España, 81 años de franquismo

Con la conocida excusa de “pasar página”, el fascismo español no tuvo su Nuremberg. No es que el juicio de Nuremberg fuera lo que de verdad debería haber sido, dado que quedó muy por debajo de las expectativas de las víctimas, pero al menos se hizo y tuvo su fuerza simbólica. El fascismo español, sus crímenes y sus torturas nunca han sido juzgados. Nunca. Permanecen impunes. Absolutamente impunes. Y todos aquellos que todavía hoy cantan las excelencias de la “maravillosa transición española”, alabando que se optara por la Reforma en vez de la Ruptura, son sus cómplices. Los crímenes contra la humanidad no prescriben nunca, y su cobertura en pleno siglo XXI, con la excusa de “mirar adelante” -que es la que sustentan Vox, Ciudadanos, Partido Popular y Partido Socialista-, dice claramente qué tipo de Estado es el Estado español. Todo el montaje teatral del gobierno de Pedro Sánchez y Podemos relativo a la memoria histórica y al Valle de los Caídos no es más que una escenificación de cara al mundo para ocultar que España, en los últimos 81 años, no ha dejado nunca -¡nunca!- de ser un Estado franquista. Basta con mirar en qué situación se encuentra todavía hoy el caso Puig Antich, o la repugnante protección del Estado al exdirigente fascista Rodolfo Martín Villa -protección avalada por cuatro expresidentes españoles (González, Aznar, Zapatero y Rajoy), cuatro exsecretarios generales de UGT y CCOO (Redondo, Méndez, Gutiérrez y Fidalgo), más la de José Borrell y los llamados padres de la Constitución (Herrero R. de Miñón y Miquel Roca), o la negativa a pedir perdón al pueblo catalán por el asesinato del president Companys -recordemos que fue asesinado precisamente por ser el president de Cataluña, como acto de escarnio al pueblo que con su cargo representaba.

El Estado español es un Estado empapado de franquismo. Ha bastado con que Cataluña haya creído en sí misma -lástima que sólo como un espejismo- organizando un referéndum de independencia, para que el franquismo institucional se haya puesto en evidencia. El Estado español ha saltado a la yugular de Cataluña -¿cuántos años hace que no nos bombardean?- y está dispuesto a todo -todo significa todo- para impedir la libertad de nuestro país. Nos quiere cautivos hasta el fin de los tiempos, porque dice que no sabe imaginarse a sí mismo sin su dominio sobre nosotros. ¿O no es verdad que los esclavos nacen para ser dominados por un dueño, y los dueños nacen para dominar a los esclavos? Pues los catalanes habríamos nacido para ser dominados por España, y España habría nacido para dominar Cataluña. ¿Quién es el hereje que se atreve a desagradar la voluntad de Dios?

No se puede negar que encalando algunas paredes y poniendo una cierta ornamentación han liado a Europa, una Europa ávida de dejarse enredar porque no está el horno para bollos, y le han hecho creer que el Estado español es un Estado de derecho político respetuoso con los derechos fundamentales. Pero todo el mundo que conozca bien este Estado y que haya sufrido en carne propia su absolutismo tiene muy claro cuál es la auténtica ideología que se esconde tras la ornamentación de sus instituciones. Casa Real, Gobierno de España, Fiscalía, Abogacía del Estado, Consejo General del Poder Judicial, Audiencia Nacional, Tribunal Supremo, Tribunal Constitucional, fuerzas armadas, cuerpos policiales… todos son madrigueras de franquismo capaces de violar sin escrúpulos los derechos humanos en nombre de España condenando a cien años de prisión a medio gobierno de Cataluña, forzando al exilio a la otra mitad -el odio que sienten contra el president Puigdemont lo dice todo-, encausando a dos mil ochocientas personas por haber osado defender el derecho de voto, inhabilitando a todos los presidentes catalanes y candidatos a presidente que consideran desafectos al Régimen, reteniendo en prisión desde hace tres años a rehenes como Jordi Sánchez y Jordi Cuixart o galardonando a torturadores y nazis.

