Este lunes hace un año de las elecciones en las que los partidos independentistas superaron el 50% del voto válido por primera vez. En los tres años anteriores nos habían dicho muchas veces que no podíamos avanzar porque había que alcanzar este objetivo (¡como si el mandato del 1-O no tuviera valor alguno!). Y de hecho, aunque nadie lo recuerde a estas alturas, Junts se presentó a las elecciones con la propuesta de activar la Declaración de Independencia si se superaba el famoso 50%.
Ahora ya sabemos que la insistencia en conseguir más de la mitad de los votos en unas autonómicas no era más que un pretexto para enterrar al 1-O . Que esa era la opción de ERC lo sabía más o menos todo el mundo. Que fuera la de la CUP sorprendió a mucha gente bien informada. Y que Junts haya renegado de las primeras páginas de su programa electoral en las que hablaba de activar la DI y haya adoptado la idea del ‘embate’, que puede querer decir cualquier cosa o nada, es coherente con la evolución del partido.
En cualquier caso, a pesar del buen resultado del independentismo, a la hora de la verdad en esta legislatura no sólo no se ha avanzado sino que se ha acelerado el retroceso. El pacto de los indultos, que es mucho más sólido que el acuerdo de gobierno entre Junts y ERC, se ha convertido en la hoja de ruta real del govern mal llamada del 52%. Una hoja de ruta que consiste en estabilizar el gobierno español a cambio de nada (no vaya a ser que ganara la derecha más autoritaria) mientras se desmoviliza la base y se aplaza toda reivindicación soberanista.
Toda la ficción en la que se basaba la presidencia de Pere Aragonès, empezando por la mesa de diálogo y eso del “gobierno republicano” ya está tan desacreditada que nadie se atreve a hablar de ello sin que se le escape una sonrisa. La duda es ahora cómo se pretende aguantar los largos tres años que teóricamente quedan, ahora que la coalición que sostiene el gobierno español ya ha demostrado que puede prescindir de ERC y no pasa nada. Quizás en la conferencia que ha anunciado el presidente autonómico nos cuente algo, aunque no es probable que sea muy concreto.
En este contexto, la gente que sigue movilizada por la independencia, que en términos históricos es mucha, se pregunta a menudo qué más debe pasar para que se acabe el ciclo de retrocesos y se empiece a hacer algo de provecho. Y seguramente no debe pasar nada concreto. Debería bastar con que pase algo que ponga de manifiesto inequívocamente que hemos tocado fondo. Es decir, que todo esto ya no puede ir peor.
La realidad es que hace tanto tiempo que dura el ciclo de retrocesos y desmovilización que deberíamos estar cerca del final. Pero de momento sigue demostrando que sí, que todo aún puede ir peor. No hace falta poner ejemplos, que los hay, y muchos. Hasta el punto de que a veces parece que este ciclo debe arrasarlo todo antes de que toquemos fondo, pasando por encima de todo el mundo que intente revertir la situación.
Mi intuición, que no es más que eso, es que cuando toquemos fondo será bastante fácil de ver. Y que uno de los elementos que probablemente defina ese momento sea la total pérdida de confianza del independentismo más activo en todas las organizaciones, partidos e instituciones. Hasta el punto de que se asuma de forma generalizada que no tiene sentido esperar directrices, consignas, estrategias ni líderes. Que, por tanto, hay que ponerse en marcha a partir de un nuevo momento cero como fue Arenys en 2009.
Cada vez se ve más claro que después del clímax de 2017 entramos en una especie de movimiento pendular que nos lleva al otro extremo con la misma fuerza que hizo posible ese momento de ruptura. Si es así, esto significa probablemente que tocaremos fondo bastante abajo. Pero también significa que cuando esto ocurra el nuevo ciclo se puede poner en marcha con un vigor y una energía también proporcionales.
Ahora se necesitan buenas dosis de paciencia, inteligencia y optimismo. A medida que avanza el derrumbe y se hunden todos los actores del independentismo también hay razones para pensar que de esta crisis saldremos más maduros, menos ingenuos y con más visión estratégica. En definitiva, saldremos más fuertes y con más posibilidades de ganar definitivamente. No olvidemos que somos un pueblo que si no fuera resiliente no habría sobrevivido a 300 años de políticas diseñadas para hacerlo desaparecer.
EL MÓN