El lunes pasado, Francesc-Marc Álvaro publicaba un lúcido artículo con un título bien expresivo: “¿Qué haremos cuando nos pisoteen?” Se refería, es claro, a las dos espadas de Damocles que penden sobre Catalunya y tienen que caer sobre nuestras cabezas, de manera ineluctable, en dos o tres de meses: la nueva financiación y la sentencia del Tribunal Constitucional (TC) sobre el Estatuto. Álvaro parte de la percepción, ampliamente compartida, que Catalunya será “pisoteada” en los dos casos.
Lo más penoso es comprobar que los que mandan no tienen la menor idea de qué hacer cuando se consume el pisotón. El que lo tiene más claro, dentro de todo, es Montilla: acatará la decisión de Zapatero, acatará la del TC y procurará hacer no mucho ruido. El problema es este “no mucho”, porque el futuro político de Montilla depende de la actitud que tome: aunque sea a nivel de gestos y de retórica, necesita marcar distancias con el PSOE si quiere tener la esperanza de superar el penoso 26,81% de votos de hace dos años.
Donde la confusión es más grande es en el bando del catalanismo. Con respecto a ERC, las contradicciones son inmensas. El congreso del partido aprobó este verano una resolución por la cual, si el TC liquidaba el Estatuto, el partido tenía que organizar casi una revolución. En cambio, Puigcercós ya ha dicho esta semana que, pase lo que pase, no se pone en cuestión la estabilidad del Tripartito (con los cargos correspondientes). Y, en cuanto a la financiación, Izquierda ya se ha apuntado a las rebajas: firmaría un aumento de 2.500 millones por el año 2009.
En CiU tampoco van nada sobrados de planes y tienen un serio problema de coherencia interna. Artur Mas se muestra partidario de una reacción contundente cuando el TC tumbe el Estatuto, pero Durán Lleida ya se puso de acuerdo la semana pasada con Montilla para pactar que, pase lo que pase, todo tiene que seguir igual: tranquilidad y algún pescado al cesto.
De todo ello, se deduce una cosa bien clara: que Catalunya no tiene ningún plan. No existe. Hay, como mucho, algunas declaraciones superpuestas y contradictorias de unos y otros y, sobre todo, una lucha táctica permanente para situarse en la línea de salida de cara a las próximas elecciones. Pero ni la primera autoridad del país, José Montilla, ni el líder de la oposición, Artur Mas, saben qué harán. Catalunya, como país, es un sálvese el que pueda. Y, cuando llegue el batacazo, improvisará. Cómo siempre.
España, en cambio, sí que tiene un plan. Un plan bien claro: una nación uniforme al modo francés, con capital única e indiscutible en Madrid, y el resto del territorio (incluida Catalunya) convertido en periferia y provincia. El proyecto es compartido por PP y PSOE. Exactamente como el PP y el PSOE negociarán y compartirán la sentencia del Constitucional que blindará España, la nación, contra cualquier veleidad autonomista de los pobres catalanes: aquellos señores que braman, gesticulan y protestan, pero no tienen ningún plan. Ninguno.
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Alfons López Tena
España ataca con Nissan
Advertía Hayek que cuando el Estado controla la vida económica es posible seguir una política de despiadada discriminación contra las minorías nacionales mediante instrumentos de política económica, sin infringir nunca la letra de protección estatutaria de sus derechos. Después de anunciar Nissan-Renault la supresión de 1.680 puestos de trabajo en las fábricas de Catalunya, el 38% de la plantilla, para reducir la producción un 43%, y mientras los trabajadores se manifestaban en Barcelona, el ministro español de Industria se reunió en París con el director de la empresa, pero no para tratar de los despidos y de la continuidad de las fábricas en Catalunya, sino de aumentar un 15% la producción de las fábricas en Valladolid y Palencia. Sería normal la actuación del ministro español, aunque sucia, si Catalunya no formara parte de su Estado y tuviera un Estado propio y unos ministros que defendieran los intereses de los trabajadores catalanes, como el ministro español defiende los intereses de los trabajadores españoles.
NO ES ASÍ, Y LOS TRABAJADORES CATALANES se encuentran en la peor situación posible, no ya sin Estado que les proteja, sino con un Estado depredador a la contra. El mensaje español a Nissan-Renault, y a todas las empresas, es diáfano: si queréis cerrar fábricas y despedir trabajadores, hacedlo en Catalunya; no diremos nada si a cambio ampliáis y creáis ocupación en España, si destruís tejido industrial y despedís trabajadores en Catalunya para nutrir de industria y ocupación en España. Cualquier reducción y despido de trabajadores que tenga que hacer una multinacional al mundo cuenta con un país en el mapa, Catalunya, que nada importa al Estado del que forma parte, que no ofrece ninguna resistencia a su desmantelamiento, y es por lo tanto el candidato propicio.
