España en el triángulo iliberal europeo

Vicent Partal

Muy probablemente la consecuencia más importante del ‘Catalangate’ tendrá más que ver con la política europea que con otra cosa. Hablo concretamente de la posibilidad de que el actual binomio iliberal, Hungría más Polonia, se amplíe y se convierta en un triángulo, con la incorporación de España. El espionaje a gran escala realizado con Pegasus, y especialmente el espionaje de diputados en el Parlamento Europeo, marca un antes y un después para mucha gente fuera de las fronteras del Estado español. No porque los espiados sean catalanes sino porque Pegasus y los excesos que origina es un problema que preocupa sobre todo a todas las democracias. Y, evidentemente, muy concretamente también, porque entre los espiados hay europarlamentarios y es la cámara entera pues la que, a través de ellos, se siente amenazada.

La prensa y los políticos españoles han tratado de quitarle importancia al asunto, pero es una pretensión que tiene pocas probabilidades de éxito. En Madrid hay nervios porque saben que esto es demasiado grande y las filtraciones en los periódicos españoles pueden ser cualquier cosa salvo inocentes –también la que publicó El País veinticuatro horas antes, tratando de rebajar el impacto de la noticia. El rigor y la seriedad del trabajo de Citizen Lab deja muy poco margen al gobierno español para que pueda dar una explicación aceptable de cualquier tipo. Por tanto, con filtraciones como las de ayer, que señalan cada vez más el CNI y Defensa, da la sensación de que ya ha empezado el baile para ver quién pagará la fiesta y sobre todo para ver quién sorteará las consecuencias más duras.

Simplemente, la cosa es demasiado grande. Y demasiado inaceptable. Y sobre todo muestra con todo el esplendor el carácter profundamente antieuropeo de España. Su forma de funcionar, radicalmente contraria a los principios rectores de la política europea.

De alguna manera –no tanto, pero de alguna manera– todo esto es un segundo Primero de Octubre. Si lo recuerdan, entonces las imágenes de violencia sacudieron la política europea. Merkel, por ejemplo, se encaró con Rajoy en pleno Consejo Europeo y las muestras de disgusto y desaprobación fueron muy amplias entre la clase política y mediática europea. Por eso respiraron todos aliviados cuando Pedro Sánchez llegó al poder diciendo que estaba dispuesto a negociar una solución –lo que era mentira, pero que era lo que todo el mundo quería oír. Y aún respiraron más cuando los indultos pusieron fin, aunque fuera de momento, a la existencia de prisioneros políticos. El autoengaño, hace falta reconocerlo, era fácil, sobre todo, a partir del momento en que la clase política catalana, con muy pocas excepciones, ha hecho al revés de lo que indican los manuales, blanqueando y estabilizando al enemigo y dotando a Pedro Sánchez de una credibilidad que no se merece. Y es que no hay más ciego que el que no quiere ver.

Por ello, visto desde Bruselas y hasta hace tres días, el problema no era el régimen político de España sino, en todo caso, el PP; y el problema catalán no era un problema de fondo sino, en cualquier caso, de formas. Por eso el Catalangate es ideal y, sobre todo, llega en un momento óptimo. Porque es el PSOE y Pedro Sánchez, no el PP, el que tendrán que dar explicaciones, si pueden. Y porque permite al independentismo contar algo sustancial, con pruebas contundentes en la mano: que el problema, como sabemos perfectamente nosotros, no es quién está en el poder en España, quién gestiona el gobierno en cada momento, sino la estructura del propio Estado. No es un problema de forma, sino de fondo; y no es un problema del PP, sino de España entera.

España pagará muy caro el inmenso error de utilizar el Pegasus, como si esto fuera normal en una democracia. Mucho más de lo que se imagina. Porque ha actuado flagrantemente fuera del método europeo. Y lo ha hecho por una razón obvia: porque está fuera. Y si España ya tuvo que hacer florituras y presiones y chantajes, para frenar al estupor causado por el Primero de Octubre, ahora, aún más lloviendo sobre mojado y sin repuesto posible en Madrid, sufrirá mucho y más. Entendámonos: la independencia no llegará de Europa, lo he recordado una y otra vez. Pero sin Europa tampoco habrá solución factible a corto plazo. Por eso es tan importante que España caiga en el triángulo iliberal. Allí donde, digámoslo claro, se ha metido sola.

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