En 1921, en pleno pesimismo nacional, como el actual, José Ortega y Gasset, nuestro más eximio filósofo del siglo XX, escribió uno de sus ensayos más lúcidos e imperecederos, titulado España invertebrada. A juicio del escritor madrileño, nuestro país incurría en dos graves vicios, el del particularismo (“cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y, en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los demás. No le importan las esperanzas o necesidades de los otros y no se solidariza con ellos para auxiliarlos en su afán”) y la que él llamaba “ausencia de los mejores”.
Esta última carencia la describía con la siguiente plasticidad: “Por una extraña y trágica perversión del instinto encargado de las valoraciones, el pueblo español, desde hace siglos, detesta todo hombre ejemplar, o, cuando menos está ciego para sus cualidades excelentes. Cuando se deja conmover por alguien, se trata, casi invariablemente, de algún personaje ruin e inferior que se pone al servicio de los instintos multitudinarios”.
Si Ortega y Gasset viviera hoy en España podría volver a escribir estas líneas redactadas en 1921, porque España está de nuevo invertebrada justamente por la concurrencia de esas dos circunstancias históricas: la eclosión de los particularismos nacionalistas y por la manifiesta mediocridad de quienes nos gobiernan. Por el particularismo se explica que el modelo de Estado español haya dejado de ser solidario y prime la parte sobre el todo, con fortísimas tensiones centrífugas que se manifiestan en expresiones políticas como las del Estatuto de Cataluña, que pretende replicar la organización del propio Estado, o la pretensión del nacionalismo vasco de convertir normas fiscales de las Juntas Generales de Vizcaya, Álava y Guipúzcoa en leyes materiales –en eso consiste el ‘blindaje’ del Concierto que reclama el PNV—para que sólo sean impugnables ante el Tribunal Constitucional y no, por lo tanto, ante los Tribunales ordinarios.
En ese contexto se mueven las reclamaciones de “deudas históricas”, la pelea por el agua entre regiones y nacionalidades o los criterios de financiación autonómica. Se ha perdido la visión del conjunto para centrar la mirada, replegada, sobre el breve territorio de cada cual. Lo que, digámoslo, es suicida en un país con casi cuatro millones de parados y un endeudamiento tan brutal que lleva a los organismos internacionales (FMI) a pronosticar que España atravesará por un lustro “perdido” en su desarrollo y progreso.
‘Política pop’
Mientras tanto, los partidos políticos –los dos grandes y los nacionalistas—muestran día a día que no están en manos de los mejores: la mediocridad intelectual se combina en muchas ocasiones con la corrupción, situaciones de las que no se libra el partido de la oposición enrocado en usos y maneras que antaño fracasaron. El Gobierno está dirigido por un personaje que hace “política pop” (Claudio Magris dixit) según el modelo del que denostaba Ortega.
Mientras tanto, los jueces van a la huelga, las organizaciones cívicas regresan a la protesta callejera (en esta ocasión contra el proyecto de ley de despenalización total del aborto, el próximo día 17), los sindicatos viven del Presupuesto y la ciudadanía, según encuestas convergentes en sus resultados, atribuyen al Ejecutivo “improvisación” (81%), desconfianza (61%) y dan bajísimas calificaciones a todos los dirigentes, incluidos los de la oposición.
No se confía en los que nos gobiernan, pero tampoco hay el más mínimo entusiasmo sobre los que aspiran a hacerlo en el futuro. La trama Gürtel, de la que ayer se conocieron nuevos datos de la instrucción sumarial, no sólo alarma sino que también indigna y habrá de traer consecuencias desastrosas para el PP.
Enric Juliana, uno de los periodistas con la prosa más fresca y las ideas más claras del periodismo español, ha escrito en La Vanguardia (4. 10. 09) un magnífico artículo titulado El enfermo de Europa. Afirma Juliana –autor de libros de aconsejable lectura como La España de los Pingüinos y La deriva de España— que nuestro país “está destronando estos días a la desconcertante Italia de Silvio Berlusconi, donde el inquietante deterioro de la vida pública se combina con una más que notable capacidad de resistencia a la crisis económica.” Juliana refiere recensiones de la prensa internacional según la cual España es sin duda “el enfermo de Europa”.
Y dice: “Los alemanes nos sitúan en la unidad de grandes quemados (…) y los franceses, más paternales, en el hospital pediátrico”. Efectivamente: un paseo por la prensa de referencia, sea europea o americana, es una peripecia desoladora. De ahí la enorme preocupación que cunde en la Unión Europea ante la presidencia española en el primer semestre de 2010 porque hay líderes que se preguntan si Rodríguez Zapatero impulsará desde la peana de la UE un discurso al estilo de los populismos con los que nuestra diplomacia parece entenderse tan bien, sean los de Chávez, los de Morales o los de Correa.
Unamos a esta panorama –susceptible de objetivarse con guarismos de todo tipo (desempleo, PIB, índice de confianza, productividad…) y ejemplos tocantes y sonantes—el páramo intelectual en el que se ha convertido nuestro país en el que la excelencia se mide con raseros que conciernen al éxito estrictamente comercial y cuantitativo referenciado a las audiencias de los programas más cutres de las televisiones generalistas o a los personajes más excéntricos y nihilistas de los muchos que saquean las páginas de las revistas, de los periódicos o se cuelan en los debates en la red.
Ésta es la España en la que se martiriza –aunque ella no lo sepa—a Belén Esteban, que ríe las gracias al más procaz y que desprecia cuanto ignora. Es, otra vez, la España invertebrada de Ortega que comienza a suscitar la ansiedad de una nación que no termina de cuajar, que circularmente se da de bruces con sus demonios familiares, que se reencuentra con su peor pasado. Es, otra vez, la España en la que Ortega y Gasset debe ser releído, y con él, Unamuno, y Pérez de Ayala y Gregorio Marañón y tantos otros que en las primeras décadas del siglo pasado ya advirtieron de la idiosincrasia de una sociedad debilísima –la española– que requiere de persuasión y disciplina, esfuerzo y solidaridad, ética cívica y libertad, moderación y firmeza, unidad y pluralidad. Dejémoslo ahí por hoy. Porque lo que viene es un tsunami político.