“Publicamos esta contestación del compañero David Fernández al artículo Pablo Iglesias o el nuevo Lerroux, firmado por Nuria Alabao y Emmanuel Rodríguez. Madrilonia apuesta por ser una plataforma donde se puedan sostener discusiones políticas, con posiciones plurales y a veces enfrentadas, lo que en otros medios han resultado hasta la fecha casi impracticable. Creemos que una política de transformación sólo es posible a partir de la continua confrontación de las ideas y que toda contienda es una forma de reconocimiento.” (nota de Madrilonia)
Apreciados Emmanuel y Nuria,
Gracias en primera instancia por la invitación a hacer pública –y además en Madrilonia, qué alegría y qué placer– las reflexiones compartidas que os remití el pasado sábado respecto a vuestro artículo en eldiario.es. Os comparto en abierto, pues, las mismas acotaciones críticas, sin apenas cambios. Mejor así. El otro día os escribía que os “querría decir más cosas y responder en público, pero como el clima está algo enrarecido os las envío en privado, no sea que todavía lo enrarezca más”. Hoy apunto, necesariamente, que a Emmanuel lo leo y releo hace años –y todo lo que aprendo de él– y que con Nuria compartimos en Barcelona otras tantas luchas y reflexiones sobre el futuro del municipalismo. Apuntado así porqué la voluntad de los tres, en estos tiempos contingentes, es iniciar un intercambio epistolar fértil del todo y nacido del respeto mutuo.
En todo caso, otroras matizaciones necesarias y otras acotaciones posibles, subjetivas pero transferibles, siguiendo cronológicamente el hilo de lo expuesto en vuestro texto:
(0) Previa brevísima, tal vez con carácter general. Lo peor de la política institucional ‘oficialista’ y del régimen son múltiples aspectos detestables, por eso lo mejor es escapar de ella.
(1) Calificar una carta pública, de emplazamiento político, como órdago me resulta algo excesivo. Como decodificar el “bienvenido” como un acto explícito de ‘extranjería’, que ya me parece directamente mal y extemporáneo. O que son, sólo tal vez, palabras leídas desde una subjetividad o un prejuicio previo –que ojo, todos llevamos dentro. En todo caso, la carta, estrictu sensu y al final y al cabo, no fue nunca contestada. No es obligatorio por supuesto. Pero esa es la realidad ante unas preguntas que sólo indagaban sobre el posicionamiento ante –por ahora– el mayor emplazamiento colectivo, hoy por hoy y arraigado en una persistente movilización social, a una de las hipotecas fundamentales del régimen del 78: la del derecho de autodeterminación de los pueblos que tanto engrosó el imaginario común y compartido de la lucha antifranquista. Una demanda catalana en clave autodeterminista/soberanista/independentista ante la hipoteca transicional, que opera como enmienda general, al menos formalmente, a lo referido a las irresueltas cuestiones nacionales y a la prohibición constitucional por imposición militar –¿remember transition?– de la libre federación de comunidades autónomas: el ‘fantasma’ de los Països Catalans. Pero sobre todo –y ahí está la clave de una incomprensión que dura demasiado– sin obviar ni menospreciar algo que se me antoja clave y que está ‘missing’ en vuestra reflexión: que muchísima gente lo vive y plantea en Catalunya, sobretodo, como esquema democrático y social para salir de la peor crisis desde el final de la dictadura. Es decir, una demanda colectiva por la que discurre el anhelo largo de cambio, de que las cosas cambien. Esto es, como enmienda general al régimen político y socioeconómico. A la crisis sistémica. Desde esa perspectiva, en los compases del proceso y como ejemplo anecdótico, nunca antes se había socializado, ‘normalizado’, compartido tanto o reflexionado sobre la deriva del capitalismo (no digo que sea hegemónica esa posición, ni mucho menos, pero el debate ha quedado abierto cuando antes estaba cerrado con 100 candados; cómo sucede con la metástasis de la corrupción). Ya sé que, finalmente, hay una discrepancia política de fondo: el debate sobre si el proceso catalán es en sí mismo rupturista/constituyente, si tiene o no ese potencial y si puede desplegarse sin dependencias ni subordinaciones (esas preguntas, necesarias, también serían válidas para el programa de Podemos, ¿no?). Ese creo que es el difícil trasfondo irresoluto. Si se está a favor de la autodeterminación catalana –o de la vasca–, entonces ¿cómo se materializa? Sin soberanía política, sin poder decidir, cómo podemos ser de izquierdas e implementar políticas públicas? La movilización social soberanista, transversal, discurre profundamente por ese derrotero: si el futuro de este pueblo lo puede decidir su gente. En cambio, en tiempos contingentes, decirle a la sociedad catalana que deposite su esperanza en un hipotético cambio en ‘Madrid’ es algo añejo: lo que siempre han dicho las oligarquías catalanas y españolas a este pueblo. Al menos, los últimos 30 años. Nada nuevo.
