano. El médico y escritor Aingeru Irigaray (1899-1983) constató el gran retroceso que había sufrido el euskara en Navarra en unas pocas décadas (Irigaray, 1935). La atroz guerra de 1936 y la represión franquista acabó con la incipiente andadura de las primeras escuelas vascas o ikastolas, en Pamplona, Estella y Elizondo (hubo un cuarto intento en Tafalla, que finalmente no cuajó), promovidas por personas de ideología nacionalista vasca al inicio de la II República española. Durante la posguerra la política ejercida sobre la lengua vasca fue de exterminio. Con el objetivo de combatir los movimientos guerrilleros antifranquistas (maquis) cientos de militares se acuartelaron durante años en los pueblos cercanos a la frontera franco-española, en muchos de los cuales el euskara agonizaba silencioso. Con todo, gracias al tesón de destacados euskaltzales, como Pedro Díez de Ulzurrun (1924-1994), José Aguerre (1889-1962), Aingeru Irigaray, ya citado, José María Satrústegui (1930-2003) y Miguel Javier Urmeneta (1915-1988), entre otros, la Diputación Foral de Navarra apoyó, a través de la Institución Príncipe de Viana y su Sección de Fomento del Vascuence/Euskeraren Aldeko Saila (1957-1972), diversas iniciativas para el fomento de la lengua vasca, siendo las más conocidas las encaminadas a premiar el conocimiento del euskara entre los niños y niñas en muchos pueblos navarros. En 1969 y dentro de este conjunto de acciones que venía desarrollando la Diputación Foral de Navarra, se creó la revista Fontes Linguae Vasconum, publicación de referencia en el campo de la lingüística y filología vasca, que prosigue su andadura en la actualidad, editada por el Gobierno de Navarra. En 1963 tuvo lugar el primer intento de crear una ikastola después de la guerra en Iruñea, abortado por orden de cierre del gobernador civil (López Goñi, 2005). Emerge en aquellos años la figura del otsagiarra Jorge Cortés Izal (1930-2010), uno de los principales impulsores del movimiento de las ikastolas de Navarra.

Hoy en día existen enseñanzas, una importante creación y producción artística y medios de comunicación en euskara (Bidador, 2016). Desde 1982 la lengua vasca es cooficial con el castellano en los territorios de Araba, Gipuzkoa y Bizkaia, pero en la Alta Navarra solo es cooficial en la llamada zona vascófona y en el Estado francés carece de cualquier oficialidad, como las demás lenguas minoritarias. Por otro lado, más allá de las desnudas y engañosas estadísticas y el optimismo de los análisis oficiales en relación con modelos educativos y porcentajes de euskaldunes —sobre todo en la parte occidental del país—, salvo en las zonas donde la lengua ha mantenido tradicionalmente cierta vitalidad, la realidad es que el nivel y uso social del euskara son bajos. En los territorios continentales, el declive del euskara parece imparable. Según la VII Encuesta Sociolingüística de 2021 solo el 14,2% de la población de la Alta Navarra es vascoparlante y un 10,6% entiende el idioma. Si bien es cierto que sobre el papel hay más euskaldunes en este territorio que hace unos años, sobre todo personas jóvenes, el uso social y el nivel de competencia lingüística de los hablantes son bajos. La encuesta muestra que la mitad de los ciudadanos bilingües tienen más facilidad para hablar en español y que tan solo un 6% de los mismos tiene el euskera como primera lengua. Un trabajo reciente sobre el uso del euskara entre los jóvenes vascoparlantes de Estella-Lizarra indica, en la línea de lo apuntado, que lo usan poco, aunque no faltan hablantes proactivos (Pardina y Pérez, 2023). Por otro lado, resulta difícil de soportar que, según otro sondeo, un 37% de los habitantes de Alta Navarra —más del doble de las personas vascófonas— muestre una actitud contraria a la promoción de nuestra lengua —la lingua navarrorum— en su territorio originario (Olazarán, 2023).

