Si tiene 1.500 euros, podrá comprar una entrada para ver a Slavoz Žižek debatiendo con Jordan Peterson. El evento tendrá lugar el 19 de abril en el Sony Center for the Performing Arts, en Toronto, un espacio con capacidad para 3.000 personas perfectamente preparado para grandes conciertos, obras de teatro, danza, y otros espectáculos que suelen vender gracias a la su valía estética. Pero Žižek y Peterson no cantarán ni bailarán: hablarán durante hora y media sobre «La felicidad: Capitalismo contra Marxismo». Será el debate filosófico del siglo, y eso dice mucho de este siglo.
En nuestra casa Žižek no necesita introducción: con 69 años, ya hace más de una década que el Elvis de la teoría cultural es el analista más excitante de los males de la sociedad contemporánea gracias a una fórmula que mezcla Hegel, Marx y Lacan que, en sus manos, no explica el Absoluto pero lo parece. Žižek ha publicado una cantidad compulsiva de libros y tiene una carrera académica respetada, o tan respetada como se le permite a alguien que no tiene ningún miedo a discutir filosóficamente la relación entre los grandes imperios europeos y la forma de las tazas de inodoro. Hay un chiste que dice «de entre todos los críticos de cine que conozco, Žižek es el mejor filósofo» a lo que sólo se puede reaccionar con compasión por los idiotas que desprecian a los críticos de cine.
Peterson es el púgil de derechas que viene a disputar el cinturón de campeón al Kung Fu Panda envejecido de las izquierdas. Formado como psicólogo clínico, el doctor está llegando tarde y mal a Cataluña porque las élites culturales del país pecan de trogloditas tecnológicos: varados por una desfasadísima idolatría del libro, no estamos participando en el renacimiento del pensamiento crítico que está teniendo lugar en YouTube y sobre todo en el mundo del Podcast, las dos esferas que han llevado a Peterson a la fama mundial, convirtiéndolo en el referente intelectual de millones y haciendo de su último libro divulgativo un best seller en un montón de lenguas. Los cursos ‘on line’ gratuitos de Peterson sobre la interpretación psicológica de la Biblia o los análisis filosóficos de películas de Disney valen cada clic que se han ganado.
Žižek y Peterson comparten mucho, pero quizás lo más interesante es que ambos son, entre muchos otras cosas, psicoanalistas. Poco importa si el uno es lacaniano (Žižek), y el otro junguiano (Peterson), el hecho de que el marco mental del psicoanálisis siga vigente después de su aparente declive reputacional en favor de la neurociencia ofrece el diagnóstico cultural perfecto: pase la excitación ‘New Age’ inicial, la gente enseguida se aburre de que le expliquen que el sentido de la vida se reduce a los índices de serotonina del cerebro. Tan Žižek como Peterson aceptan la naturaleza oscura y contradictoria del deseo y defienden la especificidad de los métodos humanísticos para comprender aspectos esencialmente cerrados a las ciencias duras y a la deliberación racional. En otras palabras, el cine, los textos religiosos o la literatura, importan ahora igual que siempre.
La gracia del choque, evidentemente, radica en lo que los enfrenta: Žižek es un comunista radical y Peterson un capitalista conservador. Para Žižek, vivimos en una pesadilla Althusser en que los aparatos ideológicos del Estado nos han convertido en zombis cínicos: sabemos perfectamente que el mundo es cada vez más injusto, desigual y encaminado a varias catástrofes ecológicas y económicas, pero un baño-maria de subjetivación cultural nos ha hecho incapaces de salir a la calle a pasar por la guillotina los que nos explotan. En cambio, según Peterson, este triunfo aplastante no es fruto de ninguna ilusión ideológica, sino de la superioridad real del sistema capitalista: el doctor es perfectamente consciente de que las jerarquías no son siempre justas, pero está radicalmente en contra de abolir la competitividad y la meritocracia del contrato social,
La idea de hacerlos hablar de felicidad es brillante. Conocidos por su rictus serio perpetuo, los dos intelectuales de masas del momento son máquinas de anti-autoayuda, siempre dispuestos a rebajar el valor de la felicidad, entendida como bienestar placentero, en favor de objetivos más dolorosos, como el sentido, la responsabilidad o el compromiso político. Esta capacidad para relacionar constantemente los aspectos personales y psicológicos, como la felicidad, y los colectivos y sistémicos, como la ideología política, resume el secreto de su éxito.
El célebre debate entre Chomsky y Foucault de 1971 enfrentaba la filosofía continental con la analítica, lo que hizo degenerar la conversación en un intercambio interesante pero, en última instancia, con muchos momentos de sordera mutua. Hoy, por suerte, la filosofía analítica ya se ha pegado todos los cabezazos imaginables contra su bajísimo techo: Peterson y Žižek hablarán desde un marco compartido en el que las grandes preguntas de la humanidad no se pueden despachar delegándolas a un algoritmo. El viejo eje derecha-izquierda vuelve después del final de la historia, con nuevos retos y nuevas formas de expresarse, pero la expectación global que ha generado este cara a cara nos habla del hambre de filosofía de la de toda la vida en el mundo de hoy. Si no tiene 1.500 euros, no se preocupe, porque el debate se emitirá en streaming.