¡Ya es mala suerte!

Ya es mala suerte que justo después de que el presidente de Gobierno español y su ministro de la Presidencia nos hicieran saber que el proceso hacia la independencia había terminado, que ya no vivíamos en un clima de crispación social y que Cataluña ya estaba “normalizada”, ¡ahora les pete España!

La alegría en el unionismo catalán les ha durado de Navidad a San Esteban. De hecho, no les ha llegado ni a Navidad y ahora a las mesas unionistas catalanas y españolas, la «nochebuena» y la «nochevieja» se les harán agrias, y terminarán divididos. Tampoco habrá durado la relajación de los tertulianos “antiprocesistas” ni la de los independentistas arrepentidos ni de todos aquellos que ya daban la mesa de la concordia por desmontada. Ni está claro hasta qué punto los resultados de tanta presión hecha desde el govern republicano, el del “exigimos” acabarán como estaba previsto o irán de mala manera.

Entiendo algunas muestras de alegría e incluso de euforia de quienes se frotan las manos por el descalabro en España. Pero me parecen ingenuas y fuera de lugar. Una cosa son las batallas políticas que servirán, fundamentalmente, para rehacer ese cómodo bipartidismo que en la última década parecía resquebrajarse. En el fondo, esta tensión reforzará ahora cada uno de los dos bloques, el conservador de derechas y el conservador de izquierdas. O si se quiere, el españolismo de derechas y el españolismo de izquierdas. Pero lo que es el Estado de verdad, no habrá perdido ni una hora de sueño. Los gobiernos y las oposiciones pasan, pero los altos funcionarios se quedan.

De modo que, sobre todo, no sufran ni lloren por España. El Tribunal Constitucional dice al Senado de qué puede hablar, pero ni se suspenderán las cámaras parlamentarias ni cesarán el gobierno ni nadie irá a prisión ni al exilio. En España se puede crear un clima de fragmentación y crispación política, pero unas palabras reconfortantes de su rey en Navidad —y unas llamadas privadas por teléfono—, les devolverá de repente a la concordia. En España puede violentarse la división de poderes, debilitar —aún más— la democracia y hundir la confianza en las instituciones políticas. Pero estemos tranquilos, que para el Estado todo esto es lluvia fina.

Tampoco queramos ponernos medallas —como se ha hecho— sugiriendo que los acuerdos alcanzados para borrar la sedición del Código Penal o para modificar la malversación son la razón de la tormenta política española. Todo se reduce a que su gobierno se haya atrevido a querer tocar las sillas de los magistrados del Tribunal Constitucional. Otra cosa es que seamos para ellos el chivo expiatorio perfecto para sus trifulcas. Al fin y al cabo, somos una región que —impuestos aparte— aporta un número significativo de diputados al Parlamento español, y se nos necesita bien sea para mantener a los socialistas en el poder, bien para derribarlos y que lo tenga la derecha. Cuando les conviene, nos quieren divididos; cuando les conviene, pacificados. Así es como siempre se nos ha visto: una propina necesaria para acabar de hacer el peso. Y lo único que les reconcilia es tenernos sometidos, como 2017 con el 155. Por eso nos necesitan.

Publicado el 26 de diciembre de 2022

Nº. 2011

EL TEMPS