Euskaltzaindia, la Real Academia de la Lengua Vasca, no insiste suficientemente en la gravedad de la situación, en el riesgo de desaparición por el que pasa nuestra lengua. En una auténtica «declaración de guerra contra las lenguas propias», en palabras del alcalde de Baiona y presidente de Euskal Hirigune Elkargoa, Jean-René Etchegaray, una resolución del Consejo Constitucional francés (Conseil constitutionnel) vetó en 2021 la inmersión lingüística en las escuelas que contemplaba la Ley de Protección y Promoción del Patrimonio de las Lenguas Regionales (Ley Molac), por contravenir el artículo de la Constitución francesa que establece que «la lengua de la República es el francés» (Erremundegi y Lartzanguren, 2021). La plataforma Euskalgintzaren Kontseilua ha mostrado su preocupación por el aluvión de sentencias —una verdadera ofensiva judicial— dictadas en los últimos tiempos por los tribunales españoles (Tribunal Administrativo de Navarra, Tribunal Superior de Justicia del País Vasco y Tribunal Constitucional, principalmente) en contra de la normalización del euskara. Desde 2020, han sido más de quince las sentencias judiciales anulando cláusulas, condiciones o requisitos sobre el euskara (Alberdi Etxaniz, 2023; Ostolaza y Begiristain, 2023). Nada se puede aislar de la política. Con nuestra nación fragmentada administrativa y políticamente en dos estados y, dentro del español, en dos comunidades autónomas y, dentro de una de estas, en tres zonas, resulta muy complicado sumar esfuerzos y poner en marcha tácticas unitarias. Sin un estado propio, como mucho una lengua solo puede sobrevivir. Los estados español y francés nunca permitirán que cualquier idioma diferente de su lengua común ocupe una posición dentro de sus fronteras políticas que no sea de subordinación.

Genocidio y perspectivas

El biólogo inglés Dave Goulson (2023), al abordar la grave crisis de biodiversidad que padece el planeta, afirma que sufrimos lo que los científicos llaman el «síndrome de las líneas de base cambiantes», fenómeno por el cual aceptamos el mundo en el que crecemos como algo normal, aunque sea muy diferente del mundo en el que crecieron nuestros predecesores. Algo parecido pasa en relación con la lengua vasca en Navarra. El conocimiento de muchas personas sobre su extensión y vitalidad históricas, no digamos el de la creciente población inmigrante, es prácticamente nulo. Parecido ocurre con bastantes jóvenes euskaldunes que han recibido la lengua de sus padres o en la escuela, pero que por lo general viven en un entorno sonoro y mental absolutamente dominado por el español y el francés, además del inglés globalizante. Por el contrario, otros hemos sido conscientes de la pasada agonía y desaparición del euskara y sus ricas variantes como lengua mayoritaria en valles enteros de Navarra y nos embarga una pena y dolor permanentes. La tristeza de quienes nunca dejaremos de agradecer la inmensa labor de recopilación y estudio de los hermanos izabarres Bernardo y José Estornés Lasa, del etnolingüista donostiarra Koldo Artola o de la filóloga mezkiriztarra Orreaga Ibarra, entre otros investigadores; de quienes también hemos conocido emocionados a algunos de los últimos hablantes de esos euskaras que, en ocasiones, apenas ya recordaban o querían hablar, testigos terminales de otra «línea de base» social y de una cadena milenaria que, violentamente cercenada, quedó interrumpida con ellos para siempre.

El retroceso histórico de la lengua vasca en Navarra puede plantearse abiertamente en términos generales de genocidio y, más en concreto, de genocidio cultural, proceso al que no son ajenas otras muchas lenguas en Europa y todo el mundo. La palabra genocidio (del griego génos, ‘estirpe’ y del latín cidio, ‘matar’) fue acuñada por el jurista polaco de familia judía Rafał Lemkin (1900-1959) para referirse a la destrucción intencional de un grupo humano (Lemkin, 1944). Por lo general, las campañas de genocidio suelen prolongarse durante años o siglos e incluyen el genocidio cultural, político y físico, entre otras estrategias de aniquilación, de práctica o fases no necesariamente simultáneas. Como destaca el profesor e historiador Xabier Irujo, director del Center for Basque Studies de la Universidad de Nevada (Reno, EE.UU.), genocidio es la destrucción del alma, de la identidad —del «patrón nacional», según Lemkin—, de un pueblo, hecho que no implica necesariamente el exterminio físico de las personas que lo componen, ya que este proceso puede ser sobre todo cultural (Irujo, 2013, 2015; Mindegia, 2016). Dentro de los programas de destrucción cultural la sustitución lingüística constituye el primero de los objetivos por parte de los estados genocidas. El filólogo y escritor catalán Josep-Lluis Carod-Rovira (2013) no duda en calificar de genocidio lingüístico la planificada operación de exterminio por parte del nacionalismo español de las lenguas catalana y aragonesa.