JOSEP MARIA ÀLVAREZ, SECRETARIO GENERAL de UGT-Catalunya se ha exclamado: “¡Somos tan españoles como lo que más!”. Pero ya se ha visto que, para el Estado, de españoles, como los animales en la granja de Orwell, hay de dos tipos: todos son iguales pero unos son más iguales que los otros. No falla nunca: a la hora de pagar los catalanes son españoles, pero a la hora de recibir sólo son catalanes, y los ministros españoles tienen hoy el mismo propósito que hace 50 años, “ahogarlos económicamente”.
MÁS ANTIGUA TODAVÍA ES LA REPENTINA sorpresa de Josep Maria Álvarez. Hace 150 años exclamaba el general Delgado a las Cortes españolas: “¿Ha podido creer que los catalanes tienen la condición del perro que lame la mano que le castiga? Si tal ha creído, se equivoca; la condición de los catalanes es la del tigre que despedaza al que le maltrata. ¿Hasta cuándo hemos de morder el freno?, decían unos. ¿Hasta cuándo hemos de ser tratados como esclavos?, decían otros. ¿Somos o no somos españoles?, decían todos. Ministros de Isabel II: los catalanes ¿son o no son españoles? ¿Son nuestros colonos o son nuestros esclavos? Si no los queréis como españoles, levantad de allá vuestros reales, dejadlos, que para nada os necesitan; pero si siendo españoles los queréis esclavos, sea en buena hora, y sea por completo; sea Cataluña talada y destruida y sembrada de sal como la ciudad maldita; porque así, y solo así, doblaréis nuestra cerviz, porque así y solo así venceréis nuestra altivez; así, y solamente así, domaréis nuestra fiereza”.
LA MISMA LECCIÓN APRENDIERON a costa suya desde el atónito Cambó, a quien el rey ofreció la presidencia del gobierno a cambio de abandonar Catalunya, al fracasado Roca, cuando su “otra manera de hacer España” no obtuvo ni un diputado en España, y recientemente Rossell que ve bloqueada su pretensión de presidir la CEOE porque “un catalán no puede presidir a los empresarios españoles” y La Caixa que no puede ni presentar una oferta de compra a los accionistas de Endesa: antes alemana, italiana o rota que catalana. Tanto da que, como J.M. Àlvarez, hagan protestas de españolidad: el Estado tiene muy claro durante los últimos 300 años quiénes son los españoles verdaderos a proteger, y quiénes son los que no. No es relevante cual sea la lengua o los sentimientos nacionales de los trabajadores de Nissan; les toca padecer porque viven y trabajan en Catalunya, como les toca el beneficio a los de Valladolid y Palencia. La presente crisis dará a los ministros españoles nuevas oportunidades por estrangular Catalunya y hacer daño a los intereses de los catalanes, de todas las clases sociales. Ya ha empezado un nuevo asalto, sacar las cajas de ahorros del ámbito regulador de la Generalitat y fusionar cajas entre autonomías, es decir, que los españoles se queden con las cajas catalanas.
LOS COMPATRIOTAS DE NISSAN NO OBTENDRÁN nada manifestándose en Barcelona, ni de la impotente Generalitat; todo lo que sean problemas en Catalunya y para sus instituciones, favorece la estrategia del Estado que los ahoga. La protesta y la presión la tienen que hacer donde deciden los ministros españoles, en Madrid. Allá es donde tienen que mostrar a los que toman las decisiones, a Zapatero y a Sebastián, si son como decía el general Delgado ” un tigre que despedaza al que le maltrata o un perro que lame la mano que le castiga”. Mientras tanto, el usuario de la plaza de San Jaume, zona montaña, hace buena la dicha de Chaudhuri: la carencia de poder corrompe, la carencia absoluta de poder corrompe absolutamente.
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Alfons López Tena
Reflexiones sobre el polémico artículo de ‘The Economist’
Todos tranquilos: el articulillo objeto de tanta atención de The Economist se descalifica todo solo, y descalifica la revista que lo ha publicado. Es claro que nunca gusta que le digan cacique a tu antiguo presidente, un hombre que ha sido calificado como “el político catalán más importante de los últimos siglos, el más influyente en España y el de más proyección en Europa”, ni que te lo comparen con un franquista jurásico. Tampoco gusta que se mienta, como cuando se afirma que un profesor español que no hable catalán no tiene oportunidades de ser contratado en una universidad catalana. Pero, si todo lo que publica The Economist tiene este grado de rigor, que echen la persiana!
