Denis Donaldson, un conocido parlamentario irlandés, de 55 años, murió asesinado en su propia casa. Varios balazos en la cabeza y un brazo destrozado debe haber sido, qué duda cabe, lo que le provocó la muerte, ciertamente brutal. Mucha gente, seguramente, muere de esa u otra manera por minuto en el mundo, y cuando esas muertes se producen empiezan a llover las conjeturas y los problemas para determinar quiénes fueron los agentes y, sobre todo, por qué.
Pero Donaldson no era un ciudadano corriente; era, como se dijo, un parlamentario y había tenido “un importante papel”, como lo informa el cable, en los históricos acuerdos entre los partidos irlandeses, Unionismo y Sinn Feinn, y Londres, que fueron la base de la paz que después de décadas parece reinar actualmente. En todo caso, el IRA, que fuera uno de los más notorios y mortíferos grupos clandestinos de todo el siglo XX, depuso las armas y aún más, destruyó sus arsenales como prueba de su voluntad de paz, o de su cansancio.
Otra vuelta de tuerca: hace pocos meses, Donaldson fue apartado del partido Sinn Feinn, en cuya dirección había estado durante veinte años porque, situación aterradora, durante todo ese período había espiado a su propio organismo a favor de los odiados ingleses. Cuando se enteraron, los católicos irlandeses lo acusaron de haberse vendido al oro protestante. Pero ahí no terminan las cosas en historias de vida tan al borde del abismo, como reza o puede rezar el título de una película: también espió para el IRA mientras era parlamentario. ¡Infatigable el personaje! Su muerte puede tener que ver con esa afiebrada actividad de escucha y de información.
En suma, la muerte de un espía retirado, un doble agente a quien nadie le agradeció los servicios prestados. Seguramente no es éste el único caso en las complicadas relaciones propias del siglo XX, sobre todo en Inglaterra: la amante de un primer ministro lo espiaba para remitir información a los soviéticos; no hace mucho se jubiló, o salió de la cárcel, Kilby, que trabajó para ingleses y rusos simultáneamente. Una cosa, desde luego, es un espía y otra un doble agente: John Le Carré debe haber hecho esta distinción hace ya mucho tiempo. Desde luego, Inglaterra no es el único emplazamiento de esa peligrosa actividad: allí es elegante, en otros países es grosera; en Irlanda es mortal.
Tenemos noticias acerca de semejante situación, la del espía por un lado –como fue el caso del famoso Trepper, que llegó a saber cuándo las tropas nazis invadirían la Unión Soviética sin que el Estado Mayor estaliniano escuchara su angustiada voz– y la del doble agente, estatuto que en la misma Unión Soviética le sirvió al abnegado Stalin para ejecutar a sus antiguos camaradas de revolución, atribución a todas luces falsa, como falsas fueron las confesiones que les arrancaban a los ajusticiables, tal como en toda su complejidad lo describe Arthur Koestler y lo analiza Merleau-Ponty.
Historia sombría, por lo tortuosa y oscura, porque además de haber sido o ser un oficio peligroso y que no ofrece una jubilación digna, canaliza una vocación difícilmente comprensible. Salvo, desde luego, por el patriotismo. Que lleva a la muerte como redención de todas las traiciones.
Esta palabra envía a otro lugar: dos cuentos de Borges incluidos en Ficciones, “La marca de la espada” y “El tema del traidor y el héroe”, inspirados en la lucha irlandesa contra los ingleses, el “usurpador inglés” según la terminología irlandesa. La infamia de la marca, por un lado –cobardía y traición de un vehemente revolucionario–, y en el otro relato, el héroe que es en realidad el traidor y que acepta ser asesinado para seguir siendo héroe ante sus acólitos, seguidores, admiradores y militantes partidarios de la gran liberación. La ejecución se produce en un teatro, y la escena se inscribe en una tradición shakespeareana, lo que prueba que la imaginación poética del enemigo puede servir para mostrar un camino de castigo y gloria simultáneamente.
Borges, según acuciosos investigadores, no habría inventado ambos temas, no son resultado de su por lo demás extraordinaria inteligencia: los habría recogido, casi tal cual, de periódicos irlandeses y, lector como era, vio la grandeza trágica de las situaciones que venían en un envoltorio de noticias policiales más o menos corrientes en un país donde estas cosas sucedían sin cesar.
Por su traición y su castigo los ejecutores de Donaldson parecen haber seguido un libreto trazado por un para ellos sin duda desconocido y oscuro escritor que, a su vez, extrajo su historia de una tradición de traiciones y venganzas siempre con resoluciones teatrales, trágicas inclusive. Otra vez más, la realidad imita al arte aunque, a su turno, lo que entendemos como arte haya tenido su remoto origen tanto en el sempiterno modo de la traición como en los viejos textos, Homero, Biblia, que dan cuenta de ella y que le confirieron sustancia de mito, de constante humana y literaria. Shakespeare lo entendió.
Y tal vez no lo entendieron del todo quienes debían cuidar –ningún ánimo literario se les puede atribuir– que los 250.000 informes acumulados en algún depósito norteamericano siguieran durmiendo su sueño hasta el momento en que pudieran servir de algo y así justificar que se hubieran producido. Mala suerte: salieron a la luz en el rutilante mes de noviembre de 2010, de manera tan abrumadora como grotesca. El episodio habría dado un poco de vergüenza a Donaldson, Kilby, Trepper y a la propia Mata Hari, siempre que no hubieran sido descubiertos por otros espías tan sagaces como ellos, y ejecutados en cumplimiento de un destino del que nadie en esa profesión se salva. Pero, dado el espesor de estas revelaciones de noviembre, es muy probable que los que hicieron los informes y pudieron ubicarlos sigan gozando de buena salud, a cubierto de la inteligencia y protegidos por la estupidez.
Publicado por Página 12-k argitaratua