Los estados español y francés —el primero imitando la brutal eficacia del segundo— han tratado de eliminar en siglos pasados cualquier lengua que no fuera la oficial de sus respectivas monarquías, imperios o repúblicas. Si la lengua vasca sigue viva en el siglo XXI es por el amor y trabajo de los naturales, que desde siglos atrás, viendo el declive de la misma, trataron de conservarla y desarrollarla, transmitiéndola en sus hogares, formando asociaciones —como la Asociación Eúskara de Navarra, que reunió a los intelectuales navarros más relevantes de finales del siglo XIX —, contactando y colaborando con estudiosos de otros lugares, desarrollando la creación artística en literatura, música y artes plásticas o apostando, no sin riesgo personal y económico, por la creación de ikastolas, donde los niños y niñas pudieran recibir una educación escolar en euskara. A este último respecto, en acertado análisis, el abogado e historiador Tomás Urzainqui argumentó la tergiversación en la utilización en nuestro país de los términos privado y público referidos a la enseñanza. En una sociedad dominada como la navarra, lo aparentemente privado es en realidad lo público, ya que estas iniciativas, las ikastolas, han surgido con gran esfuerzo del seno de nuestra sociedad, «impelida a organizar su verdadera escuela nacional», en tanto que lo llamado público forma parte del sistema educativo impuesto por los estados dominantes gran-nacionales (Urzainqui, 2004).

Parece increíble que muchos navarros casi hayamos dado por normales situaciones y hechos que solo desde una falta de reflexión, baja autoestima o patológica autofobia, no pueden ser calificados sino como manifestaciones de una gran tragedia. Porque es una tragedia que en multitud de ocasiones padres y madres euskaldunes no hayan transmitido la lengua a sus hijos —«los padres no nos enseñaron el vasco»—; incluso que entre ellos utilizaran el vasco cuando no querían que los hijos supieran de qué hablaban; que algunos siendo niños hayamos tenido abuelos de los que hemos sabido que hablaban euskara solo cuando poco antes de morir deliraban en una lengua que no entendíamos; que hayan desaparecido del habla viva variedades o dialectos enteros del euskara navarro y que conozcamos en algunos casos la identidad, fecha de defunción e incluso podamos oír, sin que nos lo impida la pena, la voz grabada de sus últimos hablantes. El gran antropólogo y folclorista Juan Antonio Urbeltz ha expresado en más de una ocasión que somos mutilados de guerra. Es lamentable que tantos navarros, mutilados de una guerra de exterminio lingüístico y cultural, declarada a sus antepasados a base de constituciones, leyes y sentencias y golpes de militares y maestros, no puedan conocer el significado de sus apellidos, ni de los bellos topónimos de su patria vascona. De una trágica riqueza son, asimismo, los giros del euskara y las numerosas palabras vascas que todavía impregnan, aunque en rápida desaparición, el habla romance de Iruñea y muchas zonas de Navarra que, incluidas algunas —al igual que numerosas voces amerindias— en el glotófago diccionario de la Real Academia del Lengua Española, constituyen los últimos rescoldos del hogar vascófono, pero también la postrera evidencia de un etnocida proceso de sustitución lingüística.