ES CLARO QUE EL PERIODISTA DE The Economist ha tenido la colaboración interesadísima de insignes informantes que han ayudado a conformar su visión distorsionada de la realidad catalana. Que sea Antonio Muñoz Molina, antiguo director del Instituto Cervantes en Nueva York, quien ha tratado de cacique a Jordi Pujol no tiene que extrañar. Este instituto tiene por misión invertir ingentes cantidades de dinero -también de catalanes- a favor del prestigio internacional del nacionalismo español, la naturaleza del cual se construye sobre la voluntad políticamente anexionista y culturalmente genocida de todo lo que estorbe su esencia unitarista. Quizás más triste es que Josep Ramoneda se haya añadido a la fiesta, ironizando sobre sí en España se quieren tener diecisiete Hollywoods mientras a los EE.UU. sólo tienen uno. Habría diez mil contraejemplos de respeto por la diversidad cultural y política a los Estados Unidos, como por ejemplo la pluralidad de sistemas electorales Estado por Estado, y hasta condado por condado, o el número de museos de arte moderno y contemporáneo, o el caso de las homologaciones académicas y profesionales (en los Estados Unidos, un médico o un abogado de un Estado no puede ejercer en ningún otro sin la correspondiente convalidación de su colegio profesional). Pero, con conciencia o sin, a Ramoneda, director vitalicio del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, -también le viene bien que en España haya diecisiete más de este tipo de canonjías- lo apuntan al discurso antiautonomista que quería escuchar dicho corresponsal.
EL CASO DE ‘THE ECONOMIST’ NO ES EL PRIMERO, ni es el único. Sólo hace falta hacer memoria de cómo la prensa alemana trató la presencia catalana en Frankfurt. Es más, incluso cuando la prensa extranjera ha hablado bien de Catalunya, ha sido con segundas. Hace años, el presidente Pujol confesaba la incomodidad que sentía cada vez que hablaban bien de él, porque siempre era para destacar la moderación y, para decirlo así, la lealtad española, más que no por aquello que representaba su acción de gobierno desde el punto de vista de la nación catalana. El mal es antiguo, y su origen, fácil de identificar y localizar.
Y ES QUE LA FIGURA DEL CORRESPONSAL de prensa tiene una dimensión política indiscutible. No volveré a repetir mi vieja tesis sobre la “política de papel”, es decir, sobre como la política se representa y se hace en las páginas impresas de los diarios y los semanarios internacionales. El corresponsal internacional acaba siendo todavía más importante que un cónsul o un embajador, que nunca se permitirían la imprudencia ni la impertinencia de una interferencia pública tan directa en los asuntos internos del país.
LAS CONCLUSIONES SON CLARAS. EN PRIMER lugar, hace falta entender que el problema del articulillo no es de desinformación. El periodista que nos ocupa habría podido encontrar información más exacta sobre Catalunya a Google que la que consiguió con todas sus entrevistas “cualificadas”. Pero es que no se trataba de informar, sino de comprometerse con una causa. El corresponsal de guerra de The Economist ha escrito una pieza de combate político, alineado a favor del proyecto nacionalista que, por convicción o por interés, ha escogido como propio. Por lo tanto, hace falta que sepamos que cualquier respuesta catalana a la defensiva, institucional o popular, será leída e integrada por The Economist como la prueba definitiva que ha acertado no tanto en la diagnosis como en el objetivo de pisar el ojo de piojo a través del cual nos ha querido hacer daño a nosotros y el corresponsal ha complacido a sus beneméritos y generosos amigos.
EN SEGUNDO LUGAR, La ÚNICA REACCIÓN RAZONABLE es aprovechar la evidente incompetencia profesional y, por lo tanto, la debilidad del semanario, para volver la situación a favor nuestro. Los responsables de The Economist no necesitan más información, porque ya la tienen, pero tienen que saber, y lo pueden entender, que les han liado y que les han desacreditado al mostrar tan ingenuamente su complicidad con un proyecto nacionalista determinado, bien ilustrado por el famoso Manifiesto liderado por Fernando Savater, que citan y dan por bueno. Un país no puede tambalear por un articulillo manipulador, pero la revista sí que tendría que notar que la resbalada de enfrentarse injustamente a todo un país le sale cara. Finalmente, el caso pone en evidencia que nos hace falta mucha más inteligencia en nuestras relaciones con el exterior. Tenemos una red internacional de catalanes en el mundo de primer nivel, abandonada a su suerte. Y sólo tenemos “corresponsales de guerra” en las filas enemigas. Hasta que no tengamos bien activados las unas y desactivados los otros, tendremos que aguantar aguaceros de este tipo.