(2) De cinturones rojos y visibilizaciones. Autoexcluir de la denominada sociedad civil, (para nosotros movimiento popular o tejido social) a las clases populares es de enmienda absoluta a la totalidad. Casi parece que este sea un proceso segregacionista. Me parece bárbaro. Otra cosa es –respecto a las clases populares, precarios y excluídos– la pasividad, lejanía y crisis de lo político, tras tres décadas de CT, una estrategia densa del poder para debilitar y despolitizarnos y una profundísima crisis de las izquierdas, aún hoy irresuelta. Pero sugerir como axioma que este proceso democrático les pretende excluir me parece bestia, clasista e indemostrable. Amén de inaceptable y alejado de la taxonomía de un proceso singular. O un ejercicio ímprobo de confundir permanentemente proceso y CiU. Al menos, claro está, desde mi perspectiva: como catalán de origen zamorano, mileurista perpetuo y precario a la deriva, como tantos compas. Y ubicar a las CUP y a tantos otros en esa exclusión –por omisión–, me enoja. 🙂 Cuando es todo lo contrario. Y eso con todas las contradicciones que tiene el proceso, que son unas cuantas. Con un 30% de pobreza, encabezando ranking de desahucios y un 25% de paro. Catalunya rica i plena: y un cuerno. 🙂
(3) Agitar el fantasma de Lerroux –dicho urbi et orbi– es demasiado peligroso. Para todos. Matiz ahistórico, el de ‘Don Licandro’, por cierto, diría que no es ni de largo el primer partido obrero de Barcelona, al menos si repasamos la intrahistoria popular desde los líos y bullangas de 1840. Pero el riesgo electoralista de instrumentalizar o visibilizar dos sociedades divididas, dos pueblos confrontados, es explosivo. Aquí se habla y dirime sobre democracia y soberanía en el siglo XXI en el sur europeo, no de broncas identitarias. Ese terreno perverso es patrimonio de Ciudadanos. Y tira por tierra todo el patrimonio del PSUC y de un país común aunque pésimamente construido. Inmejorables en este sentido, las reflexiones de ‘Los otros andaluces’ en ‘Catalunya será impura o no será’. Como riesgo conjurado es la tentación inexistente hoy de fomentar un odio atávico catalanista hipertrofiado a lo español. Este catalanismo, el hegemónico hoy, es laico y civil y en código abierto. Atrás quedaron las ‘ferrusoladas’, los ‘charnegos’ (a mi, hoy, es curioso, sólo me llaman charnego los españolistas, como si fuera un traidor), el paternalismo integrador y otros nada risueños epítetos.
(4) Regalar y reducir ‘el proceso’ a CiU (que sólo decidió sumarse en 2012, cabría recordarlo, tras dos años –2010/2012– de gobierno autonómico con el PP) es precisamente… lo que quiere CiU. Y lo que ya no es años ha. Las 555 consultas arrancaron en 2009 de la mano de la CUP en Arenys (y CiU, entonces, se nos reía). Lo mismo en la recreación, donde lleváis toda la razón, de que el nacionalismo conservador –cualquier nacionalismo conservador– requiera de un enemigo interior para ‘unificar’, pero eso sirve igual en Pedralbes que en el barrio de Salamanca. Como cierto es que la ‘transición catalana’ fue eso: el bloqueo deliberado –operación Tarradellas incluida– para evitar el primer gobierno social-comunista postdictadura. Pero obviar u olvidar que la consulta del 9N tenía el apoyo del 96% de los ayuntamientos catalanes (mociones aprobadas) y de casi 4.000 entidades reunidas en el Pacto Nacional por el Derecho a Decidir no ayuda a decodificar lo que pasa en la sociedad catalana.
(5) Identitarismo irredento y memoria obrera. Convertir el proceso en una (mala) suerte de proceso identitario, hipernacionalista ombliguil, provincianista cerrado, casi chauvinista rural, es desconocer los parámetros en los que se mueve. Es falso. Cuando precisamente se vive y se vindica, sobretodo, desde la exigencia de más y mejor democracia y desde la imprescindible apología de una Catalunya-nación compleja y plural, autoconstruida en base a agregaciones migratorias vindicadas y donde la cuestión de la autodeterminación no apunta nada más que a la capacidad de autogobernarnos, de que el futuro de este pueblo, en clave democrática, lo decida su gente. Respecto a la memoria –frente a los catalanes de Franco– nadie como el PSUC vindicó la autodeterminación –y a partir de 1968 se sumaría el PSAN, embrión del independentismo de izquierdas. Y en los 80 y 90, más de lo mismo. Esa demanda nacía y nace desde las izquierdas.