Desde los partidos políticos de obediencia española en Navarra se alude a la demanda y la realidad sociolingüística actual para proseguir con una política de contención —por expresarlo eufemísticamente— con respecto a la recuperación de la lengua originaria de Navarra; para justificar la vigencia de la denominada Ley Foral del Euskera, aprobada en 1986 como Ley Foral del Vascuence, un texto que levanta barreras geográficas en relación con los derechos lingüísticos de los navarros, eficaz materialización del divide y vencerás. Pero, más allá del temprano cruce y nacimiento de lenguas romances en tierras vasconas fronterizas, la tan esgrimida actual realidad sociolingüística es principalmente consecuencia de una secular y violenta imposición de las lenguas imperiales sobre la antaño mayoritaria lengua vasca del pueblo navarro, una vez que este perdió su independencia. Se trata de un prolongado genocidio lingüístico-cultural, perpetrado en nuestro territorio —no sin la ayuda de algunas élites locales— por los sucesivos gobiernos españoles y franceses a partir de la conquista castellano-española de 1512–1524 y del edicto de Pau, promulgado en 1620 por el rey francés Luis XIII y la Revolución francesa, a finales del siglo XVIII. Por tanto, cualquier decisión, por muy «democrática» que sea, en parlamentos o a golpe de tribunal, para proseguir con la discriminatoria legislación vigente, para hacer oídos sordos a la voz de tantos colectivos y padres de familia que desean para sus hijos una educación sin fronteras en euskara, para continuar con la intolerable falta de valoración laboral de la lengua originaria de Navarra en cualquier punto de su geografía (Zabaltza, 2018, Fernández, 2023) o para seguir manteniendo, en humillante imposición supremacista y desprecio a la gramática vasca, como denominaciones oficiales de población nombres vascos incorrectamente escritos, debería quedar automáticamente anulada y condenada, por estar asentada sobre un proceso histórico de inmensa injusticia, jamás reparado.

El filólogo José María Sánchez Carrión ‘Txepetx’, en su obra titulada Un futuro para nuestro pasado, claves de la recuperación del Euskara y teoría social de las lenguas, afirma cómo «el truco y la usurpación del estado expansionario consiste en abstraer el conflicto de las lenguas del punto de partida inicial y de las condiciones globales de las dos lenguas y sus respectivos territorios lingüísticos… Por eso no es posible diseñar una situación de supervivencia para la lengua sojuzgada a menos que su comunidad lingüística comprenda claramente por sí misma la situación objetiva en la que está» (Sánchez-Carrión, 1991, p. 348). Admitir como inicial u originaria la actual realidad sociolingüística de Navarra supone cuanto menos ignorar —en el sentido de no saber lo que se debería saber— cuando no apoyar o negar la existencia de tal proceso secular y genocida de remplazamiento lingüístico.

El nuevo Acuerdo programático de Gobierno de Navarra progresista y plural 2023-2027, suscrito por los partidos políticos PSN-PSOE, Geroa-Bai y Contigo-Zurekin —que no dudan en añadir lo de progresista y plural antes de que se puedan valorar sus hechos—, no contempla el reconocimiento y reparación de este histórico atropello; al contrario, persiste en la política de marginación del euskara mantenida por equipos dirigentes anteriores. La vicepresidenta segunda del Gobierno de Navarra, afirmaba recientemente que «Navarra necesita acuerdos amplios para Osasunbidea, euskera y convivencia» y proponía un «consenso básico» para sacar la lengua vasca del debate partidista. También opinaba que el PSN-PSOE «es rehén de una postura que adoptó en la oposición y que no tiene reflejo en la realidad» (Irisarri, 2023). Es comprensible la conveniencia política de medir las palabras, pero no podemos compartir estas reflexiones. Lo primero que es necesario y de justicia en relación con el euskara es una declaración oficial de arrepentimiento y petición de perdón por parte de los gobiernos español y francés por la secular violencia ejercida sobre el pueblo navarro y su lengua privativa. Faltaría otra declaración solemne del Parlamento de Navarra en recuerdo de este atentado. Por otro lado, el PSN-PSOE no es rehén de nada ni de nadie, sino que persiste activamente en la actitud genocida que el nacionalismo español, de cualquier mano de su rellano político, siempre ha mostrado con nuestra lengua nacional. Con frecuencia se alude a la «euskarafobia» de ciertos personajes. No pensamos que la palabra fobia sea la más adecuada, por cuanto la misma puede llegar a hacer pensar que quienes la muestran en realidad la padecen, que sufren una patología. Por el contrario, actúan en plena coherencia con la eterna política del nacionalismo español —y francés— de arrinconar y, si es posible, borrar para siempre al euskara de las lenguas vivas.