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Joan Cuesta-Font
Carta de Joan Cuesta-Font a ‘The Economist’: “Pongamos un punto y final (Let’s callo it a day)”
Después de sus artículos de noviembre sobre España, donde sugerían una reducción de la descentralización, me gustaría expresar algunas ideas sobre el que, desde mi punto de vista, era un ejemplo claro del anticuado punto de vista jacobíno sobre lo que tiene que ser un Estado moderno. La descentralización en España fue una estrategia de transición para acomodar la heterogeneidad, diluyendo por completo a Catalunya y el País Vasco en un crisol de regiones artificiales (llamado “café por todo el mundo”). Constitucionalmente, España permaneció como un estado unitario incluso transfiriendo aproximadamente el 30 % del gasto público total a las regiones para financiar servicios mal financiados (principalmente la asistencia médica y la educación). De hecho, lejos de ser un ejemplo en nada se asemeja al federalismo fiscal, las regiones españolas hoy controlan no mucho más del 11 % de todos los ingresos fiscales, y desde comienzos de los años 80 se ha hecho necesario apelar al Tribunal Constitucional para defender estas regiones contra tentativas recentralizadoras. Seguramente, la descentralización política como modelo de estado tiene sus desventajas, pero existen estudios empíricos que indican que las desigualdades regionales en asistencia médica y educación han disminuido considerablemente como consecuencia de la descentralización, y hay pruebas de que la innovación y los servicios públicos son más eficientes que nunca gracias al aprendizaje y cooperación regional.
Ahora bien, lo más grave que sucede en su artículo descansa en que el argumento que sugiere que el problema al España de hoy es la carencia de homogeneidad. Sin duda, las identidades catalana y vasca se han visto reforzadas gracias a la descentralización política derivada de la transición. Pero si España es todavía incapaz de asumir las lenguas existentes y la heterogeneidad cultural, entonces la teoría económica tiene una respuesta obvia, es decir, la secesión. Si el remedio a los problemas de España es lograr la más alta homogeneidad posible, por qué no simplemente redimensionar el país permitiendo la separación de Catalunya y el País Vasco? Si The Economist realmente mantiene una visión liberal de la política, por qué no concluir lo mismo que en el caso de Bélgica: “España, pongamos uno un punto y final (Lets callo it a day)”?
* Joan Cuesta-Font, Profesor de Economía Política de la London School of Economics y miembro fundador de “Soberanía i Progres”
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Joan Cuesta-Font
Avergonzado
La semana pasada, la revista inglesa The Economist publicó un artículo en que se criticaba, entre otras cosas, la política lingüística de Catalunya. El artículo llegaba a calificar nuestra lengua de “obsesión nacionalista”. El delegado del gobierno, Xavier Solano, publicó una respuesta a la web de la Generalitat, que me ha hecho sentir avergonzado. Por qué avergonzado? Pues avergonzado porque el delegado podría haber mencionado “la obsesión nacionalista” británica (o norteamericana) que obliga sus niños a estudiar en inglés sin darlos la opción de estudiar en urdú o chino, y no lo ha hecho. Si la definición de “obsesión nacionalista” es que uno utiliza la lengua propia en la escuela, sin dar libertad de elegir cualquier otra lengua, entonces los ingleses, los americanos, los españoles, los suecos, los franceses y el resto del mundo tiene la misma obsesión, porque, que yo sepa, los padres no pueden elegir la lengua de las escuelas en ninguno de estos países. ¿O es que los niños inmigrantes pueden estudiar en árabe en Valladolid?
Avergonzado, porque la Generalitat podría haber aportado datos sobre las nacionalidades de los profesores a la universidad catalana y habría demostrado que es mentira, repito, mentira, que no se contrate profesores que no hablan catalán. Yo doy clases a la UPF desde hace años y tengo compañeros argentinos, chilenos, japoneses, norteamericanos, italianos, españoles y de otros muchos países que no hablan ni una palabra de catalán! Y si el editor de The Economist se hubiera preocupado de comprobar sus frívolas afirmaciones, lo habría visto. Es más, si esto de las lenguas fuera un problema, veríamos las universidades catalanas detrás de las españolas a los rankings. En realidad, están por encima.