(6) Hay algo de soleturismo superfluo en el artículo. Una caracterización-ridiculización-reducción de la cuestión nacional catalana a un mero ‘invento de la burguesía’. Si ese es el ‘frame’, no sé que deciros… pero las cuestiones irresueltas perviven y no será porqué nos hayan lobotimizado a todos. El último trabajo de Fontana es, en este sentido, recomendable. Tópicos y típicos que, indirecta e involuntariamente, se acercan a algunas de las tesis del nacionalismo de Estado (español) y que ahondan en algunas dificultades severas para leer lo plurinacional, plurilingüístico y pluricultural, reduciéndolo todo a un mero folklore de que siempre damos ‘la brasa’ con lo cultural, aunque Wert anuncie que viene a ‘españolizarnos’. Mientras se calla –y se calla mucho al mismo tiempo– ante la prohibición de la consulta, las denuncias por desobediencia o 2’3 millones pasándose el TC por el arco del triunfo. Reducir eso a que CiU nos ha ‘comido el coco’ me parece irrespetuoso. En la lógica arriba/abajo, ¿para cuando la mirada al catalanismo popular? ¿Dónde quedan Josep Termes o Huertas Clavería y ‘la otra historia’ de las clases populares?
(7) Élites y proceso y hegemonías. Contraleed a las élites catalanas porque la ecuación que equipara burguesía a proceso no aguanta algodón alguno. Siendo el proceso transversal –algunas franjas de clase alta, abultada “clase media” y destacada incorporación de clases populares– quién más se opone hoy a él –ahora y aquí– es La Caixa, La Vanguardia y Fomento Nacional del Trabajo, entre otras grandes patronales. Sólo mediana y pequeña empresa dan apoyo al soberanismo. Da para pensar, ¿no? Oligarquía independentista, hoy por hoy, es oxímoron. Como da para pensar que sea precisamente el proceso quién está poniendo a CiU en sus mínimos históricos. O que la demoscopia sociológica diga que del 55% que votarán sí a la independencia, el 72% se declare abiertamente de izquierdas. Por eso CIU no quiere convocar elecciones: no quieren perder su poder, porque ya saben que su hegemonía empieza a finir.
(8) Obviedad sobre la corrupción: “no tienen bandera, tienen cartera” es un concurrido lema ‘cupero’ desde hace años, desmontando el pujolismo y válido universalmente. Y lo decimos sin patrimonializar nada y evocando al movimiento vecinal que desde mediados del 2000 abrió esa batalla –la de la mafia/corrupción como fase superior de gestión del capitalismo– con forceps… Pasen y vean el año que se nos queda en ese ámbito: aquí o aquí.
(9) En lo del abrazo, es en lo que menos entraré, aunque merecería reflexión a parte reducir la CUP a eso –ahí duele– o discernir sobre la curiosa elipsis discursiva ante otros agentes políticos que sí han ratificado todos los recortes, mientras la CUP se oponía radicalmente. Respecto a la duda –ya puestos–, sólo apuntar, simplemente y como aclaración, que fue un gesto humano y como ya dije 24 horas después: disculpas políticas a los compas que piensen que fue en error, pero sin pedir perdón por ser como soy. No podría. Ingenuo tal vez ante su soez uso posterior, pero estrictamente personal, en un contexto muy determinado y con algún condicionante (si repasáis las crisis, en un momento dado sólo CUP y Mas -que no toda CiU- se volcaron en el 9N) en un marco de abierto desafío al Estado. Pero en todo caso, y dado que los abrazos son cosa de dos, dejadme añadid algo: el president, en la misma lógica, también se abrazó entonces al antifascismo o al anticapitalismo o a lo ‘alternativo’ que pueden significar las CUP, ¿no?Lejos de la hipérbole y la exageración, lo que sí se que es cierto, lo que se ve “real” ciertamente no es un abrazo convertido en categoría política y del que se hace metonimia. Lo que se percibe como político y así se visualiza -con contradicciones enteras- es que en la defensa del 9N –como en el acuerdo de diciembre de 2013– efectivamente, el ‘consenso para poner urnas’ iba desde la CUP hasta la Unió de Duran Lleida. Contradictorio claro está. Tanto como innegable. Pero cabría decir ¿por y para qué? Pues para poner urnas, que no está nada mal, y para retornar la voz a la ciudadanía: algo por lo que la izquierda independentista lucha desde 1968. Igual que hemos votado –a iniciativa nuestra– con CiU la prohibición de balas de goma, la prohibición del fracking o una ley pionera contra la homofobia. Pero sí, no escurrimos ninguna responsabilidad: lo dijimos en noviembre de 2012. “Mano extendida por la autodeterminación a nuestro pueblo”. Coincidencia –no con CiU, sino con 4000 entidades, con la mayoría sindical, con CCOO y UGT, con medianas patronales y con los movimientos sociales– en que este pueblo es quién tiene que decir su futuro. Y para decidirlo todo también: desde nuestro esquema catalán de lucha por la autodeterminación, entendida como la plena recuperación de la soberanía política –frente a un Estado demofóbico–, económica –frente a los mercados globales– y popular –frente a las élites cleptómanas.