Navarra está experimentando un acelerado cambio político, cultural y demográfico, sin apenas instrumentos de control propios. El inocente y anestesiado soberanismo navarro debería reaccionar ante el reiterado discurso oficial en donde nuestra cultura originaria y el euskara parecen ser, en todo caso, un componente más de la «Navarra diversa y plural» de nuestros días. Es posible que el Gobierno chino también hable de un «Tibet diverso y plural» para camuflar el proceso de colonización que sufre el pueblo tibetano. El insigne historiador navarro José María Lacarra (1907-1987) dejó escrito en su Historia del Reino de Navarra en la Edad Media que «el núcleo originario del reino —de Pamplona, más tarde llamado de Navarra— lo forman gentes de estirpe vasca, que habitan los distintos valles que van desde Roncal y Sangüesa hasta Berrueza y Alava» (Lacarra, 1975, p. 48). Navarra no existiría si no fuera por el pueblo vasco que la creó, grupo humano diverso y plural desde la antigüedad, núcleo central, columna vertebral de su identidad, principal artífice de su prosperidad social y económica, pretérita y actual. La población navarra no asimilada no puede tolerar que su lengua y cultura originarias sean consideradas un ingrediente más de una supuesta Navarra plural. Urge la autoestima, llamar sin ambages a las cosas por su nombre y la iniciativa, no siempre la acomplejada reacción, política. Solo la recuperación de la estatalidad arrebatada de Navarra puede permitir pensar con cierto optimismo en volver a colocar a nuestra lengua y cultura vasconavarras en el lugar central que les corresponde.

Memoria y propuestas

Escribe el abogado leitzarra Patxi Zabaleta que «los que hemos conocido familiares y allegadas monolingües, sabemos de las vergüenzas, humillaciones, degradaciones y oprobios, a que fueron sometidos. Así es como el euskara fue erradicado por la fuerza en buena parte de Vasconia y, sobre todo, en Navarra» (Zabaleta, 2023). Procede mencionar el libro titulado Etxera bidean (De vuelta a casa), del autor garraldarra Juan Carlos Etxegoien Juanarena, ‘Xamar’, premio Euskadi de ensayo en euskara 2019 y autor de otras obras, quizás la más conocida de ellas Orhipean: Gure herria ezagutzen (Pamiela, 1992-2025), traducida ya a cuatro idiomas. Etxera bidean (Xamar, 2018) narra el viaje personal del autor y de los jóvenes garraldarras de su generación, en los años 70 y 80 del siglo pasado, hacia el descubrimiento y recuperación de la lengua y cultura vascas silenciadas y arrebatadas en su pueblo, en el valle de Aezkoa. Somos bastantes las personas más o menos de su edad que nos sentimos identificados con lo contado por Xamar, al haber realizado parecidos viajes personales de descubrimiento y estudio de nuestra identidad; un intenso periplo vital que no termina nunca, en diferentes circunstancias y lugares. En el capítulo 13 del libro se mencionan los premios que en 1929 fueron repartidos por la asociación Euskararen Adiskideak-Amigos del euskera, fundada en Pamplona en 1925, entre los niños y niñas de Garralda y Otsagabia por saber hablar en vasco. Xamar cuenta que en 1929 había 53 niños euskaldunes en su pueblo y que veinte años después ya no había ninguno; una sustitución lingüística total en una generación. Terrible. La página 163 del libro contiene dos fotos antiguas de los niños y las niñas de Garralda, con sus respectivos maestro y maestra. El pie de la figura es bien explícito: «Erdalduntze bortizki pairatu zuten belaunaldiak (1923–1926)», las generaciones que sufrieron violentamente la castellanización (1923–1926).

Las imágenes escolares son corrientes en las publicaciones sobre la vida de antaño en pueblos y ciudades, pero el texto y las fotos de libro de Xamar resultan especialmente conmovedoras y nos llevan a pensar con mayor intensidad en la crueldad cometida con aquellas criaturas, a quienes no se les separó de sus familias y secuestró en internados, como a miles de niños nativos norteamericanos o australianos, pero igualmente se les prohibió y arrancó su lengua materna; un universo mucho más amplio que una gramática, un modo de ver y entender la vida; niños forzados a una desnativización, a un exterminio de su identidad lingüística (sensu Sánchez Carrión, 1991), sin posibilidad alguna de resistencia.