Avergonzado, porque podría haber explicado que, sin inmersión, un país corre el riesgo que se creen guetos lingüísticos donde los hijos de los inmigrantes nunca se integran, cosa que puede acabar en segregación y violencia, cómo ha pasado en otros países vecinos. Si una cosa se ha hecho bien en Catalunya en las últimas décadas, ha sido el proceso de integración y adaptación de los emigrantes en Catalunya. Y yo en zoco un ejemplo: me llamo Martín (y no Martí) porque soy descendente de gente que viene de Salamanca!
Avergonzado, porque podría haber documentado que en Catalunya hay dos tipos de personas: las que hablan catalán y castellano y las que sólo hablan castellano. Si las acusaciones de imposición lingüística fueran ciertas, sería común encontrar ciudadanos monolingües catalanes incapaces de hablar el castellano. La realidad es que no hay casi nadie que sólo hable catalán. Yo, de hecho, no conozco absolutamente nadie. En cambio, conozco una infinidad de personas monolingües castellanas, entre las cuales hay muchas que han vivido en Catalunya toda la vida. Quizás habría estado bien que el delegado de la Generalitat aportara números sobre la cantidad de personas monolingües catalanas y monolingües castellanas en Catalunya para que los ingleses se enteraran de la realidad tal como es.
La competitividad del país
Avergonzado, porque la Generalitat podría haber mencionado que los ejecutivos de las multinacionales que son enviados en Finlandia no se quejan de que allá se habla en finès (una lengua mucho más minoritaria que el catalán) y que, por lo tanto, el hecho que en Catalunya se hable el catalán no tiene que reducir la competitividad del país. Catalunya tiene muchos problemas de competitividad. Muchos. Pero un de estos problemas no es la lengua. Entre otras cosas, porque España tiene los mismos problemas de competitividad y resulta que allá no tienen bilingüisme. ¿O es que la innovación a la monolingüe Extremadura está por las nubes?
Avergonzado, porque podría haber aportado datos sobre notas de PISA para demostrar que los niños bilingües no sacan peores notas que los niños monolingües españoles (y esto incluye las notas de lengua española), lo cual demuestra que estudiar en catalán no resulta ningún impedimento. También podría haber explicado que los niños bilingües tienen más facilidad para aprender terceras o cuartas lenguas, cosa que es buena para ellos y para la competitividad de toda la economía. Esto lo podría haber documentado con datos de penetración del inglés en Catalunya en comparación a las monolingües Castilla y León o Andalucía.
Avergonzado, porque no ha sabido explicar que no debe de haber ningún problema cuando un pueblo pide más transferencias, por más que las transferencias aumentaran el 2001. En Catalunya, en España e incluso al Reino Unido, la voluntad popular que quiere cambiar leyes está por encima de las mismas leyes. Y esto hace que las leyes cambien y las Constituciones cambien. ¿O es que no ha cambiado 25 veces la Constitución de los Estados Unidos? ¿O es que no se hacen leyes nuevas a la Gran Bretaña? Y si los catalanes hemos votado legítimamente un Estatuto que pide más inversiones en Catalunya, esta es la voluntad popular y punto. Parece mentira que una revista teóricamente liberal como The Economist piense que un Estatuto aprobado por la voluntad popular tiene menos validez moral que un acuerdo a que llegaron CiU y PP hace unos años. Y si los nacionalistas catalanes quieren cada día más y lo quieren de manera democrática, qué problema ve el ‘Economist?
Avergonzado, en definitiva, porque en lugar de defender nuestro país y nuestra lengua con razonamientos lógicos y racionales, documentados con datos para evitar que los que ignoran la realidad catalana se crean los demagogos que escriben artículos llenos de falsedades e invenciones, en lugar de hacer esto, digo, la Generalitat va y explica que tenemos mil años de historia y defiende patéticamente la honorabilidad del presidente Pujol, a quien la revista acusa de “cacique” cómo si el punto más importante del artículo fuera esta acusación. Sin poner en entredicho la honorabilidad del mejor presidente que Catalunya ha tenido a lo largo de la historia, la patética y ridícula respuesta de nuestro gobierno demuestra que es incapaz de defender nuestro país, nuestra lengua y nuestra realidad cultural y económica. Por todo esto, me siento avergonzado.
Publicado por Avui-k argitaratua
TRADUCCION:
NABARRALDE
LUIS MARÍA MARTINEZ GARATE