Más de cuarenta años riéndose de nosotros diciendo que llovía, y eran ellos los que escupían al cielo. Más de cuarenta años haciéndonos creer que les importaba la clase obrera, cuando lo que les interesaba era defender la supervivencia del régimen del 78, porque sin ellos, por ejemplo, no se habrían podido privatizar las empresas públicas para que el ‘establishment’ pudiera seguir haciendo negocios. ¿Cómo se explica, si no, que el franquista Rodolfo Martín Villa pueda hablar con la naturalidad con la que lo hizo el otro día en Madrid? Y que entre el público estuviera, entre otros, el expresidente socialista del Senado Juan José Laborda y el antiguo líder de UGT Cándido Méndez. Todos ellos aplaudiendo al responsable de la masacre del 3-M de 1976 en Vitoria, en la que cinco trabajadores fueron asesinados, en tanto que entonces era ministro de Relaciones Sindicales y de Gobernación. Crímenes de los que el propio Martín Villa admitió ante sí que podría ser responsable. Pero la impunidad con la que habló sólo era posible porque sabe que de España sólo hay una posible, la supremacista incapaz de mirar a las naciones y las culturas que hay dentro del Estado con respeto horizontal. La España nacida del pacto de la Transición, que tenía como objetivo subir al tren de la Europa de los negocios pero sin limpiar nada del franquismo. Eso es lo que ellos –la clase política española, incluida aquella que se dice de izquierda que para captar votos alerta del peligro de la extrema derecha cuando vienen elecciones pero luego le aplaude– lo llaman ‘llevar’ la democracia a España. Ayer se cumplieron 45 años del atentado de Atocha. Al abogado Boye la fiscalía española dice que es legal faltarle al honor por quienes defiende.
EL PUNT-AVUI