Y lo que pasó en Garralda en el primer tercio del siglo XX, ya había ocurrido en Iruñerria, Izarbeibar y otros muchos lugares más meridionales en el siglo XIX y antes, en un proceso diacrónico de genocidio lingüístico y cultural perpetrado en toda Euskal Herria, especialmente sobre víctimas infantiles, que sufrieron humillación, burlas y castigos mentales y corporales —como el tristemente generalizado del anillo escolar (Gárate, 1976; Alomar Canyelles, 2017; Torrealdai, 1998)— y de las que nadie, hoy que tanto se habla de memoria y reparación, parece acordarse. Por eso, insistimos, admitir sin más la actual realidad sociolingüística de Navarra para plantear una política en torno al euskara es obviar la violencia ejercida durante siglos sobre su población —mayoritariamente vascófona, como se ha mencionado, hasta hace dos siglos— y con especial brutalidad en la parte más inocente y vulnerable de la misma: los niños. Para ellos no hubo derechos humanos. No existía ningún instrumento jurídico a su favor, como la Carta Europea de las Lenguas Minoritarias o Regionales (Estrasburgo, 1992), la Declaración Universal de Derechos Lingüísticos (PEN Club Internacional, Barcelona, 1996) o el Convenio Marco para la protección de las Minorías Nacionales (Estrasburgo, Consejo de Europa,1998).

Un genocidio conlleva imperativamente la necesidad de recuperar la memoria y reconocer el daño ocasionado. Sin embargo, no se puede esperar de ningún gobierno español o francés, ni seguramente de ningún régimen autonómico, acto alguno en recuerdo de las víctimas de esta violenta desnativización escolar y, también con frecuencia, catequística. La interesada memoria histórica de los españoles parece no ir más atrás del ataque en 1936 a su legalidad republicana. En Francia solo hay «Morts pour la Patrie» y una inflada «Résistance». Así las cosas, abogamos porque sean los sectores auténticamente progresistas de nuestra sociedad vasconavarra quienes, en unión con los ayuntamientos, promuevan la organización de tales actos, con la lectura de declaraciones y la colocación de placas o monolitos bien visibles en las escuelas y edificios públicos, en evocación de aquellos niños y niñas tan injustamente olvidados. El 21 de febrero, Día Internacional de la Lengua Materna (UNESCO, 1999; Asamblea General de las Naciones Unidas, 2007), podría ser una de las fechas más adecuadas. Alentamos, asimismo, a que se incrementen los actos de memoria y homenaje, a que se dediquen calles y plazas, a quienes han destacado en el estudio y defensa de la lengua vasca, personas de referencia para nosotros y las generaciones futuras.

Todavía en el siglo XIX era la Diputación de Navarra la que, como «hermana mayor», hacía propuestas políticas y organizativas a las «pequeñas» de Alava, Gipuzkoa y Bizkaia. También hoy desde la Alta Navarra proponemos al resto de nuestra nación tomar iniciativas en el mismo sentido. A pesar de todas las dificultades, como ya ocurre en Garralda, las poblaciones que sufrieron la desaparición de su lengua vuelven a tener niños euskaldunes. Sería hermoso y simbólico que el protagonismo de tales actos corriera a cargo de quienes hoy portan de nuevo, jugando alegres por las calles, la llama y esperanza del euskara.

Agradecimientos

Agradecemos al doctor Xabier Irujo Amezaga (Universidad de Nevada, EE.UU.) la lectura crítica del manuscrito y sus aportaciones en relación con la historia de la represión del euskara y el concepto de genocidio. Asimismo, agradecemos a Nabarralde Fundazioa la publicación del texto.

Referencias

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Propuesta de breve texto orientativo para placa, monolito, etc.

‘En recuerdo de las niñas y los niños de (nombre de la población), que en el (primer, segundo, finales…) tercio del siglo (XVIII, XIX, XX…) sufrieron humillación y castigos (o la violenta prohibición de) por expresarse en su lengua materna, el euskara. Que su memoria perdure e ilumine a las nuevas generaciones en el renacer de la Lingua navarrorum’.

En (nombre de la población), (siendo alcalde/sa D/Dª …,) día, mes y año.