Son 81 años de franquismo en España, 81 años de un franquismo que ha adquirido tal rango de normalidad que se ha convertido en ortodoxia. No es extraño que incluso muchos políticos independentistas sean tan tibios a la hora de denunciar a España ante el mundo y se revelen incapaces de ir más allá del llanto y el lamento. España no es un Estado democrático. No lo es. Los estados democráticos no protegen ni dan cobertura al fascismo, no tienen fascistas apoltronados en sus instituciones, no aplican sobre la ciudadanía los principios de un régimen totalitario… Los estados democráticos dirimen sus diferencias en las urnas y hacen lo que hicieron Canadá y el Reino Unido con el Quebec y Escocia, respectivamente: respetar la voz de estas naciones por medio de un referéndum.

Desgraciadamente hay un abismo, en cuanto a cultura democrática, entre Canadá-Reino Unido y España. En el caso de los dos primeros, la base es el derecho; en el caso de España, la base es el poder, un poder despótico que nunca invoca razón alguna para los actos tiránicos que comete. El nombre de España lo justifica todo, las más pérfidas maldades son legítimas si se cometen por “salvar España de la satánica amenaza independentista”. Su paroxismo franquista es de tal magnitud que, a falta de coartada democrática, pretende conceptuar al independentismo como terrorismo. Es la praxis que han seguido todos los poderes despóticos a lo largo de la historia: Dios está a su lado y el insumiso es un hereje contra el que todo vale. Es el espíritu primitivo y ciego de las viejas colonizaciones. El hereje siempre es el ‘diferente’. A veces son los negros, a veces son los indios, a veces son los judíos, a veces son los comunistas, a veces son los independentistas… Toda la violencia del mundo es legítima cuando tienes Dios a tu lado.

Hay catalanes que piensan que la libertad de Cataluña llegará de la mano de Podemos. ¡Santa inocencia! Ya lo decía Ferrater Mora que uno de los rasgos caracterológicos los catalanes es la candidez. Podemos es un partido tan nacionalista español como el PSOE, pero más cínico aún. Ellos también comulgan con el principio franquista de la Unidad de España, ellos también consideran que el independentismo es herejía. Tienen tan arraigado este principio, que a veces ni siquiera lo pueden reprimir en sus discursos. Hace sólo unos días, Podemos Cataluña, a través de su coordinadora Conchi Abellán, advertía que el gobierno independentista “ha costado muchas vidas”. ¿Lo capta el lector? El independentismo mata, España salva vidas. ¿Cómo se puede ser tan miserable?, se preguntará alguien. Desde el cinismo y la maldad, es la respuesta. Son declaraciones del mismo partido político que, en calidad de gobierno español, se niega a rescatar y acoger a los miles de personas que en su desesperación atraviesan el mar pidiéndole refugio y que, en buena parte, acaban muriendo o, en el mejor de los casos, internados en campos de concentración españoles, también conocidos como CIE, donde multitud de seres humanos viven en condiciones infrahumanas por la sencilla razón de que no son españoles. Qué patética paradoja: a ellos, que querrían ser españoles, no les dejan; a los catalanes, que no lo son ni lo han sido nunca, se les obliga a serlo.

El 1 de abril pasado, el franquismo celebró 81 años en el poder. ¡81 años! Ningún poder tiránico aguanta tanto tiempo sin que haya un sustrato bastante multitudinario que, con diferentes disfraces, lo sustente y comulgue con su divisa principal, que en este caso es la sacrosanta Unidad. Por eso avanza inexorablemente hacia la celebración, en 2039, de su centenario. Toda energía catalana que pretenda impedirlo está condenada al fracaso. La única energía inteligentemente canalizada es la que nos conduzca a deshacernos de sus tentáculos, Y esto sólo será posible con Junts per Cataluña, Esquerra y la CUP tragándose todos los sapos del mundo y remando los tres al mismo ritmo, en una misma dirección y con un mismo objetivo: la libertad de Cataluña. Ninguna persona ni ningún pueblo cautivos se han liberado nunca sin desafiar las garras de su dominador. La sumisión no nos hará libres. Cuanto más sumisos y obedientes, más cautivos.

EL MÓN