(10) Los barrios, por cierto, siguen igual de desorganizados y golpeados, pero no como designio del ‘proceso’, sino como muestra lacerante de la crisis larga y honda donde estamos inmersos. Pero algo menos vulnerables, al menos, desde los compases de los 90, en solitario y al margen, gracias a la labor de los movimientos sociales. Hacer pasar a los que peleamos por soluciones como parte del problema heredado –o cómo cómplices– se me hace espesamente injusto. Con sus fragilidades obvias, también se quiere eludir el trabajo en los márgenes de un sistema de exclusión de la izquierda independentista, sobre todo en clave de movimiento juvenil, que desde 1991 ha abierto –en barrios, en municipios– más de 200 ateneos y casales.
(11) Se pueden criticar –no es que sea necesario, es que es imprescindible– los déficit y carencias o rigideces de la CUP. Pero nuestra brecha de ruptura es precisamente esa: la activación e implicación de las clases populares. Desde la memoria histórica de que sólo cuando ellos se han activado en la resolución de las crisis que vivían hemos conseguido avanzar en términos sociales y democráticos y nacionales. Por algo será que en los municipios donde han coincidido municipalismo alternativo, movimientos de base y cooperativismos –entre otros tantos ismos– es donde esa aparente paradoja que apuntáis, está más y mejor resuelta, diría que superada.
Y finalmente, una metáfora para acabar. Ojalá sólo tuviéramos que escoger entre izq/der o abajo/arriba. Eso es bien fácil en marcos donde la cuestión nacional está resuelta: en Berlin o en Madrid. En espacios donde no, donde aún se sigue negando el carácter de nación es algo bastante más complejo y complicado. Más aún, en un marco de recentralización españolista obvia, donde ‘eso’ se agudiza y más aún en un sur europeo castigado por lo neoliberal a cada minuto. El proceso catalán, en sí mismo, es una oportunidad de ruptura constituyente y recuperación de la plena libertad política, que opta por un vía de camino propio, unilateral, al margen del Estado y visto lo visto. Bajo ese parámetro, desde el Estado hay dos opciones –cierre o reforma constitucional– y desde la sociedad, una: el paradigma de proceso constituyente estatal de Podemos. Cierre en banda, archicacareada reforma o proceso constituyente democratizante. Una propuesta, la de Podemos, de la que –carta sin respuesta, mientras se apela a la ‘legalidad’ constitucional– todavía desconocemos los detalles respecto a la cuestión catalana. No creo que sea mucho pedir. Porque ‘levantar’ el candado del 78 es tarea común. Pero desde procesos compatibles y coordinables; de respeto mutuo entre iguales; sin esperas ni subordinaciones; sin renuncias ni promesas. Desde el respeto mutuo –como diría Jaime Pastor– de que no hay un sólo demo, sino demoi: hay sujetos en plural. No verlo así –que es una opción– conduce a no entender los pormenores y anhelos democratizantes del proceso político catalán, que arrancó en la calle –de abajo arriba– en los compases de 2006.
Es una desgracia no tener tiempo para escribirlo más y seguramente mejor y con el verbo más atinado. He escrito de golpe. Sin porrazos. No os lo toméis como definitivo, sé que faltan mil 1000 matices. Somos de los que celebramos Podemos y de los que –leed el comunicado de mayo sobre las europeas– nos abstuvimos de la UE de la troika, pero sugerimos el voto de forma implícita y general, en clave de ruptura democrática y transformación social, para la izquierda abertzale o para… Podemos. Pero me preocupa, desde la admiración y respeto que os tengo, algunos tópicos distópicos. Por eso me urgía responderos. Esperando vuestra respuesta.
Un abrazo. A vosotros, mil.
Y que el 2015 nos traiga rupturas democráticas, anticapitalismos sólidos y transformaciones sociales largas en el castigado sur de Europa.
Vuestro,
David
PS. El tema no es, para nada, nuevo. En diciembre de 2012 contesté a Lopez Arnal en Rebelión en términos muy idénticos. Bucles. Por si acaso: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=161666
PS. Bibliografía sugerida: Xacobe Bastida ‘La nación española y el nacionalismo constitucional’ (1998); Lacasta Zabalza ‘España uniforme’ (1998), ‘Nacionalismo banal’ de Kipling, ‘La rebelión catalana’ de Antonio Baños o ‘Los nacionalismos, el Estado español y la izquierda’ de Jaime Pastor